Pakistán es uno de los países del mundo más difíciles para ser cristiano, siempre que me asomo a las noticias sobre la vida de aquellos hermanos experimento una mezcla de opresión y apertura. Opresión por el clima de dificultad, incluso de peligro, que acompaña los hechos más cotidianos de su vida; apertura porque es imposible no preguntarse por la fuerza misteriosa que les empuja a estar presentes, a no rendirse. Todo esto me ha venido a la mente al leer las crónicas sobre la toma de posesión del nuevo obispo de Islamabad-Rawalpindi, Joseph Arshad, un pastor joven y valiente para ese rincón del mundo que no deberíamos olvidar.
«Cristo, Buen Pastor, sostiene en sus brazos a los cristianos de Pakistán, los consuela y da su vida por ellos». Son palabras del obispo Arshad durante el primer saludo a su nueva diócesis, y no son palabras retóricas si pensamos en la historia de sufrimientos y de testimonio heroico de los cristianos pakistaníes. Si miramos un mapa veremos que esta diócesis, que cuenta con alrededor de 200 mil fieles, se sitúa al norte del país; al este se sitúa la convulsa región de Cachemira, motivo de disputa permanente con el coloso indio; al oeste se encuentran las áreas tribales fronterizas con Afganistán, donde campan a sus anchas los talibanes.
Todo eso lo sabe bien Joseph Arsad, de 53 años, hasta hace unos meses obispo de Faisalabad y ahora transferido a Islamabad, la capital política del país. Desde el pasado noviembre es también presidente de la Conferencia Episcopal y de la Comisión nacional Justicia y Paz, comprometida en la defensa de los derechos humanos y en la lucha contra la discriminación de las minorías religiosas. De esta forma, además de realizar su ministerio pastoral en Islamabad, se convierte de hecho en el punto de referencia para toda la Iglesia en Pakistán. El peso de estas responsabilidades podría espantar a cualquiera, pero para él se trata sencillamente de la voluntad de Dios, manifestada mediante la decisión del Papa Francisco. Por cierto, los católicos de Pakistán saben que la unidad con el Sucesor de Pedro es cuestión de vida o muerte.
Aunque los problemas políticos y sociales, como el extremismo y el terrorismo, afecten a toda la nación, las minorías religiosas los sufren especialmente. Además la mayor parte de los cristianos vive bajo el umbral de la pobreza, muchos son analfabetos y no cuentan con una formación profesional adecuada. De esta manera permanecen en la marginación. Arshad no se muerde la lengua: «en esta situación, nuestra misión como cristianos es proclamar la Buena Noticia de Jesucristo en una tierra marcada por el extremismo, por la corrupción, por una injusta distribución de la riqueza, por un sistema judicial a veces injusto». También ha puesto el dedo en la llaga de las leyes que discriminan a las mujeres y a las minorías religiosas, como la perversa ley sobre la blasfemia. La intolerancia, el sectarismo y la discriminación han desvirtuado el rostro de la nación que soñó el padre de la independencia, Alí Jinnah.
Con tanto respeto como claridad, ha recordado al Gobierno que debe desempeñar un papel positivo para lograr un clima de tolerancia, paz, justicia, seguridad, e igualdad de oportunidades, porque sólo así Pakistán será fiel a su verdadera identidad. Conscientes de todo esto, para los católicos la alternativa está entre el gueto defensivo y la salida a campo abierto. «El Evangelio es nuestra aportación a la paz, a la estabilidad y a la prosperidad de nuestro amado país», ha dicho Arshad ante cinco mil fieles llegados de todos los rincones de Pakistán, que le han recibido con alegría, lanzando pétalos rojos sobre su cabeza.