El revulsivo de una Semana Santa en Tánger
Un grupo de jóvenes de una parroquia malagueña vive estos días en la ciudad marroquí una experiencia misionera, trabajando y rezando, conociendo y participando en la labor humanitaria que numerosas congregaciones religiosas realizan allí
Desde el 8 de abril hasta el Domingo de Resurrección, 16 de abril, un grupo de 15 jóvenes de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen (Málaga), junto al sacerdote Ramón Crucera, misionero claretiano, y algunos jóvenes de Sevilla y Granada, viven la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor junto a los cristianos de Tánger. Esta experiencia es parte del proceso de catecumenado de los jóvenes de esta parroquia, en la que sirven los misioneros claretianos. Isabel Navarro, coordinadora de esta experiencia en los últimos seis años, recuerda que todo comenzó hace más de 25 años, cuando el entonces párroco, el claretiano Paco González, se llevó a los monitores del campamento de verano a que vivieran algo diferente.
«Es una experiencia misionera y una vivencia fuerte de comunidad para el grupo, trabajando y rezando unos por otros, y conociendo y participando en la labor humanitaria que realizan cada una de las congregaciones presentes en Tánger: las Misioneras de la Caridad (las de la Madre Teresa de Calcuta), las Adoratrices, los Hermanos de la Cruz Blanca, los voluntarios del Hogar Lerchundi (que son malagueños), la Congregación de Jesús y María… y hasta un convento de clausura de Hermanas Carmelitas, que es uno de los grandes misterios. Uno llega a pensar, ¿qué hace un convento carmelita en Tánger? Pues, para nosotros es precioso rezar con ellas las vísperas del Domingo de Ramos y descubrir que hay un motor de oración allí», subraya la coordinadora.
Durante esta semana, los jóvenes se alojan en el Hogar Lerchundi, un centro de día para hijos de madres solteras que no tienen dónde dejarlos mientras acuden a su puesto de trabajo. «En este lugar, reciben educación en valores, la comida necesaria para el día, apoyo escolar… También vamos al centro de los Hermanos de la Cruz Blanca, que trabajan con personas con discapacidad física y psicológica, adultos que se encuentran solos. Visitamos a las Misioneras de la Caridad, que tienen un centro para madres solteras, que son repudiadas en Tánger, y para sus hijos; las acogen desde que están embarazadas hasta que puedan encontrar un trabajo. Colaboramos del mismo modo con las Adoratrices, que organizan talleres para mujeres del campo y un dispensario médico para bebés, pues muchas mujeres necesitan ayuda para aprender cómo cuidar a sus pequeños. Allí se les hace control del peso, de alimentación… Los Hermanos de la Cruz Blanca tienen otro dispensario médico gratuito por las tardes, para las curas de emergencia».
Y cada día, tras la misión y el compartir, se unen en la Eucaristía: «Celebramos la Semana Santa, junto al arzobispo, Santiago Agrelo, en la catedral. Allí vivimos la Misa del Domingo de Ramos, la Misa Crismal, a la que se unen los sacerdotes de Nador, Tetuán. Los oficios del Jueves y del Viernes Santo, la Hora Santa… Es una experiencia de Iglesia brutal, en la que se descubre la catolicidad y la universalidad de la Iglesia. Y el culmen es la Vigilia Pascual, a la que se une la iglesia francófona (representa al 95 %). Aquí se palpa que Jesús muere por todos. Es una experiencia de Iglesia que se une en la misión, en el trabajo, una Iglesia que anuncia con las obras».
Testimonios
Ismael Gallardo (21 años) es uno de los 15 jóvenes que se encuentra estos días en Tánger. Desde su experiencia, «Tánger resulta una bofetada en la cara constante, a cada vuelta de la esquina. La primera al llegar, aunque no será la última al irse». «El sentido de Iglesia y lo que quiere Dios de ti cambia una vez que formas parte de esta experiencia. Comienzas a inmiscuirte en la realidad del Hogar Lerchundi, cómo van y vienen los niños al colegio. Recuerdas los nombres de los chicos de la casa de Cruz Blanca, rostros e historias, la sonrisa de sus caras solo con hacerles compañía… Es solo una pizca de lo que te llevas de vuelta a casa. La experiencia misionera de Tánger me cautivó desde un primer momento; este es el tercer año que voy, y seguiré yendo», añade el joven.
Para María Benages (16 años) es su primera visita a la ciudad. Reconoce que, en el barco, rumbo a Tánger, le asaltaba la «incertidumbre». «Me encamino a una realidad que te hace ver lo feliz que es mucha gente con muy poco y cómo allí se valora mucho más el tiempo dedicado a las personas que las cosas que se puedan tener. Creo que va a ser todo un impacto para mí. Voy a salir de mi vida cómoda para vivir una Pascua distinta. Además, es la primera que voy a vivir sin mi familia, pero junto a la familia de la Iglesia universal. La Pascua es siempre una experiencia intensa y profunda, este año va a serlo además junto a los preferidos de Dios. Quiero dar lo mejor de mí en estos días. Espero que resucite en nosotros algo de lo que llevamos muerto dentro», dice.