«La Iglesia chilena ha tenido una acción muy decidida por los más vulnerables»
El secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile, monseñor Fernando Ramos, considera que «el gran desafío eclesial es posicionarnos como esa Iglesia en salida que tanto pide el Papa»
¿Cómo valora la Conferencia Episcopal de Chile la quema de los dos templos?
Evidentemente, estas acciones de gran violencia causan mucho dolor porque los templos, más allá del lugar físico, representan al pueblo de Dios. Los católicos estamos muy afectados por esta acción, pero hay que diferenciar. No fueron los manifestantes en general –la gran mayoría se expresaron pacíficamente–, sino que fueron pequeños grupos muy focalizados, muy violentos, de corte anarquista.
¿Cómo ve la Iglesia las reclamaciones de los manifestantes no violentos?
La Conferencia Episcopal siempre ha apoyado la posibilidad de que todo el mundo pueda expresar sus legítimos intereses, y más cuando estos tratan de ayudar a los más vulnerables de la sociedad. De esta forma, las reivindicaciones por una mayor justicia, de una mejor educación o de un sistema de pensiones más equitativo, las consideramos positivas.
De hecho, nosotros llevamos desde 2011 pidiendo lo mismo. E incluso, en algunos documentos de la Conferencia Episcopal advertíamos de una fractura en nuestra sociedad en el ámbito social que podía llegar en algún momento a producir un estallido social. Y ha ocurrido.
¿Cree que los abusos cometidos por sacerdotes tienen algo que ver con los ataques?
Sí, ha causado mucho dolor. Nosotros somos los primeros en reconocerlo y entonar un mea culpa. Es difícil explicar cómo estas cosas ocurrieron dentro de la Iglesia. Aunque creo que para los violentos, es más una excusa para sembrar el odio, más que una motivación de fondo. De hecho, estos grupos vandalizaron muchos otros edificios públicos. Son grupos antisistema. No estaban a favor ni en contra del plebiscito.
¿Qué percepción tiene la sociedad en general de la Iglesia?
Creo que por todos estos casos de abusos que se han expresado abundantemente en los medios, la afección de la gente hacia nosotros ha disminuido enormemente. Aunque también hay que señalar que la animadversión es generalizada. Todas las instituciones están sumamente mal evaluadas en Chile. Hay un pesimismo cultural muy grande.
La última encuesta creo que habla de una confiabilidad hacia la Iglesia de un 11 %. Pero, para contextualizarlo, el parlamento tiene menos de un 5 % y los partidos políticos igual. La televisión tiene un 5 % de credibilidad, la prensa escrita creo que un 8 % y las radios un 29 %.
¿Cómo está trabajando la Conferencia Episcopal de Chile para restablecer esa confianza de la sociedad en la Iglesia?
Venimos trabajando desde 2010 en colaboración con la justicia en varios frentes. Primero nos prepararnos para responder adecuadamente desde el punto de vista penal y canónico a los abusos. La Iglesia no estaba preparada para recibir denuncias, ni para llevar a cabo procesos penales. Hasta entonces, la respuesta fue muy débil y muy mal hecha.
También hemos formado masivamente a prácticamente todos los agentes pastoral en prevención de abusos. Ya han pasado 30.0000 personas por el curso de formación. Se les explica cómo detectar el abuso, cómo actuar frente a él, cuál es la normativa canónica y civil en esta área.
Además, recientemente hemos publicado un documento, titulado ‘Integridad en el servicio eclesial’, en el que se detallan las orientaciones de toda persona que preste un servicio en la Iglesia para que este sea íntegro y coherente con los valores del Evangelio.
¿Y más allá de los abusos?
Este último tiempo, a raíz de la pandemia, hemos tenido una acción muy decidida en atención y servicio a las personas más vulnerables. Tenemos una campaña a nivel nacional –Nadie se salva solo– que trata de recaudar fondos y víveres para llevar a familias que han perdido su fuente de trabajo o han visto sus ingresos gravemente disminuidos. El último conteo hablaba de varios millones de dólares recaudados a nivel nacional.
Por otro lado, prácticamente todas las diócesis hemos puesto nuestras dependencias al servicio de las autoridades de salud. En mi diócesis de Puerto Montt, por ejemplo, tenemos en este momento dos lugares para gente en situación de calle que antes eran casas de retiros. Están viviendo allí durante la pandemia y tienen talleres, un sistema de alimentación, control sanitario…
Después tenemos otro programa, que se llama Ruta Calle, que es para gente que también vive en situación de calle y no quiere salir de ella. A estas personas todos los días se les lleva comida caliente y también un control médico para evitar que se contagien del COVID-19.
Por último, es reseñable el gran trabajo de Cáritas, las 280 ollas comunes solidarias que la Iglesia está apoyando y todo un proceso de discernimiento eclesial en el que estamos reflexionando sobre nuestra forma de trabajar, de organizarnos, la forma de vivir la fe como cristianos dentro de la Iglesia para ajustarnos más a los tiempo y ser una iglesia más en salida y más sinodal.
¿Cuáles son los retos a los que se enfrenta el país?
Hay un gran desafío en el ámbito político sobre cómo se va a conducir todo el proceso surgido de la votación en el referéndum constitucional.
También hay un enorme desafío cultural. ¿Cómo crecer y madurar mejor nuestra condición de sociedad democrática? Si acudimos a la historia vemos cómo cada pocos años parece que Chile necesitara un momento de gran ruptura –como puede ser una guerra o un golpe de Estado– para resolver nuestros problemas. Eso habla de que somos una sociedad quizá no suficientemente madura para canalizar y utilizar los instrumentos y los espacios auténticamente democráticos para absorber también estas tensiones y no tengamos que llegar a una situación límite. Ese yo creo que es un desafío cultura de nuestro muy grande. ¿Cómo podemos entendernos con nuestras legítimas diferencias sin llegar a una ruptura violenta?
¿Y los retos a nivel eclesial?
El desafío más grande en la actualidad es posicionarnos dentro de la sociedad como esa Iglesia en salida que tanto pide el Papa.