Cuando los médicos recetan más vida de barrio
Expertos internacionales han compartido en Madrid experiencias de cooperación entre la administración pública y la sociedad civil para combatir la soledad
Son una figura frecuente en muchos barrios: personas mayores que parece que alargan el tiempo en las tiendas, o que acuden con demasiada frecuencia al centro de salud quejándose de cualquier problema. En muchos casos, su verdadera dolencia es la soledad. Otra cara del problema, más dramática, son quienes ante problemas de salud y movilidad, se aíslan y apenas salen de casa. Sin olvidar a los niños de la llave que pasan horas solos en casa, a personas vulnerables sin una red de apoyo, a adultos recién divorciados… Según datos del Ayuntamiento de Madrid, casi una de cada diez personas mayores de edad (el 9,8 %) sufre soledad no deseada; un dato, por cierto, más que aceptable en comparación con otras grandes ciudades de Occidente.
Intercambiar conocimiento y experiencias ante esta epidemia posmoderna era el objetivo del Foro Internacional sobre la Soledad, la Salud y los Cuidados, que el Ayuntamiento de Madrid organizó la semana pasada y al que acudieron representantes del Reino Unido —donde se ha creado un ministerio al respecto—, Dinamarca, Francia y Estados Unidos. Un punto en común de las iniciativas invitadas es la colaboración entre la administración pública y la sociedad civil.
Es lo que pretende el proyecto piloto Prevención de la Soledad No Deseada, que se ha puesto en marcha en el último año en los barrios madrileños de Almenara y Trafalgar. Mónica Díaz, jefa del Departamento de Estudios y Análisis del consistorio, explica que en la génesis del proyecto está la colaboración de los técnicos de las distintas áreas de gobierno y los vecinos, cuyas aportaciones van tomando forma en ideas como salidas a pasear o visitas portal por portal para comprobar que alguna persona está bien.
Cuenta con la colaboración de una veintena de comerciantes concienciados para detectar la soledad y animar a quienes la sufren a pedir ayuda. En Barcelona, un proyecto similar llamado Radars lleva diez años funcionando, y ya ha dado muy buen resultado en 34 barrios. En el caso de Madrid, cuando se detecta algún caso se le pone en contacto con psicólogos y educadores, que ya han atendido a unas 50 personas. Se les remite también a recursos públicos y privados ya existentes, como huertos ecológicos o actividades culturales. De hecho, cuando los médicos —un actor clave en esta red— diagnostican que una persona está sola, si «además de darle una prescripción médica, la derivan a las actividades y programas del barrio, tiene una eficacia mucho mayor», explica Díaz.
Una mirada comunitaria
Una de las entidades con las que se ha contado en el proyecto es el programa Final de Vida y Soledad que, coordinado por los Camilos, agrupa a 28 entidades (hospitales, residencias, domicilios y recursos asistenciales, además del Arzobispado de Madrid). «Hemos participado sobre todo en el proceso de reflexión, ayudando a pensar sobre salud y final de la vida» y ofreciendo experiencia en humanización, escucha, y voluntariado, explica Xabier Azkoitia, su responsable. Su aportación ha ayudado a sensibilizar sobre el enorme papel que juega la Iglesia en este ámbito. Una parroquia, por ejemplo, además de su labor pastoral «es promotora de salud social, emocional, espiritual… También los dispositivos sanitarios católicos. Entender esto ha sido fundamental» en todo el plan Madrid Ciudad de los Cuidados, en el que se enmarca el proyecto piloto.
Azkoitia, que conoce casos de colaboración similares en Sevilla, Vic (Barcelona) y Santurce (Vizcaya), pone en valor «que se promueva una mirada de atención comunitaria», no centrada solo en la intervención o en la dependencia, sino en «integrar los cuidados, en que las personas pertenezcan al barrio, en fomentar relaciones intergeneracionales y de interdependencia».
Un techo, dos generaciones
Veterana en este enfoque es la ONG Solidarios para el Desarrollo y sus programas de acompañamiento a ancianos y Convive. Este último pone en contacto a estudiantes con ancianos solos dispuestos a alojarlos gratuitamente en sus casas a cambio de ayuda y compañía. De este modo —revela Alfonso Fajardo, su director—, «los mayores se vinculan al proyecto vital de un joven y se mantienen más activos». Por eso, cree que este formato «debe convertirse en un modelo de política pública para el envejecimiento».
Y así está siendo. El Ayuntamiento, que apoya esta iniciativa desde 1995, ahora está apostando también por luchar contra la soledad mediante viviendas intergeneracionales, que se empezarán a construir en el primer semestre de 2019. La Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo, su dueña, concederá pisos por separado a personas mayores y a jóvenes. Y estos podrán beneficiarse de reducciones en el alquiler acompañando a sus vecinos a gestiones administrativas o al médico.
