9 de octubre: santos mártires de Turón, los maestros de los hijos de sus verdugos
Son los primeros mártires canonizados de la persecución religiosa de los años 30. Fueron asesinados por dar clase a los hijos de quienes los mataron
Eran las siete de la mañana del 5 de octubre de 1934. En la capilla del colegio de los hermanos de La Salle en Turón (Asturias) se estaba celebrando Misa. Durante el ofertorio, llamaron bruscamente a la puerta y un grupo de revolucionarios irrumpió en el templo y se llevó a los religiosos y al sacerdote pasionista que presidía la celebración. Cuatro días más tarde estaban muertos: más allá del Pan y el Vino, aquel día ofrecieron sus propias vidas.
Todo comenzó cuando, a comienzos del siglo XX, Altos Hornos de Vizcaya, la mayor compañía siderometalúrgica de España en aquellos años, decidió aumentar los servicios que ofrecía a sus empleados en Turón, en el valle asturiano del mismo nombre, donde por aquel entonces se explotaba un rico yacimiento de carbón que contaba con nueve florecientes minas. Para ello, en 1919 abrió en esta pequeña aldea asturiana un colegio que atendía a los hijos de los mineros de la zona, que fue encomendado a los hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle.
Los problemas de la comunidad comenzaron en 1933, cuando la izquierda republicana sacó adelante la ley de confesiones religiosas, que prohibía a las instituciones religiosas dar clase. Para no dejar a los niños en la estacada, los religiosos se despidieron del colegio para ser nuevamente contratados como seglares, despojándose de su hábito y vistiendo de paisanos. Pero las cosas no iban a ser tan fáciles. El clima en España estaba enrarecido desde mayo de 1931, cuando a los pocos días de proclamarse la República se desató una quema de iglesias por todo el territorio. «Estaba claro desde el principio que el objetivo de muchos era hacer desparecer de nuestro país la presencia de la Iglesia», asegura Jorge López Teulón, autor de El mártir de cada día3 y experto en historia de la persecución religiosa en España. «Hay que tener en cuenta que los ideales comunistas habían entrado con mucha facilidad en los valles mineros de Asturias», afirma, por lo que la tensión se disparó cuando en las elecciones de 1933 ganaron los partidos de derecha. La oposición a este resultado electoral desató el malestar entre la izquierda y disparó las revueltas.
En octubre de 1934 se convocó una huelga general, una situación social muy inestable que en Asturias cobró un tinte más violento por un hecho fundamental: la facilidad de acceso que tenían los mineros a la dinamita. El 4 de octubre, a medianoche, un comité revolucionario entró en Turón y comenzó a llamar a las puertas de todos los sospechosos de simpatizar con la derecha. Ajenos a cualquier posicionamiento político, los hermanos de La Salle se disponían a celebrar la Misa a primera hora de la mañana cuando fueron asaltados en su propio templo. Los religiosos, al no ser ninguno sacerdote, habían llamado al pasionista Inocencio de la Inmaculada para que les presidiera el culto. Al irrumpir los revolucionarios en el templo, este consumió todas las Hostias del sagrario, antes de subirse todos a un camión que los llevó a la Casa del Pueblo.
Durante cinco días fueron interrogados y torturados, hasta que el 9 de octubre fueron conducidos de noche hasta las tapias del cementerio, donde fueron fusilados. Los que sobrevivieron a los disparos fueron rematados con mazazos en la cabeza hasta morir. El pueblo entero vio aquellos días cómo estos religiosos «se ofrecieron sin resistencia, como corderos, dando un bonito testimonio de entrega y mansedumbre».
Se trata de los primeros santos canonizados de la persecución religiosa en España en los años 30 del siglo pasado, «y todo esto ocurrió en 1934, dos años antes de la guerra civil –señala López Teulón–, con lo que queda claro que son víctimas de persecución por motivos de fe, no son mártires de ninguna guerra ni contienda». De hecho, no fueron los únicos asesinados, pues durante la llamada Revolución de 1934, en Asturias murieron 34 sacerdotes, seminaristas y consagrados.
Los mismos verdugos de los mártires de Turón reconocieron ante sus víctimas: «Os matamos por haber enseñado la fe católica». Para López Teulón, se trata de «un misterio» el ensañamiento contra unos hombres «que estaban dando clase a los hijos de los mineros, no eran maestros de una zona rica en absoluto. En realidad los mataron porque hacían caridad con las familias de sus verdugos».