En una aparente mañana normal de hace cinco años, Benedicto XVI arrojaba al mundo una frase de dimensiones estratosféricas para un hombre frágil, de mirada limpia y andar suave. Antes de dejarnos boquiabiertos, avanzó a sus hermanos cardenales que iba a tomar una «decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia». Y así fue. Los relojes del papado quedaron parados en su hora del adiós, y puso a la Iglesia en hora con el resto del mundo. Escasean las personas que auditan con talento el momento de dar un paso atrás. A sus 90 años tiene madera de héroe sin pretenderlo. Solamente los fuertes son capaces de seguir los dictados de su conciencia y eso lo hace aún más grande. Portador de una libertad no siempre comprendida ha llegado a lo alto de sus 90 sabiendo disfrutar con la ilusión de un niño sabio de la pequeña fiesta bávara que le regalaron los suyos el lunes. Las canciones de su tierra le recuerdan el umbral del hogar que necesitamos volver a pisar cuando vamos cumpliendo años. En la entrevista que dio lugar a Últimas conversaciones con Peter Seewald habla con naturalidad sobre su muerte. Asegura que «espera con ansia» reunirse con sus padres, hermanos y amigos. «Me imagino que será tan hermoso como en nuestra casa familiar». Se entiende su alegría por haber podido compartir la fiesta junto a su hermano Georg, que a sus 93 años no ha querido perderse ese rato, recordando las canciones que aprendieron de su madre junto a su querida hermana María. El Papa emérito comenzó a forjar su carácter cuando Europa se deshacía en una guerra. De ahí que este anciano bueno concentre en su aparente fragilidad todas las fuerzas de los sucesores de san Pedro que le han precedido. Papa profesor. Profesor que aceptó ser Papa. Se ha quemado los ojos leyendo para que luego otros le leamos. Cada una de sus palabras es una lección de la que no siempre certificamos su profundidad. Joseph Ratzinger, eres y serás un Papa necesario. La Iglesia necesita de esas lañas que tan bien supiste colocar en tan solo ocho años y que ahora has dejado en manos de Francisco, del que te sientes tan orgulloso y acompañas a diario desde tu retiro voluntario en un rincón de los jardines vaticanos. Allí, rezando en silencio, aferrándote como último patrimonio al musitar de las avemarías frente a la gruta de Lourdes, ayudas a Francisco y a la Iglesia. Es mucho lo que te debemos, pero antes queremos seguir celebrando juntos muchas fiestas bávaras, aunque sea desde la distancia.