«No será un número más». Era la promesa que hacía una enfermera gallega tras la muerte por coronavirus de un paciente. Mario, de 75 años, hipertenso y diabético. Cuando el corazón no pudo más, ella se acercó a él y le brindó un gesto de despedida, una leve caricia con dos guantes de protección.
Son muchas las enseñanzas que nos regalan los sanitarios estos días. Pero esa humanidad deberíamos grabarla a fuego los periodistas. Yo grito como la enfermera: «¡No son cifras, son personas muertas!». El periodismo deshumanizado está llegando a su máxima expresión. Miles de muertos con nombres y apellidos, con sus familias rotas, con sus historias reducidas a números y porcentajes.
Me rebelo contra la curva, las tendencias y toda forma de difuminar la realidad. La sucesión de muertes ha helado el corazón de muchos informadores. «España rompe con la tendencia a la baja de nuevos contagios diarios: 10,8 % en 24 horas», titulaba un periódico en su primera información en el día en que registraban 849 personas fallecidas más. Como ese titular, casi todos. En prensa, radio y televisión. ¿Qué estamos haciendo?
En el 11M la imagen de la tragedia era un tren explosionado, en el 11S unos aviones impactando en las Torres Gemelas, el cuerpo del pequeño Aylan ha representado el drama de la migración… En esta tragedia, enormemente más cuantiosa en vidas humanas, ¿cuál es la imagen que transmitimos?: una curva, las palabras de Simón y aplausos en el balcón.
Comparto que no se debe caer en el morbo y que es responsable transmitir esperanza. Eso no está reñido con la información. Estamos hurtando al ciudadano el sufrimiento que conlleva la pandemia. El sufrimiento es parte de la vida. Sin él no se puede entender lo que pasa ni valorar correctamente una información. No se ha visto ningún fallecido, ningún féretro, ninguna familia llorando a su ser querido. No es casual. Hablamos de números. Los ciudadanos no están descubriendo la dureza del virus por los medios, sino porque les va tocando de cerca: en la pérdida de un familiar, en la impotencia de no estar con sus allegados, en no poder enterrar a sus seres queridos. Es un fracaso de la información. En los telediarios, más tiempo para aplausos, canciones y memes. Todo cabe, pero no a costa de lo importante.
Ojalá los periodistas pensáramos en los miles de fallecidos como esa enfermera, y nuestras palabras, vídeos y locuciones fueran una ligera caricia que convierten a cada persona que nos ha dejado en alguien único por el que ha valido la pena luchar y a quien merece la pena recordar.