El descanso de la guerrera
Su compromiso con los migrantes que cruzan México le ha valido varios intentos de asesinato. La hermana Lety se recupera de sus heridas de guerra en España, donde recupera las fuerzas para continuar la batalla
Menuda y de aspecto frágil, la misionera scalabriniana Leticia Gutiérrez Valderrama ha aguantado imperturbable mientras intentaban quemarla viva, no una sino varias veces, en alguna Casa de Migrantes mexicana. El sacerdote Alejandro Solalinde suele recordar que, mientras sus propios colaboradores huían despavoridos, esta diminuta mujer se plantó en 2008 frente a la turba armada con bidones de gasolina que pretendía prender fuego a su albergue repleto de migrantes en Oaxaca.
Apenas un año antes, muchos recibieron con desdén su nombramiento al frente de la Pastoral de Migraciones en la Conferencia Episcopal. La hermana Lety, como se la conoce popularmente, impulsaría una auténtica revolución, poniendo en marcha una red nacional con un centenar de albergues católicos, uniendo fuerzas con grupos civiles defensores de los derechos humanos y promoviendo con ellos cambios legislativos de gran calado en el país.
Con ella se produjo un giro copernicano en el compromiso social del episcopado mexicano, viraje que ella atribuye a su gran valedor en aquellos años, Rafael Romo Muñoz, hoy arzobispo emérito de Tijuana. Son los años en que los obispos de Estados Unidos y de México comenzaron a unir sus voces en defensa de los migrantes. Más tarde se les unirían los obispos de Centroamérica.
Ni una palabra sale de los labios de la hermana Lety sobre su salida, cuando en diciembre de 2012 Romo fue reemplazado como presidente de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana. Otras personas se han encargado de contar lo que ella nunca quiso airear: en enero de 2013 los obispos pidieron la salida de la religiosa para evitar tiranteces con el nuevo presidente priista.
Sin lanzar ni un solo reproche, ella siguió al pie del cañón como secretaria técnica del Colectivo de Defensores de Migrantes y Refugiados, ofreciendo protección a los más vulnerables y llevando ante la justicia a mafiosos y funcionarios corruptos que se lucran con la explotación de migrantes. Labores similares a las que realiza Scalabrinianas: Misión para Migrantes y Refugiados, la organización que fundó en febrero de 2013.
La ayuda se despenaliza
Desde septiembre de 2018, la hermana Lety trabaja en España al frente de la Delegación de Migraciones de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara. «Pedí un momento de respiro», explicaba el pasado viernes, tras presentar en el salón de actos de Alfa y Omega el documental La cocina de Las Patronas, fruto de un rodaje de diez años sobre el grupo de mujeres que desafió la ley mexicana y las conciencias de todo un país al llevar bolsas de comida y agua a los migrantes que viajaban hacia Estados Unidos, jugándose la vida a lomos del tren conocido como La Bestia.
Esa situación de desprotección legal cambió en 2009. «Con el apoyo de muchas organizaciones, la Iglesia jugó un papel profético muy importante, y logramos que el Senado de la República modificara la legislación sobre migraciones». Hasta ese momento, recuerda, «podías ir a prisión por entrar sin documentos a México», según la antigua Ley General de Población, que impedía a estas personas presentar una denuncia ante la justicia o «nos tachaba a quienes les dábamos de comer como parte de la red de tráfico de seres humanos».
Gutiérrez Valderrama recuerda el caso de Concepción Moreno, «la señora Conchi», a la que un grupo defensor de los derechos humanos logró sacar de prisión en 2008 después de tres años (había sido sentenciada a seis) por dar de comer a migrantes en tránsito por Querétaro.
Ahí se dio cuenta de que «quienes realmente llevaban la respuesta de la Iglesia» en defensa de los migrantes no era la jerarquía, sino «personas individuales y grupos más o menos organizados de laicos», caso de Las Patronas. Y consiguió vencer muchas resistencias para que algunos obispos empezaran a ofrecerles su apoyo.
Poco después, llegaría a su pesar a una nueva conclusión. Y es que, pese a todos los avances legislativos que se promovieran, «al final del día, en la política migratoria de México, los Estados Unidos siempre rigen, igual que ustedes deben obedecer la línea que les marca Bruselas».
«Estúpida» guerra contra el narco
Ese sometimiento, cree, está en la raíz de la guerra contra el narco impulsada por el presidente Felipe Calderón (2006-2012), «una guerra estúpida, porque no la planeó», en la que «los migrantes pagaron un coste muy alto». «Los secuestros, las masacres, las desapariciones… de aquellos años fueron el preámbulo de la degradación inhumana que hoy, como sociedad, vivimos en México», añade.
Hasta entonces, para un migrante centroamericano atravesar México era un proceso relativamente rutinario. «Podían cruzar con el pollero [coyote] del pueblo, y más o menos era fácil calcular cuánto tiempo les iba a llevar». Con la guerra al narco, las mafias refuerzan su control sobre las rutas migratorias. Los días se convierten en meses, y los meses, en años. Y se dispara el número de secuestros, violaciones, extorsiones…
Para la hermana Lety se convirtió en una rutina recibir llamadas a cualquier hora del día porque «habían secuestrado a un grupo de 100, 200, 400 personas migrantes, con mujeres con niños incluidas», pidiendo a cambio de su liberación grandes sumas de dinero.
Lo más duro para ella era el reconocimiento de cuerpos después de una masacre. «El crimen organizado tenía que mostrar su poderío, y por eso nos asesina a 72 migrantes en agosto de 2010 y nos los deja desnudos», dice con la voz quebrada. «Y por eso nos asesinan a 193 migrantes en marzo de 2011 y nos los dejan al aire libre. Y todavía nos descuartizan a 49 migrantes en mayo de 2012 y nos los dejan colgados, porque es una forma de mostrar quién tiene el poder».
Las fosas del sexenio de Peña
Durante el sexenio de Peña Nieto (2012-2018) «las cosas no cambian; no es que dejara de haber muertos, pero la política de esos años fue invisibilizar todo. Hoy estamos empezando a descubrir fosas clandestinas, todo lo que en el sexenio peñista se ocultó».
También continuó la cacería contra los defensores de los derechos humanos, incluidas las Casas de los Migrantes. «Intentaron quemarnos varias veces, pero no era solo que la sociedad no quisiera a los migrantes; es que muchas veces los grupos criminales les empujaban a hacerlo», prosigue la hermana Lety.
Lo que sí cambió de una vez y para siempre gracias a ella y a otros activistas fue que estas vulneraciones de derechos humanos, durante un tiempo ocultas, llegaron a pleno conocimiento de la opinión pública. La neutralidad dejó de ser una opción. «Cuando escuchas testimonios como el de un migrante que te cuenta que estuvo secuestrado con otras 400 personas, y que a unos cuantos los pusieron en el centro y los apalearon hasta la muerte para que el resto viera lo que les ocurriría si intentaban escapar, solo alguien inhumano puede permanecer impasible. No eran cuentos, era la realidad que nos tocaba vivir, y cada uno tenía que dar su respuesta».
La suya fue jugársela sin medir las consecuencias. Hasta que el cuerpo y la mente le pidieron un descanso. El descanso de la guerrera, que la hermana Lety disfruta estos meses en España, donde recobra fuerzas para la batalla.