Tedeschini, la concordia en tiempos de intolerancia
El sacerdote e historiador valenciano Vicente Cárcel Ortí analiza en su libro Diario de Federico Tedeschini (1931-1939). Cardenal y nuncio entre la Segunda República y la Guerra Civil (ed. Balmes) los pensamientos más íntimos del representante pontificio en España
La nunciatura en España de Federico Tedeschini fue una de las más extensas –de junio de 1921 a junio de 1936– y trascendió a cuatro regímenes de talante político completamente diverso: liberal, con la Restauración; dictatorial, con Miguel Primo de Rivera; transitorio, con los gobiernos de Dámaso Berenguer y de Juan Bautista Aznar y, finalmente, republicano.
Durante la Segunda República le tocó lidiar con una oleada anticlerical, amparada tanto a nivel político como popular, que se manifestó de modo claro con la prohibición de ejercer la enseñanza a todas las órdenes religiosas y el decreto de disolución de la Compañía de Jesús.
El sacerdote e historiador valenciano Vicente Cárcel Ortí analiza en su libro Diario de Federico Tedeschini (1931-1939). Cardenal y nuncio entre la Segunda República y la Guerra Civil (ed. Balmes) los pensamientos más íntimos del representante pontificio en España. El material lo encontró por casualidad. «Los escritos de Tedeschini no aparecían registrados en ninguna parte y un buen día, viendo una cajas y fascículos en el Archivo Vaticano, me encontré con 27 de sus diarios».
Usted define al nuncio Tedeschini como «el gran artífice de la mediación» entre las autoridades republicanas y la Iglesia. ¿Qué cualidades diplomáticas le permitieron ser puente entre ambas instituciones?
Lo increíble es que Tedeschini no tenía formación diplomática. El Papa decidió mandarlo a Madrid porque vio en él a la persona adecuada. Estuvo allí 15 años y se confirmó como un gran diplomático. Supo entenderse con todos, aunque la prueba de fuego fue la Segunda República. Sus interlocutores eran anticlericales convencidos en un contexto muy laicista, en el que se atacó a la Iglesia desde el primer día. Pero Tedeschini consiguió mantener las relaciones diplomáticas, porque tenía una gran capacidad de diálogo, incluso con los que no le gustaban nada. Supo tejer relaciones personales y granjearse la confianza de personalidades destacadas del Gobierno republicano como Manuel Azaña, Niceto Alcalá-Zamora, José María Gil Robles y otros; a todos los trató con mucho afecto y cariño. Sin embargo, como nuncio le tocó protestar cuando veía que legislaban en contra de la Iglesia. Aun así, llegó un momento en que tanto la extrema derecha como la extrema izquierda empezaron a radicalizarse mucho. En su diario dice: «La situación de España es insostenible y va a explotar un día en una guerra civil» y, efectivamente, es lo que pasó. Trató, en la medida de los posible de contener los golpes, pero al final la situación ya no dependía de él.
Aun con esa gran capacidad de diálogo, supongo que no fue fácil mantener las relaciones entre el Vaticano y el Gobierno republicano. ¿Cuáles fueron sus principales obstáculos?
En el diario se queja de que vivía unos años muy duros, e incluso llama a su misión diplomática «mi funesta nunciatura», que le costó incluso enfermedades. Pasó momentos de mucha tensión, y hasta miedo de que asaltarán la nunciatura. El Papa le dijo: «Si ves que corre peligro tu vida, márchate y escóndete en algún sitio», pero no se llegó a ese extremo. Siempre procuró atenuar los golpes. Como representante pontificio buscó la concordia, aunque del otro lado quisieran un choque frontal. Pidió a los ministros republicanos que fueran más moderados en sus decisiones. Fueron cinco años de mucha tensión física, espiritual y humana, aunque hay que destacar que al final logró que no se rompieran las relaciones, que era lo que quería el Papa. Incluso consiguió que la Santa Sede mantuviera relaciones con la República durante dos años de guerra. El Pontífice Pío XI no reconoció al Gobierno nacional de Salamanca hasta el año 38, cuando ya era más clara la victoria de los nacionales.
