«¿Os importa que hayamos venido a España?»
Los menas tutelados por Cáritas Diocesana de Madrid dan charlas a escolares sobre los motivos de su viaje y sobre sus vidas al otro lado del Estrecho. «Para ellos es una experiencia catárquica, y a los chavales les acerca a una realidad desconocida», dicen sus educadores. De estos encuentros ya han salido iniciativas de apoyo y una amistad que lucha contra los prejuicios
«Yo llegué a España en patera. Tenía 17 años», dice Ayub. «Yo llegué con 16 años, también en patera», dice Rachid. Ahora ya son mayores de edad, pero en los últimos meses han participado habitualmente en los encuentros entre menas (menores extranjeros no acompañados) y chavales de la ESO que se organizan desde Cáritas Diocesana de Madrid en distintos colegios de la geografía madrileña.
La experiencia «está siendo genial para ambas partes», afirma Luis Castelló, responsable de los dos pisos de acogida para menores de Cáritas Madrid, operativos desde 2018. «Por un lado, a los chavales del colegio les da la oportunidad de tener delante a alguien de carne y hueso que les cuenta en primera persona su historia. Y para los chicos que tutelamos es un gran refuerzo sentirse escuchados por otros chicos de su misma edad, que les reconozcan su valentía y sus esfuerzos para luchar por su vida». Para Castelló, «es una manera de encontrarse de igual a igual, de integrarse, y de romper con los estereotipos» que habitualmente se asocian a los menas.
El formato de estos encuentros consiste en una presentación en PowerPoint en la que se cuenta cuál es la problemática habitual de los jóvenes migrantes, a la que sigue la intervención de los menores y un diálogo posterior con la clase.
Entre otras cosas, los menas cuentan sus motivaciones para salir de su país, cómo fue el viaje y cómo se han sentido tratados hasta llegar al piso de Cáritas. Por ejemplo, Rachid y Ayub cuentan su travesía en patera, los viajes por varias ciudades españolas hasta llegar a Madrid, y los meses en el centro de menores de Hortaleza –«eso fue muy duro», coinciden–. Ambos reconocen que «vinimos a buscarnos la vida», y lo dicen con una media sonrisa, porque para ellos resulta evidente: «Los españoles ya tienen todo, no tienen necesidad de irse de su país. ¿Para qué van a salir? Aquí tienes hospitales, la Policía te trata bien, hay trabajo si lo buscas, hay libertad…», precisamente lo que no encontraban en Marruecos.
Después de su intervención, «los chicos nos preguntan mucho por el viaje, por las horas que pasamos en el mar, o por la cantidad de gente que cabía en la patera», afirman. Y de sus encuentros con los españoles piensan que ellos «no valoran tanto como nosotros lo que tienen», aunque después de estas charlas «lo hacen un poco más». En cualquier caso, ambos afirman sin dudar que «nos ha merecido la pena venir», y su sueño hoy es «tener un trabajo, nuestra casa y nuestra familia, como cualquier persona».
Para ellos, la posibilidad de contar su historia les sirve para que vean los chavales que están aquí «todo el esfuerzo que hemos hecho para buscarnos la vida». Asimismo, de estas charlas en los colegios ha empezado a surgir una amistad, y ya han empezado a quedar los fines de semana con los jóvenes que han conocido. «Hasta compartimos grupos de WhatsApp», sonríen.
«Estos chicos, al venir a España, se han encontrado con una realidad que no es el mito que les habían contado en su país», dice Luis Castelló. «Aquí se han encontrado con una realidad de desfavorecimiento social, empezando por el idioma. Son chavales con mucha motivación para aprender –Rachid y Ayub están estudiando peluquería y cocina– pero están en desventaja con el resto, sobre todo porque a los 18 años tienen que abandonar el piso».
Además, junto al objetivo de poner cara a una realidad desconocida, estos encuentros buscan también «romper la etiqueta que manejan los medios de comunicación de que un mena es un delincuente. Hay que acabar con esa idea, y eso se hace con la presencia y con el testimonio cara a cara».
