Hace casi 23 años que salí de mi casa un 1 de octubre para empezar mi andadura como misionera. Primero una experiencia en comunidad como discernimiento y después un tiempo de estudio. Así, año tras año, me fui alejando de mi ciudad natal, Madrid, y de la ciudad que me vio crecer, Granada. Primero Argentina, después Japón y ahora Corea del Sur, desde hace doce años.
En esta foto os presento a mis padres: Antonio y Ana. Porque detrás de cada misionero hay una familia. Parece algo de cajón, pero no podemos pasar por alto las cosas importantes al hablar de la misión y del día a día de los misioneros. Corremos el peligro de centrarnos en las actividades, las alegrías, las conversiones, los malos ratos, y podemos perder de vista las cosas más preciosas que siempre, en nuestra vida, pasan en lo escondido.
De mi padre, granaíno de pura cepa, heredé la generosidad y de mi madre, abulense de las Cabezas, el buen humor. Mi hermana Ana, que es también misionera en Filipinas, es la segunda de sus cuatro hijos y yo la más pequeña. Dios ha querido bendecir a mis padres con otros dos hijos que les han regalado seis nietos y, así, tanto en España como por todo el mundo, se extiende esa generosidad y buen humor que nos caracteriza como familia.
Si alguna herencia nos dejan los padres es el sabernos amados por ellos. El misionero pasa por muchos momentos en su vida, buenos y malos, y saberse siempre sostenido por el amor incondicional de los padres es una base segura. Esto se aplica, por supuesto, a cada persona y claro está que la resiliencia y buenas dosis de amor de Dios ayudan a superar muchos traumas y heridas del pasado. He visto y acompañado niños y jóvenes que se han tenido que poner delante de Dios con su grito de dolor y de rabia ante el abandono de sus padres o cosas peores. La psicología, la fe y la resiliencia unen sus manos amigas para hacernos superar cada una de las situaciones que nos han bloqueado durante la vida, y no hay nada que sea definitivo ni que el amor de Dios en Jesús no pueda curar.
En mi caso, como diría santa Teresita, el amor de Dios se aplicó de manera preventiva y como dice ella misma: «Cuando la persona se da cuenta de ello se encuentra en condiciones de amar hasta la locura» (Manuscrito A, 39). Pues bien, vaya aquí y de esta manera mi gracias a voz en grito a mis padres y hermanos por su enorme cariño y, con ellos, a todos los padres y hermanos de misioneros en el mundo entero.