Donde dos o tres están reunidos en mi nombre
XXIII Domingo del tiempo ordinario
Si algo configura de manera peculiar la vida de los cristianos en la Iglesia es el carácter comunitario. Sin embargo, no es esta una cualidad exclusiva de nuestra fe. Desde que venimos al mundo estamos en relación con otras personas. Primero en el ámbito familiar y, progresivamente, nuestro círculo social se va ampliando hacia el resto de parientes, amigos o compañeros de trabajo. Puesto que la vida eclesial no es ajena a las dimensiones del hombre, la Palabra de Dios tiene algo que decir sobre el modo de conducir nuestra vida en relación con el resto de miembros de la Iglesia.
Ciertamente, donde hay distintas personas existen diversos pareceres, y no solo eso, sino que es posible sufrir y causar ofensas hacia los demás. Además, la vivencia social de la fe lleva a orar juntos. Por eso, el Evangelio de este domingo se refiere también a la relevancia de la oración comunitaria. Jesús nos explica, en primer lugar, qué hacer ante la ofensa de un hermano y, en segundo lugar, la eficacia de orar juntos.
La reconciliación con el hermano
El amor al prójimo aparece como la raíz de la estabilidad social. San Pablo afirma en la segunda lectura que «el que ama ha cumplido el resto de la ley». La caridad fraterna implica un sentido de responsabilidad recíproca, de modo que, si mi hermano peca contra mí, debo actuar movido por la caridad y no por el principio de acción y reacción, que a menudo es el movimiento que instintivamente surge. No es admisible, por lo tanto, la venganza. Pero tampoco Jesús defiende, en principio, el silencio ante una ofensa recibida. La primera lectura de la Misa dice: «A ti te pediré cuenta de su sangre», refiriéndose a quien no ha advertido al malvado que cambie de conducta. Las palabras del Señor van dirigidas a concretar el amor al prójimo en la reconciliación con el hermano, tal y como escuchamos en el versículo del aleluya: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, y ha puesto en nosotros el mensaje de reconciliación» (2 Co 5, 19). La búsqueda del encuentro con el hermano debe llevar, primero, a hablar con él a solas. Esta acción ha de estar animada por el amor y no por el deseo de ofender al hermano públicamente, sino por buscar la paz de un modo discreto. Se quiere, ante todo, el restablecimiento de unas relaciones verdaderamente fraternas, tratando de ganar al hermano. Con todo, ello no significa minusvalorar la ofensa realizada; de hecho, el Evangelio utiliza la expresión «reprender», lo cual se refiere a una desaprobación clara hacia lo que alguien ha hecho o dicho.
Jesús sabe que, por la terquedad humana, con frecuencia el hermano no aceptará nuestra corrección fraterna. En ese caso se nos sigue pidiendo discreción y que busquemos a dos o tres personas para que puedan ayudar a la reconciliación, y, de no tener éxito, ponerlo en conocimiento de la Iglesia. Únicamente si no entra en razón, tras haber intervenido la comunidad, puede considerarse como un pagano o un publicano.
La oración comunitaria, fruto de la caridad
Sin quitar valor alguno a la oración personal, el Señor destaca la eficacia de la oración hecha en común a través de esta afirmación: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos», añadiendo que donde dos o tres están reunidos en su nombre, allí está Él en medio de ellos. Así pues, la grandeza de la oración comunitaria no nace de un mero vínculo sociológico entre amigos, compañeros, familiares o conocidos, sino de la acción de Dios a través de Jesucristo. Él no está en medio como uno más, sino como el que con su presencia dirige y guía a la comunidad reunida en su nombre.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».