El Papa ha dicho que la Iglesia tiene también que «pensar» sobre el escenario mundial que sobrevendrá tras la pandemia. Pensamiento y acción están profundamente unidos y encuentran su raíz común en la fe, que genera cultura y obra mediante la caridad. Es lo que ha hecho en una amplia y matizada intervención el secretario de la CEE, Luis Argüello, que se refirió a cuatro pilares de este momento cultural que necesitan ser profundamente revisados a la luz de la experiencia que estamos viviendo.
En primer lugar la mirada ecológica, que necesita desembarazarse del mito de la tierra como deidad, como ídolo que genera una ideología que termina por despreciar al hombre y a su dignidad única y sagrada. A fin de cuentas, de la materialidad de la tierra nos ha llegado también este virus mortífero. La perspectiva de la encíclica Laudato si es imprescindible para esa revisión. En segundo lugar el paradigma tecnocrático: la tecnología es una gran herramienta pero no podemos confiarle nuestra esperanza; la tecnociencia no puede ocupar el centro de nuestra ciudad común, como tampoco pueden ocuparlo las finanzas. Técnica y economía son fundamentales para construir, pero deben situarse al servicio y bajo el gobierno de una mirada que tome en consideración la totalidad de lo humano.
Se refirió después monseñor Argüello a la desvinculación y la autonomía radical del individuo como supuesta forma de la libertad. Estos días hemos redescubierto el valor de los vínculos que nos constituyen, hemos comprendido el valor de esa «bendita pertenencia» a la que se ha referido el Papa. Y en cuarto lugar ha afrontado el mito del «derecho a tener derechos», cuestionado por la convocatoria al deber de la solidaridad y del amor que experimentamos. Nuestros derechos no pueden sostenerse si no tenemos en cuenta nuestra vinculación con los demás, con la realidad y su significado.
En estas cuatro revisiones se juega en buena parte la transición a una nueva época que no reproduzca viejos y nefastos errores. Y la Iglesia puede y debe contribuir desde su experiencia de fe, esperanza y caridad, a ese cambio. Argüello recordaba una afirmación de Habermas, según el cual la reconstrucción debe partir del «núcleo universalista de la ética cristiana del amor». Puede resultar paradójico que la pandemia sirva para desvelar la potencia cultural del cristianismo. Conviene que en la Iglesia tomemos nota de lo que dice Habermas, pero esa potencia solo será efectiva en la medida en que haya cristianos que viven cada día de la fe en Cristo resucitado.