Colegios que no dejan a nadie atrás
Con la experiencia del confinamiento en la mochila, los colegios católicos inician el nuevo curso de forma presencial y preparados para cualquier eventualidad
El curso escolar ya lleva unos días en marcha. Al menos, para parte de los alumnos, los más pequeños. La buena noticia es que lo ha hecho de forma presencial a pesar de la COVID-19, que cerró los colegios en marzo y cuya sombra pesaba sobre la vuelta al cole. Eso sí, la pandemia ha cambiado muchas cosas desde entonces. Nuestros niños van ahora al colegio con mascarilla, tienen que tomarse la temperatura, desinfectarse las manos y mantener una cierta distancia con sus iguales. Entran por distintos lugares y a distintas horas, reciben las clases en grupos…
Los colegios católicos concertados no son ajenos a esta realidad. Desde el comienzo de la pandemia han demostrado estar a la altura de su misión y han puesto de manifiesto la importante labor social que realizan. La escuela católica ha dado la cara y se ha batido el cobre para no dejar a nadie atrás en medio de la pandemia. Durante el confinamiento y también ahora que comienza un curso cargado de incertidumbre.
Un buen ejemplo de esto es el colegio Institución Divino Maestro, un pequeño centro del Arzobispado de Madrid situado en pleno centro de la capital, que inicia el curso con la ilusión de volverse a ver. «Todo el claustro está muy contento por que haya comenzado la escuela. La presencialidad total es una oportunidad. Como dice el sociólogo Javier Elzo, la escuela es más escuela cuanto más escuela sea», explica Alberto Canora, director del colegio.
2.586 es el número de centros educativos católicos en nuestro país.
106.005 docentes trabajan en los centros. La gran mayoría es personal seglar.
2.455 son centro concertados, esto es, están sostenidos con fondos públicos.
1.521.196 alumnos estudian en centros católicos, una cifra que crece en los últimos años.
130.448 personas trabajan en los centros de inspiración católica.
3.531 millones de euros de ahorran los centros católicos concertados al Estado.
Allí estudian poco más de 200 alumnos entre los que se cuentan hasta 18 nacionalidades: filipinos, japoneses, rumanos, chinos, dominicanos, venezolanos, nicaragüenses… Familias de clase media-baja que han sufrido mucho por el confinamiento y que fueron capaces de terminar el curso pasado gracias a la ayuda del colegio y sus docentes y de otras entidades como Cruz Roja o Cáritas Diocesana de Madrid. Muchas familias no tenían medios técnicos o no sabían ni siquiera utilizar el correo electrónico.
Con todo este bagaje, empiezan la nueva etapa conscientes de que «el trato personal es insustituible» y también «de que el riesgo cero no existe». «Tenemos claro que hacer si un niño tiene síntomas, pero no sabemos cuántos casos se van a dar. Esperemos que ninguno», concluye.
A apenas diez kilómetros de este centro se encuentra el Colegio Esclavas Cristo Rey. Allí nos recibe madre Cristina Blázquez días antes de que los pasillos y las aulas las sean ocupados de nuevo por los niños. Mientras los docentes ultiman los preparativos, la religiosa nos muestra la agenda escolar del nuevo curso, que recoge en una ilustración todo lo vivido por la comunidad escolar en los últimos meses, fundamentalmente durante el confinamiento. Ahí aparecen los aplausos de las 20:00 horas, religiosas rezando y confeccionando mascarillas, la educación online, el teletrabajo, la enfermedad, los sanitarios, los cumpleaños a distancia o una Semana Santa diferente. «Por vuestra fe, vuestro coraje, vuestro esfuerzo, vuestra paciencia, vuestra creatividad, vuestro sacrificio, vuestro amor al colegio, vuestro compromiso con la sociedad y nuestro país, gracias», se puede leer en la contraportada que agrega, a modo de oración, las siguientes palabras: «Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida».
La presencialidad, clave
A pesar de que la experiencia educativa durante el confinamiento fue buena –incluso pusieron en marcha grupos de refuerzo para alumnos con más dificultades–, reconoce que creen «profundamente» en la presencialidad, pues «somos seres encarnados». Y para que esto pueda ser así durante el curso van a garantizar que no haya mezcla de grupos, de modo que los que se tengan que ir a casa se vayan y el resto continúe.
