Yo sí te espero. Y te acojo. Aunque sólo fuera por la tradición de esta tierra que acoge con cortesía; con simpatía también.
Yo sí te espero. Y te agradezco que vengas. Tú, respetado por la inmensa mayoría de la Humanidad, nos honras eligiendo esta tierra para unirte a la muchedumbre de personas que te admiran y quieren.
Yo sí te espero. Y con admiración. Aunque sólo vea en ti al hombre Joseph Ratzinger, uno de los intelectuales más claros y originales de nuestra época. Comparo tus libros, tus diálogos con hombres cultos, creyentes o no, con la zafiedad de quienes no te quieren recibir. Y aumenta mi deseo de abrirte los brazos con la admiración que merece la cultura sobre el insulto y la vulgaridad.
Yo sí te espero. Y con los brazos abiertos. Porque, además de esa altura humana, llevada con la sencillez del humilde apartamento en que vivías y de la boina con la que ibas a tu trabajo, has sido llamado a la mayor dignidad que cabe sobre la Tierra: representante del Dios encarnado, en Quien sí creemos millones de seres humanos.
Yo sí te espero. Con los brazos abiertos. Y con las puertas y ventanas de mi casa abiertas, es decir, con toda mi familia, a ti, que vienes a liberar del acoso a este bien que es la familia, la familia real, la familia de verdad.
Yo sí te espero. Y pido a mis conciudadanos de Valencia que también ellos te abran sus brazos y ventanas; y cuelguen en ellas tu bandera, para que el mundo que nos va a mirar estos días sepa que esta gente de la española Valencia prefiere la acogida amistosa de sus huéspedes al rechazo y al insulto; la cultura y la elevación humana, a la grosería, los desnudismos y la zafiedad; el sentido trascendente del hombre, al puro materialismo; la amistad, a los enfrentamientos.
Yo sí te espero, con el corazón abierto, sucesor por línea jamás interrumpida del sencillo, noblote, bueno hasta el fondo, pescador Pedro, que, casi analfabeto, convenció al mundo de que Dios se había hecho hombre para salvarnos y hacernos hermanos a todos.
¡Bienvenido, Joseph Ratzinger, Papa Benedicto, Pedro de Galilea, representante de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre, nuestro Salvador! ¡Bienvenido!