En 1961, C. S. Lewis, uno de los grandes pensadores del siglo XX, escribió un desgarrador relato tras la muerte de su esposa. H (Helen) falleció de un cáncer de huesos y Lewis nos abrió su herida en esa joya titulada Una pena en observación, que Richard Attenborough llevaría años después al cine en la inolvidable Tierras de penumbra, con Anthony Hopkins rebosante de dolor y de luz.
Ceniza, desde el pasado día 9 en el Teatro Fernán Gómez, observa una pena similar, por desgracia sin rozar siquiera la hondura de la obra de Lewis. Dos hombres, Ramón padre (Guillermo Montesinos) y Ramón hijo (Antonio Campos) se reencuentran en la casa familiar para ajustar cuentas y lavar los trapos sucios. Vuelven al hogar, por decir algo, con las cenizas de Consuelo (la madre) en una urna funeraria.
La obra de José Pascual Abellán plantea bien los interrogantes, pero acaba en el sumidero del desconsuelo y la desesperanza, arrastrada por una historia que, como los propios personajes, termina por viajar a ninguna parte. El edificio se viene abajo, como un castillo de naipes, como las vidas de los Ramones, incapaces de reconciliarse ni de todo lo contrario. Así, entre infusiones, música, alcohol, colecciones de cosas apiladas y personas confundidas con las mismas cosas, encallamos en la orilla, mientras los dos personajes-náufragos intentan asirse a alguna tabla. Nada de nada. Sólo escenas trufadas de gritos y palabras soeces. Todavía hay autores que creen que decir muchas veces «joder» y «coño» le da una pátina de modernidad a la obra.
El intercambio de golpes entre padre e hijo es desigual, por la misma talla dispar de los actores; los diálogos con la muerta, tremendamente superficiales. Hay ocasiones en que apuntan hacia un mal plagio de Cinco horas con Mario, pero ni eso. Todo queda enterrado entre cajas que se amontonan para no tener que acumular recuerdos, y ahogado por el tic-tac de los relojes como evidente metáfora. El tiempo pasa, las cosas pasan y no sabemos por qué pasan, repite el padre, en un resumen perfecto de lo que se nos ofrece en el escenario. Es lo que sucede, en fondo y forma, cuando se parte de la convicción de que todo es materia: que todo se deshace, que se convierte en ceniza, y que no somos incapaces de saber por qué.
Especialmente penosos son los momentos de supuesto humor negro, a costa del cáncer de la difunta, la retahíla de chistes (del tipo «Consuelo estás hecha polvo») en que se convierte la función cuando ya no tiene nada más que contar, la frivolidad con que se trata el tema del alcoholismo, y las escenas de mofa de la Eucaristía, de esas que, amparadas bajo una malentendida libertad de expresión, siempre apuntan hacia los mismos.
Se salvan la escenografía, donde ayuda mucho la sala pequeña y el hecho de que el público esté a un metro de los actores, metido de lleno en el salón de la casa; y un Guillermo Montesinos al que no vamos a descubrir ahora, un actor notable, que en este caso, aunque sea cargando con una obra menor, disfruta en un papel que le permite diferentes registros. Lo demás: polvo, ceniza y nada. Una observación, que a diferencia de la de Lewis, pasará sin pena ni gloria.
★★☆☆☆
Plaza de Colón, 4
Colón, Serrano
ESPECTÁCULO FINALIZADO