Fuera prejuicios
El primero de estos encuentros en la Comunidad de Madrid surgió en la clase de Valores Éticos en el colegio Lourdes-FUHEM, junto a la Casa de Campo, en el marco de la semana No hay paz sin derechos humanos. Antes de eso, muy pocos de sus alumnos sabían lo que es un mena, y los que lo sabían lo tenían asociado a las polémicas y a las noticias sobre los altercados en los centros y la delincuencia.
Lo cuentan Marina, África, Isabel, Adrián, Pablo, Hugo, Rita y Paloma, de 4ª de ESO: «Pensábamos de ellos que eran personas a quienes no querrías encontrarte en un túnel sin salida», y asociaban la palabra mena «siempre a algo negativo». Sin embargo, gracias a estos encuentros, «hemos tenido la oportunidad de escucharles hablar. Ya sabemos de ellos, no por lo que nos dicen o por lo que sale en las noticias, sino por ellos mismos. Sabemos cómo piensan y cómo viven».
Ante los chicos del instituto, los menores migrantes se mostraron «cortados y preocupados, incluso con miedo a cómo nos íbamos a tomar el que hubieran venido a España, o a que a nosotros nos importase el que estuvieran aquí. Incluso nos llegaron a preguntar: “¿Os importa que hayamos venido?”». «Nos dimos cuenta de que no es justo que nosotros tengamos tanto y ellos tan poco», dicen los alumnos.
A los chicos españoles les impresionó escuchar que otros jóvenes de su edad, como Rachid y Ayub, vinieron a España «con la idea de que esto es el paraíso y que la vida aquí es muy fácil», pero al llegar «los trataron fatal y se sintieron muy decepcionados. Los venden en su país que Europa es una zona segura donde van a tener de todo, pero al final acaban en manos de las mafias, a quienes les interesa solamente que se suban a la patera y les importa muy poco si sobreviven o no».
Los chicos migrantes también les contaron que tienen familia en su país, y a los alumnos les sorprendió mucho que la hubieran dejado atrás: «Nos dimos cuenta de que su vida es muy parecida a la nuestra», y alguno se habría «muerto de miedo» si hubiera tenido que dejar atrás a su familia.
En estas charlas han salido a la luz historias «muy impactantes», que a los alumnos les han servido «para darnos cuenta de lo mal que lo han pasado y lo dura que es su vida». Por eso, son críticos con los medios de comunicación, «que solo cuentan lo que les interesa, y no otras cosas que están pasando en el mundo y que habría que mejorar», dicen los alumnos del colegio Lourdes-FUHEM.
De esta iniciativa han nacido un par de iniciativas: una recogida de material deportivo destinado a los menas y unos encuentros espontáneos que se desarrollan todos los miércoles, en los que ambos grupos comparten, fuera del horario escolar y sin educadores delante, un partido de baloncesto y un rato de charla informal.
Para Carlos Díez, su profesor, «los valores éticos se quedan en nada si no se transforman en acciones, por eso tratamos de hacerles ver que los valores proclamados se tienen que convertir en acciones para no quedarse en un discurso vacío, cuando no hipócrita. Para nuestros chicos es muy enriquecedor este tipo de iniciativas, ya que ven que los menas son jóvenes como ellos y se rompe con esos prejuicios sociales. Al final, la ignorancia provoca miedo, y el miedo puede provocar conflictos».
Este rato en común jugando al baloncesto les permite a ambos grupos «romper el hielo, como una excusa para interactuar y empezar a hablar y tratarnos, y formar un grupo más cercano», explican los alumnos del Lourdes.
En este contexto, los menores inmigrantes no tienen ninguna presión, «cuentan lo que quieren contar y hablamos de lo que queremos hablar», dicen sus amigos del instituto, con quienes pasan un rato «que sirve para unirnos en lo que nos une, en lugar de insistir en lo que nos separa». Al final, se trata de quedar «como quedarías con cualquier amigo».