Si en lugar de escribir, cantara: Hola don Pepito…, todos me responderían …hola don José. Nos preguntaríamos luego si ya pasamos por casa y si vimos a la abuela. Es la ventaja de que todo el mundo conozca a esos dos tipos requetefinos, a esos dos tipos medio chiflaos.
Si en lugar de escribir, cantara: La gallina Turuleca…, todos me responderían …ha puesto un huevo, ha puesto dos, ha puesto tres… Ya se sabe que a la pobrecita hay que dejarla poner diez. Y si, como Dios manda, hubiera empezado educadamente, y a pleno pulmón les hubiera preguntado: ¿Cómo están ustedes…?, estoy seguro de que, incluso los que anden quejosos, hubieran esbozado una sonrisa y hubieran respondido que bien, o que bieeen, o a lo mejor que bieeeeeeeen, en cualquier caso con todas las eeeeeeeeeees de las que fueran capaces.
¿Con qué imparcialidad crítica quieren que analice un espectáculo que forma parte del caudal emocional de todos los niños que ahora tenemos 40 años? Yo calzaba pantalones cortos y merendaba bocatas de chorizo en casa de mis abuelos. Jugaba en la calle a las chapas y al fútbol, devoraba cómics de Tintín y Asterix e ignoraba la tele. ¿Toda? No. Había una poderosa excepción: un grupo de payasos que imaginaba en rojo y con los que reía y cantaba en blanco y negro. La familia Aragón, «los payasos de la tele», han estado siempre ahí, nunca han dejado de tratarnos de usted, nunca hemos dejado de confirmarles que sí, que, a pesar de todos los pesares, estamos bien.
Por eso, porque aun en tiempos de tribulación, estos señores nos han enseñado a escribir Payaso con mayúscula, hay que quitarse el sombrero, ponerse la narizota y disfrutar con Fofito, Rody y Mónica Aragón en el musical que se puede ver, desde el 9 de febrero, en el Teatro Nuevo Apolo, una producción de Arequipa, con Carlos Sobera, entre bambalinas, al cargo de la producción ejecutiva.
Les picará la nariz hasta que ya no lo puedan resistir, conocerán a Susanita, la del ratón, y viajarán en el auto de papá en busca del perro perdido; un precioso perro Labrador, un perro de verdad, que, con perdón del resto del elenco, es el mejor actor que hay sobre las tablas. La historia, un poco forzada para ponerse al servicio de las conocidas canciones, nos cuenta las aventuras de Mónica, una niña que está triste porque se le ha perdido Pamplinas, su perro del alma. Sus padres no le hacen caso, porque están demasiado ocupados en sus asuntos, pero es entonces cuando acuden al rescate los payasos de la tele, que salen de un viejo televisor para ayudar a la niña. Todo es una invitación a la alegría, a los valores familiares más genuinos, a superar las dificultades con imaginación y buen humor. Todo es una gracia. Si se tiene fe, como dicen los payasos, hasta es posible que caigan las soluciones del cielo.
Es verdad que el musical es mejorable, que gana con los acústicos, en directo, de Fofito y Rody, y que flojea con la música enlatada. Es verdad que la historia queda supeditada a las canciones y que uno tiene la sensación de que el aplauso está ganado de entrada, pase lo que pase en el escenario. Pero sobre todo es verdad que abuelos, hijos y nietos nos lo pasamos en grande durante hora y media. Reímos, cantamos, bailamos y hasta nos emocionamos con el homenaje final a Gaby, Fofó y Miliki. Puestos en pie entonamos aquello de que «no hay nada más lindo que la familia unida, atados por los lazos del amor». Atrévanse a cantarlo sin pudor, y si entre el público hay algunos a los que todo esto le parece un poco ñoño, pregúntenles sin miedo: ¿Cómo están ustedes?. A ver qué les responden.
★★★★☆
Teatro Nuevo Apolo
Plaza Tirso de Molina
Tirso de Molina
OBRA FINALIZADA