Mi admirado Pedro García Cuartango recordaba en su muro de Facebook que cuando Albert Camus murió al estrellarse con su coche, en enero de 1960, llevaba en su cartera La gaya ciencia, de Nietzsche. En ese libro se desarrolla el concepto del eterno retorno, la repetición del ciclo de la vida. Quizá los apasionados de las series de ficción, que se hayan topado con la bien publicitada por Netflix –ese gran hermano audiovisual cuya naturaleza es algo más que los algoritmo–, no hayan leído el citado libro de Nietzsche, que, querámoslo o no, sigue siendo el pensador que más influye en nuestro tiempo. Pues, bien, Altered Carbon, Carbono alterado, homenaje a Blade Runner, es la versión distópica de La gaya ciencia en gran parte de la trama y del drama. Creada por Laeta Kalogridis –atentos, 350.000 dólares de sueldo por capítulo–, y basada en la novela del mismo título de Richard Morgan con su detective Takehsi Kovacs, nos coloca en el siglo XXV, en el que la muerte ha dejado de tener futuro. Bueno, solo mueren los pobres y las personas religiosas, los neocatólicos, como se dice en la serie, quizá por eso de que la archidiócesis se lo tiene prohibido.
La muerte ha dejado de ser un problema para los ricos, que pueden clonarse, cambiar de funda –léase cuerpo–. Al fin y al cabo, es un poco complicado, diría cansino, eso de que las mentes, almas, a través de las pilas, estén constantemente cambiando de cuerpo. Para los ricos, por cierto, que viven en el Olimpo celeste, mientras lo pobres se manchan los zapatos con el fango, las relaciones, lo matrimonios, duran más de cientos de años. Y esto significa que hay que cambiar los modelos de relación y convivencia.
Pero volvamos al eterno retorno de Nietzche, porque la pregunta sigue siendo la misma: ¿Y el amor?, ¿y la justicia?, ¿y la libertad?, ¿y Dios? Capítulo tercero, conversación entre el rico, Laurens Bancroft, y el detective justiciero que se está ganando su libertad, Takeshi Kovacs. Afirma Bancroft que «Dios ha muerto. Y nosotros le hemos sustituido». Cuando Zaratustra descendió de la montaña, se sorprendió de que hubiera gente que todavía creyera en Dios. La reafirmación del valor de la vida como reformulación de la vida se topa con el sentido. De ahí que quien sufra sea Kristin Ortega, la joven detective, de origen hispano, con familia católica, que viene a ser en la ficción tejido de compañía humana. Inmortalidad y sentido entre pilas y fundas, un entretenimiento algo más que metafísico.