¿Todos los católicos aprobaron su talante conciliador?
Le criticaron muchísimo. Hasta le decían que se había vendido a los republicanos. Pero es que había republicanos que eran católicos. Los grupos más extremos le acusaron de ser una persona que no defendía los derechos de los católicos ni de la Iglesia. Unas acusaciones totalmente falsas, porque Tedeschini trató siempre de mantener el equilibrio y no exagerar posiciones. También intentó moderar las posiciones de obispos radicales, como la del cardenal de Toledo, Pedro Segura, que era muy intransigente y que al final fue expulsado de España. Segura fue una de las personas que más molestó a Tedeschini en su entendimiento con el Gobierno de la República.
Su nunciatura fue enormemente compleja debido no solo al anticlericalismo político, sino también al anticlericalismo que mostró buena parte del pueblo español.
Tedeschini vivió esto como una auténtica tragedia. A partir del año 31 empezaron a quemar iglesias y conventos y protestó como pudo ante el Gobierno, que no había impedido esos actos violentos y tampoco había perseguido o castigado a los autores. Ahí se vio que media España no era católica, aunque todos estaban bautizados.
¿Qué significado tuvieron eventos trágicos como la huelga revolucionaria que organizaron los socialistas en octubre de 1934 en Asturias?
Ese fue el primer aldabonazo de lo que iba a venir después. Fue un intento de establecer en España una República soviética de base leninista; una revuelta, orquestada por socialistas y comunistas, contra el propio Gobierno de la República que ordenó su represión. El mismo Tedeschini y los políticos vieron que esto era el preámbulo de la guerra civil. De hecho, se logró controlar la revuelta, pero no se eliminaron los elementos que llevarían al enfrentamiento total. Tedeschini describe la situación en Madrid como un ambiente muy peligroso. Dice que no se podía «caminar por la calle, porque en los atentados caen muertos todos los días de uno y otro signo». Al final España se dividió en dos. Tedeschini predijo la guerra, pero jamás imaginó tanta crueldad en tan poco tiempo y la destrucción total de un ingente patrimonio histórico, artístico y documental que se perdió para siempre. Yo hablo mucho del «martirio del arte».
En la correspondencia entre Tedeschini con su amigo el cardenal Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII, hubo un elemento de autocrítica. ¿Está presente esto en sus diarios?
Tedeschini dijo literalmente que «la Iglesia se había volcado hacia las gentes de posición elevada y abandonado al pueblo, por lo que ahora se pagaban las consecuencias». Es verdad que, durante la monarquía de Alfonso XIII, la Iglesia estaba muy apoyada por la corona y el Estado. Los sacerdotes eran funcionarios y recibían sueldos estatales. La Iglesia vivía en un cierto estado de bienestar sin preocuparse demasiado del resto; esto, en términos muy generales, porque también sabemos la cantidad de obra social que la Iglesia lleva haciendo desde el siglo XIX. Después llegó la República, que no solo cortó el sueldo de los curas, sino que canceló la enseñanza religiosa, quitó el crucifijo de las escuelas, y hasta disolvió a los jesuitas.
¿Cree que Tedeschini vivió como un fracaso personal que, a pesar de sus esfuerzos de negociación, finalmente la Constitución de la República prohibiera la enseñanza a los religiosos y decretara la disolución de la Compañía de Jesús?
Él trato de salvar lo salvable en un contexto muy complicado. Intentó hacer lo posible por mejorar esa Constitución, pero no se podía conseguir más, porque la mayoría aplastante de las Cortes constituyentes la formaban los socialistas, que entonces eran los más radicales (tenían un ideario marxista-leninista inspirado desde Moscú) y los de derechas y la gente moderada no tenía representación, ni peso, ni influencia. Los socialistas llegaron al poder para acabar con todas las órdenes religiosas y para que la Iglesia no tuviera personalidad jurídica. Expulsar a los jesuitas fue el mal menor.