Simplemente, un niño
Eunice Kennedy fue una de las hermanas del presidente norteamericano. La más brillante en una familia fuera de lo común, y también la más comprometida con los débiles
Eunice Kennedy fue una de las hermanas del presidente norteamericano. La más brillante en una familia fuera de lo común, y también la más comprometida con los débiles. A otra de las hermanas, Rosemary, le practicaron una lobotomía para curar sus problemas mentales. La operación fracasó y sus padres la internaron de por vida. Eran otros tiempos.
La enfermedad de Rosemary despertó lo mejor de Eunice, dedicada a partir de entonces a las causas sociales. Una de sus iniciativas más señaladas son las Olimpiadas Especiales, donde participan deportistas con discapacidad intelectual. Hace unos días algunos de estos atletas visitaron al Papa en el marco de un congreso sobre la inclusión de discapacitados en la vida parroquial. Con ellos viajaba Bridget Brown, una estadounidense con síndrome de Down. Bridget le entregó a Francisco una carta donde le decía que formaba parte de la que probablemente será la última generación con Down, compuesta hoy por seis millones de personas y en permanente descenso debido al aborto. En el Reino Unido, por ejemplo, se elimina al 90 % de los fetos diagnosticados con esta dolencia, en Dinamarca al 98 % y en Islandia… En Islandia prácticamente al 100 %, pese a que el diagnóstico prenatal falla en uno de cada diez casos.
El miedo paterno pesa mucho: ¿Seremos capaces de criarlo? ¿Le aceptará su entorno? ¿Qué ocurrirá si fallecemos antes que él? Ese temor es comprensible si vives en una sociedad que esconde a los débiles y cuestiona su dignidad. Por eso las familias necesitan apoyo psicológico y, según los casos, espiritual. Ahora bien, sobre todo precisan conocer a niños con síndrome de Down, a sus familias y profesores. El contacto les descubre que sus hijos podrán vivir con plenitud, trabajar, estudiar e incluso cuidar de otros. Que podrán amar y ser amados. Ciertamente, su vida será más difícil pero de nuevo la familia –en sentido amplio– y la comunidad juegan un papel clave si transmiten un mensaje de esperanza: «No estáis solos. No os avergoncéis. Os ayudaremos».
Las mismas palabras que se dicen a los padres de un niño del que han abusado, o han mutilado, o está enfermo. Un niño de las periferias existenciales y sociales. Simplemente, un niño.