Tender puentes en Cataluña
La Iglesia tiene un juicio moral claro sobre el nacionalismo, sin caer en el extremo opuesto de negar las particularidades culturales
El ruido que han podido hacer los pronunciamientos ideológicamente segados de algunas entidades o personalidades católicas no debe ocultar la realidad del imponente aunque silencioso trabajo realizado en las últimas semanas por la Iglesia en Cataluña. «Es injusto –decía un obispo catalán a este semanario– decir que no hemos hecho nada». La Iglesia está actuando como debía: tendiendo puentes y promoviendo la concordia. Sin dejar de decir lo que corresponde en temas como la defensa de la legalidad, pero en un tono que no provoca el efecto opuesto al deseado. Con católicos posicionados a uno y otro lado, más urgente es incidir en esa fe común que trasciende las diferencias políticas.
Mención especial merece el cardenal Omella, hombre de la máxima confianza del Papa, quien acaba de recibirlo. Al ejercer de pastor de unos y otros, el arzobispo de Barcelona lleva semanas haciendo realidad esas palabras que dijo desde Roma después de que los partidos independentistas proclamaran la independencia de Cataluña y el Senado respondiera aprobando la aplicación del artículo 155 de la Constitución: «Amo profundamente Barcelona y Cataluña. Son gente maravillosa. Y amo también España y amo la Europa a la que pertenecemos».
El purpurado participó el fin de semana en un congreso sobre la aportación del cristianismo a la construcción de la Unión Europea en el que la cuestión catalana estuvo muy presente. La mención más rotunda la hizo el secretario para las Relaciones con los Estados del Vaticano, el arzobispo Gallagher, quien afirmó que «el nacionalismo no sano se debe siempre rechazar». La propia integración europea surgió como respuesta a los excesos del nacionalismo en Europa. La Iglesia, gran defensora desde sus inicios del proyecto comunitario, tiene un juicio moral claro sobre esta ideología, sin caer en el extremo opuesto de una uniformidad asfixiante y negadora de las particularidades culturales, en las que ve una fuente de riqueza para el continente. Ese es el discurso que necesita oírse hoy por parte de los católicos. Responder visceralmente a las provocaciones del nacionalismo es contraproducente y solo sirve solo para alimentar la confrontación en un momento en el que se necesita sobre todo serenidad.