En su libro La Sociedad Internacional, el prestigioso jurista Truyol y Serra se refiere de manera muy positiva a la relación entre la doctrina social de la Iglesia y el derecho internacional moderno, así como a la contribución de la Iglesia en favor de la convivencia entre las naciones. En esa línea han escrito otros juristas como Carrillo Salcedo o Aguilar Navarro, para destacar el papel de la Iglesia como actor transnacional. Desde Benedicto XV este ha sido uno de los empeños de la Iglesia: fortalecer su carácter supranacional como reflejo de su universalidad. En los últimos tiempos quizás no haya sido necesario recordarlo. Pero, a comienzos de este 2019, ante un orden internacional incierto, no solo es necesario hacer memoria, sino que es urgente actualizarla.
Esta es una de las motivaciones del discurso que el Papa dirigió al cuerpo diplomático el 7 de enero. Francisco inaugura el año con la mirada puesta en la celebración centenaria de la Sociedad de Naciones. Aquella institución, pese a los fracasos innegables, nació con la vocación de erigirse en lugar de encuentro entre las naciones.
La Sociedad de Naciones abrió un camino que luego recuperó la ONU en pro de una diplomacia multilateral que hoy se ve amenazada por tendencias nacionalistas, una globalización uniformizadora y el creciente poder de grupos de interés alejados del bien común internacional. Por todo esto, y consciente de los riesgos de una comunidad internacional en la que impere el derecho a la fuerza en lugar de la fuerza del derecho, el Papa ha escrito un discurso programático, cuyo hilo conductor es el que Pablo VI dirigió a Naciones Unidas. «Derecho y justicia», «defensa de los débiles», «construcción de la paz» y «destino común» son las expresiones que ha usado Francisco para referirse a las claves de la diplomacia multilateral en la que confía la Iglesia. Las cuatro encajan perfectamente en los pilares que el magisterio propone para la constitución de una comunidad internacional basada en la convivencia. A saber: la verdad que exige reconocer que todas las naciones son iguales en derechos, la justicia que pasa por reconocer los mutuos derechos y por cumplir los respectivos deberes, la solidaridad que exige cooperar más allá de los límites de la propia nación y que se traduce en la defensa de los más débiles, pueblos y personas, así como la libertad que requiere el ejercicio sin trabas de la independencia y la autonomía de los estados.