El día 11, sábado de esta semana, celebramos en la Iglesia la fiesta de san Benito, fundador de la Orden de los Benedictinos como se conocen normalmente. Hace ahora 51 años (1964) que el Beato papa Pablo VI lo proclamó Patrón de Europa por el impulso que san Benito dio al consorcio de los pueblos europeos, a la ordenación de la Europa cristiana y a su unidad espiritual. San Juan Pablo II añadió: «Ha parecido oportuno considerar que esta protección sobre toda Europa destacará más si, a la gran obra del Santo Patriarca de Occidente, añadimos los méritos particulares de los Santos hermanos Cirilo y Metodio». Desde el siglo V, y con la presencia de los monasterios benedictinos, Europa ha conocido, desde los más sencillos métodos de cultivar la tierra, hasta los mejores avances de la medicina, la riqueza cultural de sus grandes bibliotecas, y un muy largo etcétera que han hecho posible la singularidad de Europa en el concierto de las naciones. En la misma dirección se desarrolló Europa oriental, desde el siglo IX, por la evangelización de los pueblos eslavos.
Si hoy nos podemos entender los pueblos de Europa, no es solo por los acuerdos de la Unión Europea, sino por la base cultural, religiosa y ética que ha proporcionado la religión cristiana, ofreciendo el Evangelio, hecho vida práctica, inspirando el Derecho y las instituciones sociales de todo tipo, pues hemos bebido de los valores y principios que san Benito desarrolló en su Regla de Vida. Así se hizo posible la convivencia en paz de sus monjes en el interior de los Monasterios y en su proyección a los de fuera: «al forastero hay que darle hospitalidad y tratarlo como si se tratara del mismo Jesucristo».
Importa saber que el mantenimiento en el tiempo de los valores cristianos en las sociedades europeas está siendo realidad a pesar de las más variadas manipulaciones del poder y sus luchas por dominar las naciones metido en guerras de religión y, últimamente, en guerras de proyección mundial y local ahora con la excusa del desarrollo económico y del estado del bienestar.
Nos corresponde, pues, ofrecer a todos hoy este patrimonio recibido y mantenido en el tiempo por la fe en Jesucristo muerto en la Cruz que resucitado nos sigue enviando a llevar la Buena Noticia de la Salvación a todos. ¿Cómo actuar en nuestra vida para que nadie tenga recelo de quienes hacemos la Señal de la Cruz? Sí, es bien recibido el signo de Cáritas, el corazón partido en cuatro por la cruz como señal de multiplicación del amor de Dios a los empobrecidos por la injusticia, pero los cristianos no vivimos de aceptaciones o rechazos de nuestros signos, sino justamente del Dios que nos ama, que nos agranda el corazón como sucede en el logotipo de Cáritas.
Os recuerdo, una vez más a los católicos de nuestra diócesis, la descripción que se hacía ya en el siglo II, hace 1800 años, de nuestro modo de ser. Es un breve párrafo de la Carta a Diogneto: «Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo».