El hombre-dios, contra Dios-hombre
«En última instancia no hay más que dos clases de personas, las que dicen a Dios: Hágase Tu voluntad; y aquellas a las que Dios dice, a la postre: Hágase tu voluntad». Con esta claridad expuso C. S. Lewis, en El gran divorcio, el terrible drama al que se enfrenta la libertad humana cuando prescinde de Dios. Referencia ineludible sobre esta cuestión es la novela Los demonios, de Dostoyevski. Partiendo de ella, Joan Pergueroles analizaba el problema en la revista Espíritu: cuadernos del Instituto Filosófico de Balmesiana (N. 130, 2004). Éste es un fragmento de su artículo Dostoyevski, Newman, y otros textos:
Acerca de la libertad son posibles dos tesis opuestas: la atea y la cristiana. El pensamiento ateo afirma que, si hay Dios, no hay hombre, no hay libertad humana. El pensamiento cristiano afirma exactamente lo contrario: si no hay Dios, no hay hombre, sólo Dios hace posible la libertad humana.
Kirilov [personaje de Los demonios], como Sartre más tarde, niega a Dios, para poder afirmar al hombre. Su tesis, desconcertante, pero terriblemente lógica, es ésta: la libertad absoluta implica el suicidio. «La libertad completa existirá cuando sea indiferente vivir o no vivir… Aquel a quien le dé igual vivir o no vivir será el hombre nuevo. Quien venza el dolor y el miedo será Dios. Y el otro Dios no existirá… Si Dios existe, toda la voluntad es suya y yo no puedo escapar a su voluntad. Si no existe, toda la voluntad es mía y yo estoy obligado a mostrar mi libre albedrío… Me creo en la obligación de pegarme un tiro, porque el punto culminante de mi libre albedrío consiste en suicidarme».
Cuando una lógica rigurosa desemboca en el absurdo, es que parte de principios falsos. Una libertad absoluta en un ser no absoluto es imposible, se destruye a sí misma. Orestes, en Sartre (Las moscas), cuando proclama su absoluta libertad, se ve abocado a una aporía, distinta de la de Kirilov, pero no menos absurda: una libertad absoluta es una libertad nula, impide la elección, porque cualquier elección eliminaría aquella supuesta libertad ilimitada.
Notemos una diferencia en la idea de libertad absoluta entre Kirilov e Iván [otro personaje de la novela]. La libertad absoluta que deduce Iván de un ateísmo coherente, es una libertad para el crimen: todo es lícito, desaparece el valor y la obligación moral. La libertad absoluta que postula Kirilov es una libertad para el bien. Kirilov es el santo ateo. En el pensamiento de Kirilov, la libertad absoluta de suyo no implica el suicidio. Pero en el primer hombre libre sí. «Soy un desdichado porque me veo en la obligación de manifestar mi libre albedrío… Me mato para demostrar mi rebeldía y mi nueva y terrible libertad».
Kirilov muere, como Cristo, para salvar a los hombres. Pero su salvación es contraria a la de Cristo. Muere para liberar a los hombres, de Dios. «La muerte voluntaria de Kirilov no es la del Gólgota, que aporta la salvación -escribe N. Berdaiev-. Cristo ha cumplido la voluntad de su Padre, mientras que Kirilov la suya, afirmando su personalidad. A Cristo le crucifica este mundo, mientras que Kirilov se suicida. Cristo abre la vida eterna en otro mundo, y Kirilov pretende eternizar la vida de éste. El camino de Cristo pasa por el Gólgota, y el de Kirilov acaba con su muerte. La muerte triunfa en el Hombre-Dios, porque el único Hombre-Dios inmortal ha sido el Dios-Hombre».
Horkheimer, en un volumen de homenaje a su amigo Adorno, escribe: «Es inútil querer salvar un sentido incondicional sin Dios… Sin referencia a lo divino, pierde su gloria la acción buena, la salvación del injustamente perseguido… Al permitir los teólogos protestantes progresistas que incluso el desesperado pueda llamarse a sí mismo cristiano, ponen en paréntesis un dogma sin cuya vigencia carece de sentido su propio discurso».
Joan Pergueroles