La Pasión de San Fructuoso: de los cristianos primitivos a la Iglesia actual
La tradición martirial del cristianismo se remonta a los años del Imperio Romano. De esta época data La Pasión de San Fructuoso, que según recogen las Actas, sucedió en Tarraco, en el año 259. El próximo 12 de octubre, la Tarraco Arena Plana acogerá la representación de La Pasión de San Fructuoso, dirigida por Andreu Muñoz Melgar, que transcribe en lenguaje teatral este episodio, y que servirá como preparación espiritual de la ceremonia del domingo 13 de octubre, en la que 522 mártires del siglo XX en España serán beatificados, en el contexto del Año de la fe
La Asociación Cultural San Fructuoso lleva representando la Pasión desde el año 1990. En esta ocasión, y por motivos de aforo, no se representará en el Anfiteatro Romano, sino en la antigua Plaza de Toros de Tarragona, con la colaboración de la Schola Cantorum y la Orquesta de los Amigos de la Catedral compuesta por más de 150 componentes. Un espectáculo que ayudará a comprender mejor las raíces cristianas de la Iglesia y que como explica Andreu Muñoz «pretende conectar la Iglesia primitiva con la Iglesia del presente».
La obra contiene un excelente repertorio musical diseñado por monseñor Miquel Barberà, con piezas musicales creadas ex professo para la representación. «La música, una escenografía austera y la reconstrucción histórica de vestuarios y elementos escénicos confieren a la representación credibilidad y belleza», explica Andreu Muñoz.
El obispo Fructuoso y sus diáconos fueron quemados vivos en el anfiteatro de Tarragona el 21 de enero del año 259 bajo la persecución de los emperadores Valeriano y Galieno. La Passio Fructuosi narra el proceso martirial de estos clérigos, desde su detención por orden del gobernador de la Hispania Citerior, hasta su martirio. De autoría anónima, el núcleo fundamental debió ser redactado entre la segunda mitad del siglo III e inicios del siglo IV y constituye el documento literario martirial más antiguo de la Península Ibérica.
Fruto del testimonio de los primeros cristianos
Andreu Muñoz ha sido el encargado de adaptar el contenido de las actas martiriales al lenguaje teatral. Él explica que las Actas son las narraciones que beben directamente de las llamadas acta forensia o acta iudiciorum, los documentos jurídicos que la administración romana elaboraba con el testimonio de lo sucedido en el proceso judicial contra los acusados. «Las Pasiones, en cambio, -matiza el director- son fruto del testimonio de las primeras comunidades cristianas que narran los últimos días vividos por los mártires hasta el momento de su suplicio. Algunas de ellas, como la Passio Fructuosi, también recogen parte de la experiencia martirial transmitida por las acta forensia o acta iudiciorum». Son por tanto, documentos litúrgicos de gran valor testimonial e histórico, que se leían en las celebraciones martiriales y que servían para alentar y exhortar a las comunidades cristianas en su perseverancia en la fidelidad del Evangelio.
De la misma manera que unas ruinas arqueológicas han de ser restituidas partiendo de las evidencias, para hacer más fácil su comprensión, también en este caso, los documentos exigían acometer una auténtica obra de restitución literaria que permitiese hacer más comprensible al público un hecho histórico tan lejano en el tiempo: «Partiendo de la base que ofrecen los diálogos de la Passio -aclara el autor-, fui llenando el cuerpo de la obra con personajes y situaciones que dinamizaran aquello que solo conocemos por la narración, y que la historia ha tenido el capricho de esconder. Ha sido fundamental el estudio de la historia, la arqueología de la Iglesia primitiva y la lectura de los Padres de la Iglesia, entre el que destaco a San Cipriano de Cartago. Creo haber respetado en todo momento la estructura original de los diálogos y haberlos ajustado de una manera precisa y delicada, sin transgredirlos ni enmascararlos».
A este apasionado de la arqueología el contacto científico con los protomártires hispánicos le ha aportado una riqueza cultural extraordinaria. Su condición de creyente convierte además esta experiencia en «única, emocionante e incomunicable».