El pasado sábado, 15 de octubre, peregrinamos a Canelos, donde germinó la primera semilla de la evangelización en esta tierra amazónica de nuestro vicariato de Puyo. Recordamos así el espíritu de las misiones populares: somos el pueblo de Dios en marcha, Iglesia en salida, y por ello hemos salido de nuestras parroquias, unidos, para agradecer los 130 años de fe de este pueblo, labrada por tantos misioneros que han dado –y dan– su vida y entrega generosa.
En sábado, día mariano, y en este mes de octubre, mes misionero, llegamos acompañados de María hasta el templo remodelado de Canelos, y llenos de esa alegría misionera que da el anunciar el Evangelio. Si pudiéramos oír en el eco del viento que envuelve este lugar, las palabras nos hablarían de ese sueño de Dios sobre estos pueblos indígenas que nos rodean; nos hablarían de esos misioneros que vivieron aquí, que caminaron por aquí y dejaron sus huellas. Como las del padre Leoncito, misionero hasta los huesos, que desde aquí salía a la selva, cruzando ríos y evitando fieras y peligros, para visitar comunidades y encarnarse en sus culturas, a las que dejaba ese amor y esperanza divina que le dieron fama de santidad.
En el eco de este suelo podríamos escuchar las voces de misioneros intrépidos y valientes, como fray Álvaro Valladares, que salió desde aquí con un puñado de indígenas para fundar Puyo. Y de tantos otros que dieron la vida: frailes, sacerdotes y religiosas que pasaron dejando huellas misioneras.