Educar: desafío y esperanza
Ante la XXIX Jornada Diocesana de Enseñanza, que se celebra este sábado 8 de marzo, en el Auditorio Ángel Herrera Oria, de Madrid (Paseo Juan XXIII, 3), bajo el lema Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas, nuestro cardenal arzobispo ha escrito esta Carta pastoral, en la que se dirige especialmente a los educadores:
Nos disponemos a celebrar la Jornada de Enseñanza, que se desarrollará el sábado 8 de marzo. Se os ofrece una ocasión para seguir consolidando vuestra vocación educativa, que debéis de ejercer con la responsabilidad propia del cristiano, a la vez que la oportunidad de encontraros, en un clima de convivencia y oración, los educadores que procuráis trabajar en favor de una renovada presencia de la Iglesia, Maestra de humanidad, en el campo educativo.
El lema escogido, Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas, está tomado de la Exhortación Evangelii gaudium, que el Papa Francisco nos ha regalado al terminar el Año de la fe convocado por Benedicto XVI. Con esta frase, el Papa nos dice que la Iglesia, si no quiere caer enferma, necesita salir de sí misma, ir a las periferias, tanto de la pobreza material como de la espiritual. La comunidad de creyentes hemos de ir hasta los confines de la sociedad para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de la vida, de la familia y de la sociedad, llegando a las personas que viven en el desierto del abandono y de la pobreza, y amándolas con el amor de Cristo resucitado.
Ya el Vaticano II nos recordaba que «la misión de la Iglesia se cumple por la actividad con la que, obedeciendo al mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos para conducirlos con el ejemplo de su vida y su predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de modo que se les manifieste el camino firme y sólido para participar plenamente en el misterio de Cristo» (Ad gentes, 5).
Evangelizar, nos decía el Papa Francisco en la Eucaristía de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Río de Janeiro, es dar testimonio en primera persona del amor de Dios, es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús. Por eso invitaba a los jóvenes a ser discípulos en misión por medio de estas tres palabras: «Id, sin miedo, para servir. Pues siguiendo estas tres palabras experimentareis que quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe recibe más alegría».
En este sentido, fue una gracia de Dios el poder celebrar, en 2011, en nuestra diócesis la Jornada Mundial de la Juventud. En ella pudimos ver y escuchar cómo Benedicto XVI se dirigía a los jóvenes para decirles: «No os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe». El contenido de este mensaje es el que nos movió a poner en marcha la Misión Madrid como respuesta, también, a la llamada de Benedicto XVI a la nueva evangelización. Una propuesta pastoral que tiene la pretensión de llegar a los distintos ámbitos de la vida de nuestro tiempo, de manera que cada uno ha de discernir dónde le llama el Señor, en las circunstancias normales de su vida, para hacerse allí servidor y testigo inconfundible del buen aroma del amor de Cristo, de su fuerza y resultados humanizadores.
Algo que no sale gratis
«Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia -nos ha dicho el Papa Francisco-, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los acoja, sin un horizonte de sentido y de vida» (EG 49).
Dirigiéndome a los educadores quiero deciros: una de las fronteras a las que hemos de salir, como acaba de recordarnos el Papa, es el mundo de las escuelas, tarea que encuentra obstáculos de enorme calado actualmente y cuyas causas se remontan tiempo atrás; entre otros, el constante intento de desacreditar el patrimonio intelectual, ético y cultural de la Iglesia y del cristianismo, que persigue relegar la fe y la cuestión de Dios al ámbito de las opiniones socialmente irrelevantes. Pero esta forma de proceder no sale gratis, pues la irrelevancia de Dios lleva aparejada la irrelevancia del ser humano, su imagen.
Sortear los atajos
La educación se convierte en un nuevo atrio de los gentiles, en un desafío y una esperanza para los educadores cristianos, un espacio abierto hacia el que hay que ir para ser testigos de la Buena Nueva de Jesucristo. Desde el convencimiento de que la tarea educativa presupone y comporta siempre una determinada concepción del hombre y de la vida, la realización de un proyecto educativo que brote de una visión coherente y completa de la persona sólo puede surgir de la imagen y realización perfecta que tenemos en Jesucristo, el Maestro, en cuya escuela se ha de redescubrir la tarea educativa como una altísima vocación a la que, con diversas modalidades, están llamados todos los fieles. El educador cristiano, desde una profunda convicción de fe y aprovisionado de un conjunto de competencias culturales, psicológicas y pedagógicas, debe acompañar a los alumnos en la búsqueda de la verdad, ayudándoles a sortear los atajos del subjetivismo, relativismo y nihilismo, tan presentes en nuestra cultura, que los incapacita para abrirse a Dios y acoger con libertad y confianza la verdad revelada en Jesucristo.
«Un educador -les decía el Papa Francisco a un grupo de estudiantes-, con sus palabras, transmite conocimientos, valores, pero será incisivo en los muchachos si acompaña las palabras con su testimonio, con su coherencia de vida. Sin coherencia no es posible educar. Todos sois educadores, en este campo no se delega».
Quiera Dios que esta nueva Jornada de Enseñanza nos ayude a todos los que estamos dedicados a la noble tarea educativa a dar razones de nuestra esperanza ante los desafíos que nos presenta nuestro mundo. Que la compañía de Santa María de la Almudena nos ayude a abrirnos con ilusión y confianza apostólica al futuro.