Las torturas y el acoso que trajeron a Raúl hasta Toledo
Su mayor sufrimiento no fue el físico sino el que le generó saber que sus hijos se pasaron 72 horas en su mismo centro penitenciario
Lo que le hacía sufrir a Raúl, de 37 años, no era tanto las torturas que sufría en la cárcel en las que estaba internado, sino que en ella también se encontraran presos dos de sus hijos de edades comprendidas entre los 18 y los 10 años. Ellos también conocieron el castigo físico. «Señor, si tú me has traído aquí que se haga tu voluntad pero que mis hijos salgan». 72 horas después de que Raúl intercediera por sus hijos ante el Señor, llegó la libertad de los pequeños.
Él, sin embargo, tardó cerca de un año en salir de allí. Hasta entonces, su vida estuvo «marcada por un sufrimiento y un dolor enorme o atroz», explica Mónica Moreno, responsable de comunicación de Cáritas Diocesana de Toledo, en un texto publicado con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado.
Durante su estancia, sufrió todo tipo de torturas y vejaciones: desde las condiciones infrahumanas de su celda de 50 centímetros, la luz encendida por la noche para que no pudiera dormir o que le ofrecieran todos los días la misma comida. Su delito, defender sus ideas políticas y los derechos humanos.
Conversiones de presos
En estas condiciones, Raúl encontró el consuelo de Dios, quien «siempre te acompaña y te da la fuerza que necesitas». A pesar de no poder disponer de una Biblia, él se dirigía al Señor con las oraciones que se sabía de memoria. Rezaba en alto «para que su voz pudieran oírla sus compañeros de planta». Alguno de ellos, incluso se convirtió. Por ejemplo, «dos hermanos —uno de ellos de una secta y otro pentecostal— que se hicieron devotos de la Virgen de Guadalupe y de la Divina Misericordia», recoge la responsable de comunicación de Cáritas Toledo.
«Hasta los guardias llegaron a tenerme caridad al final de mis días en ese lugar por mi trato con ellos de respeto y caridad». «La fe es lo que me sostenía. ¡Dios y la Virgen María me agarran con fuerza!», manifiesta.
En el exilio de Toledo
Tras un año de fe y torturas, Raúl volvió a ver la luz del sol, pero el acoso policial, con cinco patrullas apostadas en las inmediaciones de su casa, continuó incluso durante su ansiada libertad.
Ante estas condiciones, decidió poner tierra de por medio y el 3 de octubre de 2019 recaló en Toledo, donde una conocida le ayudó a asentarse. Sin embargo, su objetivo es «regresar lo antes posible a un país cerca del suyo y poder estar cerca de su familia, pero ahora es realmente complicado», asegura Mónica Moreno.
En estos momentos, está viviendo en una habitación con otros dos emigrantes. Sin embargo, «el contacto es limitado por el miedo que tenemos con el coronavirus y también porque no me encuentro muy animado». Y añade: «qué ironía de la vida ahora me encuentro más solo que en la cárcel».
En busca de trabajo
Raúl está siendo acompañado por Cáritas Diocesana de Toledo, por una parroquia de la localidad y ha solicitado el asilo político. «Tengo lo básico, pero quiero ser útil y trabajar», reconoce en conversación con la responsable de comunicación. Un trabajo que también le permitiría enviar dinero a su familia. Pero para acceder a él necesita todavía un permiso administrativo.
«En esta Jornada del Emigrante y del Refugiado quiero recordar con este testimonio tan duro y estremecedor como es el de Raúl a tantos emigrantes y refugiados que están entre nosotros, que han abandonado su país por diversos motivos, y que detrás de su aparente fortaleza se esconde una vida llena de amargura y sufrimiento. Emigrantes que viven solos, que llegan a nuestro país en busca de un futuro mejor y donde la situación de vulnerabilidad que viven hace complicado que sonrían y sean felices. A pesar de todo, siguen en pie; dándonos ejemplo de que se puede salir adelante», concluye Mónica Moreno.