Alteridad emocional - Alfa y Omega

Alteridad emocional

Guillermo Vila Ribera
Foto: AFP / Oliver Hoslet.

La necesidad de distinguirse refleja siempre la pretensión de quien se siente superior. Y digo se siente porque, obviamente, no hay persona mejor que otra en términos ónticos. Pero el que quiere dejar un grupo, ya sea en el WhatsApp o en un Estado, lo pretende porque alberga en su subconsciente un sentimiento de superioridad. Nadie se quiere separar de otro porque se sienta inferior. Eso sería absurdo. El distinto es un ser que adquiere una entidad propia fuera del grupo y hay que suponer que, en ese espacio de independencia, encontrará algo mejor que lo que le ofrecía el conjunto. Ya hay un yo y un tú, y eso presupone batallas de igual a igual. Uno no se pelea del mismo modo con un vecino que con un hermano.

Pero lo verdaderamente importante es, decía, el sentimiento. Hoy los británicos son, en términos emocionales, menos europeos que ayer. La cuestión administrativa no importa: los defensores del perdieron el referéndum porque se empeñaron en hablarle de números a la señora de Newcastle que no llega a fin de mes. Y esa señora es la que estos días ha brindado con té a las cinco. En Bruselas unos funcionarios retiran la bandera británica de la fila de los demás. Son los otros los que no tienen diferencia entre sí. La imagen es un síntoma. Las banderas se alinean en una tarima de iguales que no ondean. Han sido colocadas por alguien —que no tiene nombre, ni himno, ni familia, un alguien burocrático— en una pared, en un enorme salón limpio y vacío, sin tapices de guerras compartidas ni escudos de familias aristócratas. Hay una mezcla de cristales, metales y geometrías imposibles. Y una esfera gigante que parece la Estrella de la Muerte. Hay dos funcionarios de la Unión que hablan idiomas diferentes —por ejemplo— pero que visten exactamente igual. El uniforme les obliga y los iguala. Y ellos —no un representante elegido, no un alguien— son quienes desgajan una parte del todo.

Los ingleses abrazan su alteridad que, como ha descubierto Han, es el medio por el que se afirma la igualdad. Quieren ser tratados de igual a igual con la Unión y por eso se van. Sentirse diferente es sentirse mejor. Los nuevos populismos gravitan en torno al poder de manipulación de lo emotivo. «El estado de ánimo de una turba enseguida puede degenerar en el deseo y la celebración del conflicto como medio de vitalización y purificación colectivos», acaba de escribir William Davies en Estados nerviosos. La guerra cultural como antídoto frente a la transparencia liberal. Claro que las emociones pasan, y la verdad vuelve siempre a la plaza, una vez desalojados los cadáveres. Y en esa fría realidad, desnuda de eslóganes, rotativos amarillos y té con pastas, la señora de Newcastle volverá a no llegar a fin de mes. Y los que la han utilizado buscarán nuevas estrategias para justificar su incapacidad de entender que la política es siempre el arte de lo posible.