Llegamos al final del curso, once meses al lado de aquellos que por circunstancias se encuentran en la periferia, esperando que una mano amiga los ayude a seguir adelante. Los que hemos optado por seguir a Jesús queremos ser esa mano tendida, ese ángel en la tierra que ayuda a caminar a aquellos que no cuentan en esta sociedad en la que se valora el tener en lugar del ser.
En el comedor Ave María intentamos que día tras día sientan cariño, acogida y calor esos hombres y mujeres que acuden con la esperanza de ser ayudados. Otros hombre y mujeres que han tenido mejor suerte que ellos abren su corazón y sus manos para ayudarles de una manera sencilla, cercana, concreta y amiga. Ellos, los 200 ángeles en la tierra, con su entrega generosa y desinteresada hacen posible que cada día se produzca en el comedor el «milagro de puertas que se abren para acoger y dar motivos para la esperanza».
Y como homenaje y agradecimiento a estos ángeles os transcribo el escrito de Francisco, un joven que lleva mucho tiempo acudiendo a nosotros:
«Dicen que los ángeles no bajan del cielo a la tierra, y yo esa opinión no la comparto porque he visto muchos aquí, entre nosotros. Son personas sencillas, siempre con una sonrisa abierta, desprendidas y generosas hasta donde sus posibilidades llegan. Basta acercarse al comedor Ave María para ver la labor que realizan. Nos guían en nuestro caminar y nos tienden su mano, ayudándonos a levantar. Sufren y padecen con nosotros y con su ejemplo nos alientan. Y yo, que soy agradecido, aprovecho esta ocasión para deciros lo que siento. Gracias por tanto afecto y cariño, por vuestro consejo e interés, y sobre todo por vuestra sonrisa. Con todo mi respeto estas líneas os escribe este amigo que os desea lo mejor del mundo y os pide que sigáis el camino de ser ángeles en la tierra para ayudar al caído».
El mundo, la sociedad, los pobres y necesitados siguen necesitando de vosotros. No os desaniméis; seguid generando vida y ganas de vivir convencidos de que «servir es la mejor manera de amar».