Jóvenes y ancianos
Acompañar a los jóvenes a veces significa detenerse a hablar con ellos, pero también acelerar para ponerse a su ritmo
El Papa no quiere jóvenes domesticados sino verdaderos «profetas» con capacidad de «denuncia». Pero no hay futuro sin historia, suele apuntar Francisco. Quien no sabe de dónde viene carece de brújula para orientarse hacia dónde quiere ir. No existe así profecía. A lo sumo, nihilismo destructivo.
La gran preocupación del Papa con respeto a los jóvenes hoy es la ausencia de un acompañamiento por parte de los adultos, la falta de unos referentes claros que los ayuden a canalizar la rebeldía y el inconformismo que, para Francisco, son consustanciales a la etapa juvenil. No faltan problemas, comenzando por el desempleo y la precariedad juvenil, o –si se enfoca la cuestión desde la perspectiva del sur– las desigualdades económicas mundiales que obligan a millones de chicos y chicas a emigrar a otros países. Formar una familia en estas condiciones es toda una aventura, pero la tarea se convierte en titánica sin referencias de cómo las anteriores generaciones han afrontado los problemas de su época. Y esa falta de comunicación es hoy real. De ahí la propuesta del Papa de una alianza entre jóvenes y ancianos: «ancianos soñadores» –como el propio Francisco– que aporten su experiencia, perspectiva y profundidad. Se trata de los dos márgenes de la sociedad, los menos productivos. Pero una sociedad que se preocupara solo por la eficiencia, aparcando las grandes cuestiones de la existencia, estaría condenada al fracaso. Esto –advierte el Pontífice– es lo que amenaza con ocurrir en muchas sociedades, que al modo del famoso tren de los hermanos Marx se autodestruyen en su urgente necesidad de «más madera» para poder correr más y más rápido.
Acompañar a los jóvenes a veces significa detenerse a hablar con ellos. Pero también acelerar para ponerse a su ritmo. Esa reflexión se la dirige el Papa a los ancianos y también a la Iglesia, pidiendo un nuevo dinamismo que incorpore de forma más creativa la vitalidad juvenil. Con discernimiento y memoria, pero sin resistencias infundadas al cambio, simplemente por miedo o pereza a que las cosas empiecen a hacerse de nuevas maneras.