Julián Fuentes Reta debió de enamorarse del texto de Lars Noren para dirigirlo, tarea para nada sencilla pues es una obra caleidoscópica que se vertebra en infinitas lecturas. Eso siempre es bueno si tenemos en cuenta que cada uno saldrá del teatro con una herida abierta distinta y otra cerrada –por qué no decirlo también–. El caso es que se trata de una pieza que no deja indiferente a nadie y por eso Galileo Teatro la acoge en su sala hasta el próximo 19 de marzo.
La escena se desarrolla en un piso de una ciudad cualquiera (el teatro de Noren tiene esa capacidad: trabaja con conflictos de sujetos particulares para construirlos como imágenes de la sociedad; así lo mismo con los espacios, que los trasciende). En el pisito viven Frank y Katarina al final de la treintena.
La historia arranca con la entrada de Frank en casa, con su tropiezo con la ropa que deja su mujer Katarina por el suelo. Después se sucede el desprecio, un intento de reconciliación animal, de nuevo otro desprecio, dardos en forma de palabras, otra vez el desprecio… y una bolsa de cartón que guarda las cenizas de la madre de Frank.
No lo parece pero ya están saliendo los demonios. No solo en forma de palabras, hirientes y provocadoras; ahora los demonios se pasean en los cuerpos a modo de garabatos desnudos, de sagaces sexualidades. Arranca un diálogo trágico con esa necesidad de hacerse daño, de echarse en cara las culpas, de provocar lo macabro… Siempre llevado al extremo.
Pero Frank y Katarina no están solos. Tienen unos vecinos en el piso de abajo, de edad muy similar a la suya pero con tres hijos. Esta pareja, Jenna y Tomás, se sumarán a la orgía de salutaciones aderezadas con alcohol para dar rienda suelta a sus demonios, esos que parece en un primer momento no, ellos no pueden tener.
A partir de ahí la historia no tiene marcha atrás. Lo que en un principio es un plan de vecinos en una casa se convierte en un aquelarre donde el sexo, la desnudez, la provocación, la blasfemia, la ira, el sudor, la rabia, el llanto… ; donde todo eso y mucho más se apodera de los personajes porque «hay que ser honestos, todos tenemos nuestros demonios». Contenidos o no, los cuatro vecinos han decidido dejarlos marchar. Se asoman en el piso para aniquilar a su paso hasta las heridas que estaban curadas.
He leído por ahí que en el siglo XX aprendimos a hablar, a desinhibirnos gracias a la terapia; y que el siglo XXI viene marcado por la exposición total de todas y cada una de las facetas del ser humano. De esto trata la obra también. De la necesidad de exponernos, de sacar afuera nuestros demonios sin importarnos mucho lo que nos esté esperando en la otra orilla.
A ninguno de ustedes les dejará indiferente esta obra (…). Eso sí, todos sabrán apreciar el buen hacer de los actores que durante dos horas mantienen un nivel de energía sobre el escenario apabullante, doliente –incluso-. Un ¡hurra! por ese vendaval de pasión y fortaleza sobre las tablas.
Ya me contarán ustedes si son de los que piensan que sí, que todos tenemos demonios dentro…
★★★☆☆
Galileo Teatro
Calle Galileo, 39
Moncloa
Hasta el 19 de marzo