Un largo etcétera es el nombre que Enrique García-Máiquez ha dado al tercer volumen que surge de su blog, Rayos y truenos. Antes de este se editaron Lo que ha llovido (que recoge entradas de los años 2006 a 2008) y El pábilo vacilante (años 2008 a 2011). Leer este libro, como los dos que le preceden, es entrar en animada conversación con su autor. Porque no se limita este a contar su vida (que la cuenta, y la canta, estupendamente) sino que anima al lector a entrar en conversación con él.
Andrés Trapiello, en la penúltima entrega de su Salón de pasos perdidos –escritura en primera persona y de primera calidad–, Seré duda, hace una afirmación que puede aplicarse, tal cual, al autor de este Un largo etcétera: «Siempre he tenido la convicción de que el arte, la poesía y la vida están íntimamente unidos […] Si un escritor no puede mirar limpiamente a los ojos de cuanto escribe, y los lectores no pueden mirarle a él del mismo modo, y tenerlo por un verdadero amigo, como ellos se dicen de sus obras, no vale la pena nada, y sería mejor ir pensando en hacer otras cosas».
Y este párrafo define mejor que ningún otro este libro. Un libro hecho de retazos de poesía y de vida, que muestra cómo en lo cotidiano y sencillo, aparentemente sin mucho valor (incluso en lo que a la mayoría le parece sin ningún valor: ver las entradas tituladas «Saltar sin red» y «Platero y yo», primera y última, respectivamente, de los años 2011 y 2015) se agazapa la poesía y se condensa todo el arte de vivir.
Hay poesía hermosísima en este libro (del propio autor, que recupera incluso un poema antiguo no recogido en libro, y que salpica de haikus, coplas y villancicos sus páginas; y de otros autores, cercanos y lejanos en tiempo y espacio) y hay vida transfigurada, que es la materia de la literatura. Esposa y casa, padres e hijos, trabajo y amigos: presencias y lugares. En estas páginas, que no por sucintas esconden menos tiempo, vemos crecer a los hijos, con toda su deliciosa corte de palabras y razonamientos. La casa y el jardín, los perros, algunos viajes a Madrid, la vida en el instituto, diálogos oídos al azar por la calle… nada cotidiano es ajeno al autor, nada susceptible de albergar hilachas de belleza escapa a su mirada atenta. Y, cerrado el libro, es atenta también la mirada con la que el lector se vuelve a su propia vida, interpelada para ser a su vez ofrecida.