Santa Teresa, una mujer actual
Teresa de Ahumada, Teresa de Jesús, era ya en vida una persona célebre. Lo inusual de su trayectoria, la singular forma de entender la vocación femenina en un siglo donde la mujer tenía poca relevancia social y, sobre todo, religiosa, y su genuina forma de vivir, crearon, sin ella buscarlo, un hito que sigue en pie y nos llega intacto al siglo que estrenamos. Al cerrar las páginas del siglo pasado tan lleno de avances y logros, en especial para la mujer, es bueno traer a la memoria en la nueva era las vidas de mujeres que, como Teresa de Jesús, hicieron caminos, que desde otras épocas han llegado hasta nuestros días.
¿Por qué nos interesa hoy santa Teresa? ¿Por qué la consideramos una mujer actual? Innovadora de costumbres de mujeres y varones, en aquel siglo por excelencia machista, escritora, fuerte frente a la adversidad, obediente hasta extremos heroicos, sobria, amiga fiel, con fino humor, alegre en la pobreza, libre… Su amor a la naturaleza, al campo, al agua, a las flores y a la belleza… hacen de ella una personalidad completa que seguirá siempre interesando.
Teresa es la respuesta eterna a la duda sobre el sentido y el destino de todo ser humano, en aquel siglo de místicos y… en éste, racionalista y técnico por excelencia. El resplandor de su mística deslumbró, hasta hace poco, a observadores y estudiosos de su figura.
Su vida, libre de ataduras, estará sin embargo marcada por la obediencia, y por esa obediencia escribirá, testimoniando su caso personal, el Libro de la Vida; transmitiendo sus enseñanzas, el Camino de Perfección; y llegando finalmente a la plenitud de su amor con Dios, Las Moradas. Se ha dicho que el Libro de su vida, su autobiografía, es el primer libro escrito en lengua castellana que, siendo de mujer, entra en el patrimonio cultural de Occidente. Cuando salga a recorrer los caminos de Castilla y Andalucía, al tiempo que se enfrenta a las dificultades de fundar sus diecisiete conventos, le dará tiempo a escribir, en un estilo directo, lleno de imágenes vivas, precursor del periodismo actual, el Libro de las Fundaciones. Teresa sólo dejará de escribir este diario de viajes cuando, en pleno camino, se pare para siempre su corazón.
Para poner en obra lo de dar contento a Dios, arriesga su vida en proezas y hazañas, al estilo trepidante de las actuales películas de acción; al recorrer miles de kilómetros fundando sus conventos en pobreza, pero con determinada determinación de no detenerse por contratiempos inesperados, que fueron muchos. Con su continua falta de salud, de la que habla con humor y paciencia y haciendo uso de su confianza de mujer comprometida, en una ocasión se queja con rigor al Esposo, como en aquél su primer viaje a Medina, donde una mujer sin blanca y contando sólo con Dios no recibió Su apoyo: «En Medina no me hablasteis», le dirá más adelante.
Sin más red de información que la de aquel mundo cambiante de la Edad Media a la Moderna, Teresa sorprende a sus superiores y amigos, incluso alguno se mosquea, por la continua información que recibe y transmite. 400 años antes de entrar en la red de Internet, una monja de clausura sabe sobre política, descubrimientos, leyes, comercio, cambios sociales y económicos, en una palabra, sobre lo que pasa en el mundo, siguiendo muy de cerca los cambios que tanto afectaron a sus negocios.
Si en lo espiritual trató y consultó con teólogos de elevado nivel, en lo terreno aprendió de los mejores banqueros y comerciantes el arte de utilizar los bienes temporales con mano hábil. Para sus conventos buscará la supervivencia institucional y económica, porque a sus mojas quiso pocas y pobres, y siempre libres de problemas materiales para rezar en paz.
Ella se encargaría de la economía, no sólo de sus casas de monjas y frailes, sino manejando también el fondo de inversiones de sus hermanos, demostrando su excepcional agudeza en los manejos de dineros, rentas, préstamos, inversiones y compras. El libro de cuentas que se conserva en el monasterio de San José, en Medina del Campo, es un ejemplo único de esta mujer innovadora, práctica y eficaz.
Pero el mejor espejo donde refleja su inteligencia y dotes femeninas extraordinarias para la comunicación será, sin duda, en sus cartas. De alma abierta, se reconoce sin embargo amiga de soledad, y lo es, pero a su vez tiene un gran sentido de la amistad. Necesita de los demás para asesorarse, convivir y actuar. Se retira del mundo al dejar el monasterio de la Encarnación y se sumerge en Dios, desde donde brota una comunicación aún mayor con su familia, teólogos, monjas, amistades, nobleza y familia Real.
Mientras encierra su alma en la mística del Castillo interior, llega al apogeo de sus cartas. «¡Estas cartas! Me mata tanta barahúnda», dice, pero también reconoce que «lástima es que no sé acabar». Cuando escribe, bromea, riñe, pide, receta, aconseja, ama y hasta psicoanaliza. En una de sus cartas a María de San José, Priora de Sevilla, se retrata sin rubor: «Bien veo que no es perfección en mí esto que tengo de ser agradecida, debe ser natural, que con una sardina que me den, me sobornarán».
El siglo XXI se cuestiona el papel de la familia en la sociedad, y el de la mujer en la familia. Teresa nos sugiere una respuesta. Con delicada sutileza, al abrir el Libro de su vida, su autobiografía, en plena experiencia religiosa, uniendo humanidad y misticismo, deja brotar de la pluma sus más íntimos recuerdos familiares. «Era mi padre aficionado a leer buenos libros… Mi madre, con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella… Éramos tres hermanas y nueve hermanos»…
Es sorprendente que, en nuestro siglo, los grandes maestros del idioma se hayan afanado en descifrar el estilo literario de esta mujer. ¿Cuál es el secreto de que su manera de decir tenga tanto encanto?
Quizá mejor que nadie la Santa ha definido su forma de escribir, coloquial y realista, en el prólogo de su Castillo interior. Allí dirá: «Iré hablando con las lectoras (sus monjas) en lo que escribiré».
Con esta forma de dialogar espontáneamente con el lector, escribe de un tirón, sin mirar atrás, sin corregir y sin titubeos de pluma. Como si, a distancia de cuatro siglos, siguiese hablando con los lectores de hoy.
Si en los siglos cercanos a su muerte, especialmente durante el período barroco, se admiró su mística, el XIX la convirtió en popular por su campechana naturalidad de encontrar a Dios entre los pucheros de su cocina…
El tiempo actual la redescubre, en la elegancia misma de sus escritos, como educadora, economista, trabajadora incansable, viajera infatigable, enferma y enfermera a un tiempo, todo ello vivido con profunda interioridad, en fin mujer femenina que no feminista.