Lo vivido durante los últimos meses también ha marcado las prioridades para el nuevo curso. De hecho, se va a reforzar el trabajo de los hábitos de la mente y del corazón, base de las virtudes, en las tutorías. «Queremos que los niños sean agradecidos, ordenados y fuertes y esto se trabaja cultivando hábitos», añade la madre Cristina.
Su identidad católica hace también que en el fondo haya una propuesta de sentido para vivir esta situación. Lo explica la propia directora en una carta enviada hace unos días a las familias y en la que pone el foco en la esperanza, que es «la estrella que nos ha debe guiar en el inicio de este curso». «Como institución educativa, tenemos la misión de preparar a vuestros hijos para el futuro, de acompañarlos a que se formen para dicho porvenir aunque haya escenarios de incertidumbre, peligros y amenazas. Tenemos la obligación de ilusionarlos con un futuro lleno de promesas, para el que tienen que poner lo mejor de sí mismos, en la certeza de que nuestras vidas están siempre en manos de Otro», añade.
En Lugo, el valor institucional que van a trabajar este curso los alumnos del Colegio San José, de la Fundación Educación Católica, no puede ser más apropiado: Cuídate, cuídale, cuídalo. «Se trata –explica la directora, Eulalia López– de cuidarnos a nosotros mismos, a los demás y la casa común».
Con los aciertos y los errores del confinamiento, desde el centro han planteado varios escenarios que van desde la presencialidad hasta la posibilidad de un nuevo confinamiento o fórmulas mixtas. Sí están teniendo en cuenta, para que nadie pierda nada, el punto en el que se quedaron las programaciones el curso pasado y aquello que hay que retomar. «Nos lo planteamos como un servicio desde la alegría del Evangelio y procuramos transmitir que vamos a poner todo de nuestra parte, pero también que no podemos controlarlo todo. Estamos en manos de Dios», añade.
Todo lo vivido hasta ahora les ha marcado mucho. Primero fue la necesidad de adaptarse rápidamente al plano digital, atendiendo de forma especial a las familias con dificultades, a las que se prestaron ordenadores o se hicieron gestiones para que tuvieran acceso a una buena conexión.
Coincidiendo con la vuelta al colegio, el Congreso de los Diputados ha retomado su actividad con sus plenos y comisiones. Allí sigue su tramitación la reforma educativa del Gobierno, más conocida como ley Celaá. Al cierre de esta edición, el proyecto se encuentra en plazo de enmiendas que se han venido ampliando sucesivamente desde el pasado mes de abril. La última ampliación se produjo el pasado 2 de septiembre y vencía este miércoles.
A pesar de la situación excepcional que vive en estos momentos la educación por la pandemia, desde el Gobierno se insiste en que la ley va a salir adelante y, de hecho, tal y como manifestó la ministra de Educación, Isabel Celaá, la semana pasada, es una pieza fundamental en el «marco normativo necesario para transformar y modernizar la educación de nuestro país».
Sin embargo, desde muchos sectores educativos, también desde el católico, no ven con buenos ojos este proyecto que asesta un duro golpe a la concertada al eliminar la demanda social y margina la clase de Religión.
En los casos que no fue posible conseguirlo se preparó el material físico y se dejaba en establecimientos abiertos para que las familias pudieran recogerlos. Los repartían voluntarios, como el marido de una profesora, policía nacional, que lo hacía cuando salía a trabajar.
Pone también el ejemplo de los profesores que, por su cuenta, dedicaron sus ratos libres a ayudar a familias que no eran capaces de conectarse, no sabían enviar un correo electrónico ni adjuntar un archivo. En concreto, destaca la labor de una profesora que consiguió comunicarse con una familia de origen árabe y con dificultades con el idioma gracias al traductor de Google y a amigos, lo que permitió que la niña consiguiera hacer lo mismo que el resto de sus compañeros. Y la de otra que estaba pendiente todos los días de tres niños que estaban solos en casa porque su madre tenía que ir a trabajar: los llamaba para que se levantasen o para que se conectasen a las clases.