Azkoitia cree muy necesarias todas las iniciativas que «entrenen la mirada y visibilicen estas realidades. Un montón de entidades, como asociaciones de vecinos o de padres, están incorporando esta sensibilidad» centrada en los cuidados. Un ámbito en el que creyentes e iniciativas laicas pueden encontrar mucho en común para contrarrestar un funcionamiento de las ciudades que no facilita la convivencia; desde el urbanismo («¿Qué lugares de encuentro hay en nuestros barrios?») hasta las políticas sociales, horarios, o una mentalidad «que tiene como modelo al emprendedor en vez de al buen vecino» e incluso exige la movilidad laboral. «Las consecuencias de todo esto son enormes, y la doctrina social de la Iglesia lo lleva advirtiendo desde hace tiempo».
Rodrigo Moreno Quicios / M. M. L.
Según la Oficina Nacional de Estadística de Reino Unido, los británicos pasan un 29 % de su tiempo solos, un dato que ha empujado al Gobierno a nombrar un ministro para la soledad. A pesar de afectar a un alto porcentaje de la sociedad, pronunciar este término en Reino Unido supone romper un tabú. «Cuando decimos “soledad”, la gente sale pitando porque hay un estigma. Cuando nos piden ayuda, mucha gente lo que dice es que quiere “reconectarse”», señala Anne Callaghan, responsable de la Campaña para la Eliminación de la Soledad en Glasgow.
En esta ciudad escocesa «hay muchas personas que no conocen a sus vecinos y la soledad puede invadir a cualquiera», opina Callaghan. Quizá por ese motivo, un 93 % de los vecinos mayores de 65 años piensan que el aislamiento es más fuerte en estos tiempos que nunca antes, «pero no quieren decirlo para no suponer una carga».
Para afrontar esta situación, la Campaña para la Eliminación de la Soledad ha implementado varias medidas de choque. Una de ellas es el Servicio de Buenos Días, en el que, cada mañana, un equipo de telefonistas llama a los beneficiarios del proyecto y va creando vínculos con ellos.
También ha dado fruto la unión con otros grupos. Gracias a la colaboración entre esta campaña y la Asociación para la Discapacidad de Glasgow, todas las semanas un autobús recoge a las personas con movilidad reducida para hacer una escapada turística y facilitar que se relacionen entre sí. Un objetivo similar al que persiguen los chat cafes, establecimientos en los que todos los clientes están abiertos por norma a mantener una conversación y al que las personas solitarias pueden acudir con la certeza de que serán bien recibidas.
A través de estas pequeñas iniciativas, quienes se sienten solos pueden romper sus barreras en un entorno controlado pues, como revela Callaghan, «para salir de la soledad lo más difícil es dar el primer paso».
Aunque las iniciativas de acompañamiento suele centrarse en las grandes ciudades, los habitantes de zonas rurales también pueden beneficiarse de programas contra la soledad como el que ofrece en Francia el Movimiento Nacional contra la Soledad de los Ancianos. Más conocida por el acrónimo Mona Lisa, esta asociación está presente en 63 de los 101 departamentos de Francia, colabora con 461 organizaciones y cuenta con proyectos específicos en el valle de los ríos Loira, Orb y Sèvre Niortaise.
En estas zonas eminentemente agrarias y envejecidas, Mona Lisa «pretende visibilizar la solidaridad entre ciudadanos», explica Boris Callen, director del Centro Comunal de Acción Social de Floirac (Burdeos) y uno de los responsables de la asociación. Para lograr su objetivo, añade, Mona Lisa se sirve de equipos de ciudadanos «dedicados a la fraternidad que sirven para construir redes relacionales de proximidad y accesibles a todos que generen enlaces de barrio y cohesión social».
Este ideario se materializa en proyectos como el que Mona Lisa tiene en los cantones de Allègre y La Chaise Dieu. Junto a diferentes organizaciones sociales, la administración local y la congregación de los Hermanitos de los Pobres, Mona Lisa ha puesto en marcha una cafetería social itinerante que recorre el territorio en busca de las personas aisladas. «Nuestra idea no es sustituir a los amigos ni a los familiares –explica Callen–, pero los voluntarios aportan seguridad y reconocimiento e incentivan la participación».
En otros lugares, como el valle del Ondaine, un afluente del Loira, Mona Lisa también ha organizado laboratorios de ideas para acabar con el aislamiento, «una metodología de cooperación en la que los vecinos del territorio son los protagonistas y se organizan en reuniones públicas para informar, formarse y luchar contra la soledad».