Chagall y el Rey David
Se ha cumplido, este mes de julio de 2012, el 125º aniversario del nacimiento de Marc Chagall. Este pintor es, ante todo, un artista de la memoria, la de su infancia en la ciudad de Vitebsk, a la sombra de la sinagoga y de las cúpulas doradas de las iglesias ortodoxas, o la de sus años de juventud y de madurez en el París de una edad de oro para el arte. Pero Chagall, nacido Moshe Segal, es también un pintor judío muy influenciado por los relatos de la Biblia, con su nutrida galería de Patriarcas, reyes y profetas, esperanza de un pueblo singular que acabó siendo elevada a la categoría de esperanza universal
Chagall se decepcionó muy pronto con las promesas emancipadoras de la revolución soviética que quería construir un hombre nuevo, haciendo tabla de todos los pasados, entre ellos el de un Israel milenario. Se exiliaría en París y publicaría Mi vida, con apenas treinta y cinco años, mas su existencia estaba lejos de concluirse. Había vivido una vida rusa campesina y una vida parisina de la Belle Époque, pero el editor Ambroise Vollard, que le había encargado ilustrar Las Almas Muertas, de su admirado Gogol, brindó a Chagall una oportunidad, en 1931, que daría un giro significativo a su trayectoria: un viaje a Palestina, en compañía de su esposa Bella, para empaparse de la luminosidad mediterránea de la tierra del antiguo Israel, preámbulo del ambicioso proyecto de ilustrar una nueva edición de la Biblia. La publicación no se llevó a cabo, pero Chagall realizó, a lo largo de dos décadas, más de un centenar de grabados de escenas del Antiguo Testamento que, junto con otras obras posteriores, forman parte de los fondos del extraordinario Museo Bíblico de Niza.
Chagall solía decir que la Biblia es la fuente más grande de la poesía. ¿Y quién es el mayor poeta del Antiguo Testamento? El rey David, el que entonaba salmos cada día, trajo instrumentos para el servicio del altar y compuso música de acompañamiento (véase Eclo 47). Aquel monarca, considerado en la Escritura como el mejor hombre de Israel, surge con frecuencia en las obras del artista, a veces en un tono ingenuo como en una litografía de 1956, que representa al joven rey David bailando con un león, referencia inequívoca al símbolo de la tribu de Judá, aquel hijo de Jacob al que su padre comparó a un cachorro de león (véase Gen 49, 9). El león de Chagall no debe ser el mismo al que David mató para salvar a los corderos de su rebaño, según contara él mismo a Saúl (véase I Sam 17, 34). Este león acompaña alegremente a un rey, a la vez guerrero y pacífico, que ha hecho de Jerusalén, la ciudad de la paz, la capital de su reino. Es un rey que conserva mucho de la desenfadada sencillez del pastor de su Belén natal, y en su rostro no parecen notarse los sufrimientos por la injusta persecución a la que fue sometido por Saúl. La alegría de David no es un júbilo que nace en un corazón henchido de orgullo y que está convencido que todo se lo debe a sí mismo. Es una alegría fundada en la acción de gracias, pues de todas sus empresas daba gracias y alababa a Dios.