Una de las más conocidas alusiones bíblicas a la felicidad se encuentra en el salmo 4, cuando el salmista se pregunta: «¿Quién nos hará ver la felicidad?». Es la aspiración de todo ser humano, y la Biblia tiene sus respuestas. El dominico Xabier Gómez ha rastreado el concepto de la felicidad tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y destaca tres variantes distintas pero relacionadas entre sí.
La primera es «una felicidad de asombro, de admiración ante todo lo que nos rodea, de alegría al darnos cuenta de la belleza de la naturaleza, de la Creación». Es la misma alegría que siente Dios cuando el Génesis afirma que al acabar su obra «vio que todo era bueno». El Antiguo Testamento «subraya en muchas ocasiones que Dios es bueno, que todo lo que ha creado está bien, y que es Él quien mantiene en orden y equilibrio la Creación».
El segundo tipo de felicidad que aparece en la Escritura es la felicidad de encuentro, «que experimentamos a través de las relaciones que mantenemos con otras personas. Todo está en relación, y la felicidad viene a través de esta relación íntima y sana con Dios, con los demás y con uno mismo». Es la felicidad que narra el Cantar de los Cantares, «la felicidad del amor y de la amistad».
El tercer tipo es «la felicidad de aspiración, encontrada en San Pablo, el deseo de más, de mejorar. «Aspirar a los carísimas superiores» (1 Cor 12, 31). Es la felicidad que nos pone en búsqueda y en camino hacia una felicidad mayor todavía».
Así, el Antiguo Testamento propone que la felicidad viene de «reconocer que somos criaturas y que solo encontramos nuestro equilibrio en la relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos». Además, la felicidad está muy relacionada con «escoger el camino del bien, de hacer una alianza con el bien y ser fiel».
Los tres amores
Entre la propuesta del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento «hay una continuidad», porque «la felicidad se encarna en Jesús, que es el rostro humano del bien, de la verdad y de la belleza». Paradójicamente, la felicidad que propone Jesús «choca con nuestra imagen preconcebida de una persona feliz, pues no está basada en el tener o en el hacer, sino en el ser ante los demás, ante uno mismo y ante Dios».
Además, «no es una autosatisfacción, sino que tiene que ver más con el descentramiento, con el dar la vida y el darse en la vida. Tiene que ver más con el olvido de uno mismo, con realizar un éxodo hacia los demás, con la entrega». Esto desmonta una concepción basada «en la realización personal, en creerse el centro del universo», e invita «al equilibrio entre el amor a Dios y el amor al prójimo, sin separaciones. Y también al amor propio, el como a ti mismo, lo que incluye también el cuidado personal de cada uno».
Para este dominico, «dejarse a uno mismo en segundo plano no significa descuidarse», y para explicarlo propone una comparación: «Es como cuando estamos enamorados, o como el amor que tienen los padres con sus hijos. En esta dinámica del amor pasas a un segundo plano y encuentras gozo en darte al otro. Felicidad es un camino que recorres cuando sales de ti mismo».
¿Es posible ser feliz sin Dios?
Xabier Gómez responde de forma categórica que «para la Biblia no es posible ser feliz sin Dios», porque «el fondo más humano de cada uno de nosotros tiene la huella de Dios. Para la Biblia, cuando uno no está en comunión con Dios está separado de los demás. Es la experiencia de los místicos: cuanto más cerca estás de Dios, más cerca estás del corazón de los que te rodean».
Para la Biblia, «lejos de Dios no hay felicidad, es algo que está presente desde el Génesis. Sin Él, aparece el desorden y el desequilibrio, y se coloca en el lugar de Dios cualquier cosa, y el hombre se hace idólatra de sí mismo».
¿Fue Jesús feliz? ¿Incluso en la cruz?
«Jesús fue muy feliz», afirma Gómez, porque «tuvo un sentido de plenitud, una orientación y autenticidad que le hicieron vivir con la pasión con la que vivió. Fue una vida plena y realizada, y por lo tanto feliz. Fue feliz porque estuvo dedicado a amar hasta el extremo de dar la vida por los que amaba».
Fue feliz incluso en la cruz, «porque para Él, la cruz no fue un símbolo de sufrimiento; detrás había un amor que daba sentido a lo que estaba pasando. En la cruz Jesús sabe lo que está haciendo. Está siendo proactivo, no reactivo. Nadie la quita la vida sino que es Él quien la entrega. Y en ese momento hace una experiencia de Dios muy fuerte, aunque sea ambigua: el salmo que recitó en la cruz es una oración de confianza, aunque comienza con una frase de abandono».
Por lo tanto, «aunque el sufrimiento sea inevitable en la vida, nos podemos sentir como abandonados, pero no desesperar. Desde la fe podemos vivir el sufrimiento en la compañía de Aquel que le ha dado sentido desde la cruz y lo ha llenado de amor».
En la cruz, en nuestra propia cruz, «Jesús detiene la violencia, el sufrimiento y la muerte, y lo llena todo de vida y de amor. Todo lo ha hecho nuevo. Él ha puesto límites a lo que nos limita».