Perra vida; dulces sueños está ahora mismo en cartel en la Sala El Montacargas. Una sala alternativa de teatro, no muy conocida para aquellos que solo frecuentan los circuitos «oficiales» de la cultura, pero que merece la pena ser visitada. Una obra en la que se demuestra que lo importante del teatro, y lo sublime de un buen actor, no se encuentra en el vestuario, ni en la escenografía, ni en un patio de butacas rebosante de gente…
Lo importante del teatro es el encuentro, puro y limpio, entre un actor y su público, es la perfecta interpretación de un personaje que hace ver en esa persona, no al actor, sino a quien éste da vida, trasmitiendo al espectador, con su voz y su cuerpo, todas y cada una de las expresiones de un guión bien escrito, como es el caso que nos ocupa. Y eso es lo que consiguen los dos actores protagonistas de esta obra, y lo consiguen por sí solos, porque el escenario como tal, es una gran masa negra con dos sillas y una cortina; nada más, nada de artificios, nada de decorados… un espacio neutro, y ellos dos, con su maestría, ante el público. Y el guión, obra del director de esta pieza, Miguel Morillo, es el perfecto marco que engloba todo.
A Manuel Fernández le reconocemos enseguida, pues su cara ha aparecido en otras obras y en la agradecida televisión, que ayuda más que nadie a fijar en la mente las caras de muchos actores y actrices de este país. Aurora Navarro, la compañera de Fernández en esta aventura, sin embargo, se nos revela como una novedad y como un verdadero talento interpretativo. Ambos van desgranando sus personajes, interrelacionados, aunque sin “tratarse” hasta el final de la obra… formando parte el uno de la vida del otro, pero a distancia hasta el final… un final en el que se nos demuestra que, a veces, al que hacemos menos caso y con el que tenemos menos afinidad, es, al final, con quien mejor podemos caminar por la vida.
En Perra vida; dulces sueños se pone de manifiesto la necesidad de todo ser humano de encontrar la esperanza en su vida: esperanza para amanecer cada día, para afrontar una pérdida, para soportar un trabajo injusto y deprimente, para no caer en el pesimismo… esperanzas que se alimentan y se ayudan de los sueños… Y es que los sueños crean esperanza, y esa esperanza nos ayuda a caminar.
Lo importante es no dejar de soñar porque, aunque a menudo despertemos de esos sueños bruscamente, y la realidad muchas veces nos impida fantasear, la vida sería insoportable sin ellos… «Cada vez que sueño que…» nos dice uno de los protagonistas de la obra… lo que se traduce en «cada vez que no pierdo la esperanza en una vida mejor».
Los sueños, el pensamiento, muchas veces nos hacen mucho daño, nos ponen «zancadillas», pero también nos ayudan a seguir… por eso, uno sale de esta obra, llena de humor, ironías, verdades, reflejos de personalidades universales y de problemas cotidianos, con una cierta identificación con lo que sus protagonistas nos cuentan, y con la necesidad de seguir soñando, de seguir teniendo esperanza, para que la perra vida se vea dulcificada por unos dulces sueños, para que la realidad se vea orientada por la esperanza, para que seamos capaces de vivir sabiendo que todo, o casi todo, puede siempre mejorar.
★★★★☆
Calle Antillón, 19
Puerta del Ángel
ESPECTÁCULO FINALIZADO