Escribía en el anterior artículo que el episcopado venezolano ha respondido con autoridad evangélica a la cruel dictadura que ha destruido esta hermosa nación. La última demostración es el comunicado final de la 43 Asamblea extraordinaria de la Conferencia Episcopal Venezolana, donde se le da un no rotundo a la estrategia del Gobierno y se apoya la resistencia pacífica del pueblo. No estamos ante un enfrentamiento entre oficialistas y oposición. Esto es una batalla –ante todo– moral y espiritual.
La historia reconocerá el aporte de los obispos. El problema está en los que debiéramos ser los ejecutores primeros de este magisterio: los fieles bautizados, tanto laicos como ministros ordenados. Estamos en un plano sustancialmente inferior de comprensión del problema y sin estrategias apostólicas que permitan la transformación de la sociedad de acuerdo al plan de Dios. No existe tampoco articulación en el laicado. La conclusión es que no estamos siendo esperanza ni alegría para un pueblo tan castigado. No somos sal ni fermento.
Al lanzar este duro juicio excluyo el testimonio personal de miles de católicos anónimos que aportan gran sacrificio, generosidad y luz en las situaciones concretas y cotidianas. Esto es invalorable y es el Reino en acción. Sin embargo, no podemos engañarnos pensando que es suficiente. La Iglesia lleva más de un siglo repitiéndonos la necesidad de que el laicado se forme, se organice y actúe con una estrategia apostólica que conlleve la transformación de las realidades temporales.
¿Por qué no se hace? El Papa Francisco ha apuntado las causas principales de este problema: clericalismo y mundanidad. Muchos ministros ordenados somos un verdadero tapón para la promoción de un laicado militante. Preferimos sacristanes. Por eso, en Venezuela como en otros lares, demasiados clérigos no entienden el don de los movimientos apostólicos. No conciben que puedan asumir sus organizaciones sin pasar por el estrecho aro de los planes parroquiales o del pastoralista de turno.
A la par, nos encontramos con la falta de planes de formación y adecuados a la misión seglar. Está de moda un espiritualismo neoprotestante que quiere llenar el vacío del secularismo de las décadas anteriores. Todo ello aderezado con el miedo a parecer radicales, lo que nos lleva a aceptar lo que venga de los medios de comunicación. Mundanidad.
Puede que les parezca pesimista. Todo lo contrario. Estoy convencido de que la Iglesia de los pobres es la esperanza y que ella seguirá siendo luz de las gentes. A pesar de muchos de nosotros.