Pocas ideas y muchos partidos
Nunca, en la historia reciente de Italia, los representantes de la Iglesia se habían mantenido tan prudentes como en estas elecciones. Ante los comicios de los días 24 y el 25 de febrero, ninguna de las formaciones con posibilidades de triunfo convence a los obispos, ni tampoco a buena parte de los italianos, desencantados con la política
Atrás quedan las décadas sucesivas a la Segunda Guerra Mundial, hasta el año 1992, cuando los obispos italianos, con mayor o menor convicción, defendían el voto a favor de la Democracia Cristiana (partido en el Gobierno desde 1944 a 1994), como representante de los valores cristianos en la vida pública.
En esta campaña ha habido un gran silencio. Los obispos en Italia se han limitado a recordar los principios de la doctrina social cristiana y a advertir a los candidatos ante promesas que no podrán cumplir. Sin embargo, nunca como en esta ocasión el episcopado ha evitado favorecer a un campo político.
El motivo es evidente: ninguno de los partidos políticos con posibilidades de alcanzar una representatividad en el Parlamento defiende los valores cristianos de manera global. Todos los partidos cojean por algún lado: ya sea en los principios éticos fundamentales (defensa de la familia, respeto de la vida humana, respeto al derecho de los padres sobre la educación de sus hijos); ya sea en cuestiones ligadas a la justicia social, en un momento particularmente marcado por la crisis económica.
Simplificando (ya se sabe que la política italiana nunca es sencilla), se puede decir que los grupos políticos con más posibilidades de lograr una representación efectiva son cuatro. La lista puede comenzar por la coalición de centro-derecha, capitaneada por Silvio Berlusconi, que al retirar el apoyo al actual Gobierno del Primer Ministro, Mario Monti, ha forzado la convocatoria electoral. Se trata de un grupo en el que conviven todas las almas y sensibilidades del centro-derecha. El hecho de que Berlusconi se haya convertido en su portavoz por antonomasia ha inducido a una particular prudencia por parte de los obispos, que no pueden ignorar sus escándalos personales y la superficialidad con la que guió su último Gobierno.
Del otro lado, se encuentra la coalición del centro-izquierda, guiada por el Secretario del Partido Democrático, Pier Luigi Bersani, sucesor del antiguo Partido Comunista Italiano. Esta coalición, además, congrega a casi todas las sensibilidades de la izquierda, como la Izquierda Ecología Libertad, de Nichi Vendola, sumamente activa, por ejemplo, en la promoción del matrimonio homosexual. Como es fácil de comprender, una coalición así nunca podría contar con el apoyo moral de los obispos.
Uno de los fenómenos políticos del momento es el Movimiento 5 Estrellas, cuyo líder es el cómico Beppe Grillo. Más que un partido político, se trata de un movimiento de protesta, en el que las posiciones dependen en parte y sobre todo del humor de su carismático fundador. Y lo mismo sucede con sus repetidos ataques a la Iglesia en los mítines políticos, por motivos con frecuencia provocados por su ignorancia en temáticas religiosas.
Un terremoto cultural
Ante este panorama, para algunos católicos (e incluso pastores) parecía que la única opción posible era el Primer Ministro Monti, que ha decidido presentarse como líder de la coalición de centro. Entre quienes le apoyan se encuentra la Unión de los Demócratas-cristianos y Futuro y Libertad para Italia, de Gianfranco Fini, antiguo líder de la extrema derecha y hoy promotor de iniciativas liberales abiertamente opuestas a la concepción cristiana. Por otra parte, la política económica aplicada por Monti, que buscaba recuperar la credibilidad perdida por Italia, ha sido sumamente asfixiante para las familias. La deuda pública ha sido pagada con impuestos que han debilitado aún más el tejido social de uno de los países del mundo con menos ayudas a las familias y con menor crecimiento demográfico. Nadie podía esperar por parte de los obispos un espaldarazo a este tipo de políticas.
En esta campaña política, con pocas ideas y muchos partidos, quizá la influencia más grande la ha ejercido Benedicto XVI con su acto de renuncia al pontificado. En un panorama político, en el que los candidatos llevan con frecuencia muchos años apegados a sus escaños, la renuncia del Papa ha supuesto una especie de terremoto cultural. «El único que no tenía por qué dimitir, renuncia», ha dicho el pueblo de Twitter; una lección que, si aplicaran los políticos, revolucionaría la vida de este país.