Tengo sed: este es el grito de más de 2.000 millones de personas en el mundo que no tienen acceso al agua en sus hogares. De esos tantos, casi 700 millones no tienen acceso a ninguna fuente cercana. La sed es una sensación que a todos los seres vivos nos acomete varias veces al día, pero, en el mundo desarrollado, la podremos calmar. Sin embargo, morir de sed o por consumir agua en malas condiciones es algo probable para miles de millones de empobrecidos.
Pero los problemas del agua no afectan solo a los países en desarrollo. También en Europa o en Norteamérica sufrimos las consecuencias de la desertificación galopante, de eventos extremos relacionados con el agua (el 90 % lo está), o de falta de agua relacionada con la ausencia de lluvias, el mal estado de las infraestructuras o el despilfarro del recurso.
Por todo ello, hoy debemos pararnos a pensar en la sed de las personas, de la tierra, de los seres vivos en un planeta azul, el planeta agua, en el que, a pesar de que solo un 3 % del agua que cubre la tierra es dulce y de esa, menos del 1 % está accesible para el ser humano, bastaría para abastecer a unos 13.000 millones de personas, casi el doble de la población mundial actual. Es, por tanto, muy importante tratar de entender las consecuencias de un mal uso del agua, de nuestra indiferencia cómplice en la escasez de agua para tantas personas en el mundo.
Las organizaciones de cooperación (Manos Unidas entre ellas), a través de las que la sociedad civil organizada trata de reclamar y contribuir a la construcción de un mundo más justo, promoviendo un desarrollo sostenible, humano e integral, denunciamos el reparto desigual, la mala gestión del recurso por parte de las autoridades competentes, y el consumo insostenible que practicamos sobre este bien frágil y escaso, sin el que no podemos vivir. Además, no queremos ni podemos dejar de considerar al resto de los seres vivos que con nosotros habitan el planeta, y a ellos también les afecta el problema del agua.
A modo de ilustración: cuando a los niños y niñas que viajan a España para pasar unos días, llegados desde campos de refugiados en África, les preguntan qué les gustaría llevarse a sus hogares, muchos dicen: «un grifo». El grifo resulta para ellos casi un elemento mágico. Puedes poner la mano encima y el agua sale. No hay que recorrer kilómetros, dejar de ir a la escuela, sufrir peligros, o calor o frío.
La falta de agua está relacionada con educación, salud, trabajo y paz. Según datos de Naciones Unidas, una de cada cuatro escuelas primarias en el mundo no tiene agua potable, por lo que el alumnado bebe agua no potable o pasa sed; de 700 a 1.000 menores de 5 años mueren cada día por diarrea consecuencia de beber agua insalubre o por falta de higiene al no tener acceso a un saneamiento adecuado. Y se calcula que, de aquí a 2030, más de 700 millones de personas en el mundo tendrán que desplazarse forzosamente por escasez grave de agua.
Estos datos se agravan si eres niña o mujer. Ellas son las encargadas de traer el agua en ocho de cada diez hogares. Y por eso, si eres niña es más probable que no vayas a la escuela; y si eres mujer, es casi seguro que tendrás que dedicar buena parte de tu día a proveer de agua a tu familia.
Qué podemos hacer cada uno
Pero el agua no es solo un bien, es fundamentalmente un derecho humano y, por eso, es tan urgente tomar ciertas medidas y cambiar aquellos comportamientos que no hacen sino agravar el problema. Probablemente, a ninguno de nosotros nos falte el agua para beber, ni para lavarnos cada vez que queremos, pero esto no puede justificar que tengamos unas pautas de consumo bastante irresponsables.
Podemos hacer mucho: podemos educar en conductas más respetuosas con el agua; consumir cuidadosa y responsablemente; exigir políticas más sostenibles y solidarias. Podemos intentar producir menos residuos y contaminar menos; mantener el agua y su acceso para beber, comer y asearse como bien público, del que nadie debe adueñarse ni sacar beneficios económicos para sí, sino buscando el bien común. Podemos apoyar a las organizaciones de cooperación, como Manos Unidas, que, a través de la educación para el desarrollo y el acompañamiento de proyectos, promueve el uso y reparto solidario del agua, convencidos de que entre todos podemos conseguir un mundo más justo y equilibrado, y donde todos podamos disfrutar dignamente de los bienes de la tierra y vivir en armonía con la creación. Creer en la vida, en el desarrollo sostenible y solidario, implica compartir la imperiosa necesidad de cuidar el bien más preciado que tenemos: el agua.
María José Hernando
Departamento de Estudios y Documentación de Manos Unidas