9 de mayo, Día de Europa, con poco que celebrar. Europa tiene la oportunidad de comenzar de nuevo
Miles de familias en Europa miran el futuro con gran incertidumbre. Se percibe, en particular en el sur de Europa, un gran desencanto con respecto al ideal europeo, ante un sistema que se percibe como incapaz de dar soluciones válidas a las necesidades de la gente. Europa ha dado la espalda a sus raíces cristianas, y sufre hoy las consecuencias de una profunda crisis de valores. Pero esta dura situación tiene también un lado positivo. El cardenal Marx, arzobispo de Munich y Presidente de la Comisión de los Episcopados de la Unión Europea (COMECE), cree que el proyecto europeo tiene la oportunidad de renovar sus fundamentos y de «comenzar de nuevo»
La Unión Europea atraviesa una crisis económica sin precedentes, y todo el proyecto de integración es puesto hoy en tela de juicio. ¿Pero es sólo, o en primer lugar, económica la crisis europea?
Europa, ¿hacia dónde? fue la gran pregunta que se planteó, la semana pasada, en Roma, en la segunda conferencia del ciclo Conversaciones en el Palacio de España, organizada por la embajada española ante la Santa Sede y el Consejo Pontificio de la Cultura vaticano. Participaron, entre otros, el cardenal Re, prefecto emérito de la Congregación para los Obispos; el expresidente de la Comisión Europea Romano Prodi; y don Ignacio Sánchez Cámara, consejero de Educación de la Embajada española en Italia.
Según Sánchez Cámara, la «crisis moral» que atraviesa Europa ha afectado a los principales elementos que conforman la cultura europea. Así, por ejemplo, la verdadera filosofía ha quedado relegada por el relativismo, y se ha desvirtuado la idea de Derecho, puesto que ahora «cualquier deseo se puede convertir en derecho». Y se han resentido los lazos comunitarios. El consejero de Educación recordó palabras de Benedicto XVI en su último viaje a Alemania, advirtiendo acerca de «un relativismo subliminal que penetra todos los ambientes de la vida» y que «ejerce cada vez más un influjo sobre las relaciones humanas y sobre la sociedad». Esto «se manifiesta en un excesivo individualismo», que provoca que haya personas «que parecen incapaces de renunciar a nada en absoluto o de sacrificarse por los demás». Benedicto XVI alertó, además, en aquel viaje sobre «los problemas insolubles» que genera un «positivismo económico» que prescinde de la ética, en «un mercado regulado solamente por sí mismo, por las meras fuerzas económicas».
Desconfianza en las instituciones
Una muestra de la crisis del proyecto de integración europeo es el surgimiento, en diversos países del continente, de movimientos populistas de diverso corte. En Italia, ha cosechado unos excelentes resultados electorales el Movimiento 5 estrellas, guiado por el cómico Beppe Grillo, convertido en la tercera fuerza política del país. En Gran Bretaña, el antieuropeísta Partido de la Independencia del Reino Unido (Ukip) acaba de consolidarse, en las elecciones locales, como la tercera fuerza nacional, relegando a los liberales al cuarto lugar. En Grecia, la izquierda radical rozó el poder en las últimas elecciones de la mano de Syriza, y ascienden los grupos neonazis… Y así, se podrían seguir dando múltiples ejemplos en otros tantos países.
La desesperación muestra a veces su lado más trágico, como en el atentado cometido por un hombre en paro, durante la toma de posesión del nuevo Gobierno italiano, en el que perdió la vida un carabinero. El presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, cardenal Bagnasco, también vicepresidente del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas, considera que este acto injustificable es a la vez «una llamada de atención para el mundo de la política, y en general para todas las personas de responsabilidad de nuestro país», ante «la desesperación de muchos ciudadanos, que está creciendo» cada vez más. También el Papa Francisco tuvo, el 1 de mayo, palabras muy duras acerca de una sociedad que no permite al hombre dignificarse a través del trabajo.
La crisis no llegó por casualidad
Desde la política, algunos se atreven a diagnosticar las raíces de esta crisis, que «no ha llegado por casualidad, sino por la dejadez, el abandono de sus responsabilidades de los dirigentes, que han puesto en tela de juicio las raíces cristianas de Europa, es decir, su fuerza motriz», ha dicho el primer ministro húngaro, Viktor Orbán. El jefe de Gobierno presentó, el 15 de abril, las VII Jornadas Católicos y Vida Pública en el País Vasco, donde aseguró que, en una Europa «basada en un sistema de valores cristianos», no se hubiera permitido tan fácilmente que «las personas asumieran créditos irresponsables, dilapidando de este modo el futuro de sus familias. Y hoy, «¿qué es lo que vemos?», se pregunta. A los países rescatados se les imponen draconianas «medidas de austeridad que, a largo plazo, no son de interés ni para la población, ni para los Gobiernos, ni tampoco para los acreedores», porque ponen en peligro la estabilidad social.
Falta un proyecto sólido, porque falta un horizonte. El cristianismo –afirma– es lo que ha hecho posible «la cohesión de Europa». Y sin esa base, lo demás se tambalea.
Pero la regeneración es posible. «Una Europa regida conforme a los valores cristianos, se regeneraría», decía el político húngaro en el último Congreso Católicos y Vida Pública, en noviembre, en Madrid. Orbán no se refiere tanto a la fe personal de los europeos, como a una forma de integración de la sociedad inspirada en el cristianismo. Son imprescindibles, eso sí, minorías creativas, cristianos comprometidos, y esto, a su juicio, ha fallado en las últimas décadas.
Y sin embargo, pese a todo, nuestra civilización está «basada en valores con raíces cristianas profundas» que no pueden tan fácilmente erradicarse. Así lo expresó el cardenal Giovanni Battista Re, en el ciclo Conversaciones en el Palacio de España.
Europa no ha olvidado cuáles son sus raíces, y por eso es consciente de que les ha dado la espalda y está todavía a tiempo de rectificar. Desde la COMECE (la Comisión de Episcopados de la UE), su presidente, el arzobispo de Munich, el cardenal Reinard Marx, ha explicado que, en la actual situación, es comprensible que muchos ciudadanos europeos «se sientan traicionados» por sus dirigentes e instituciones, pero al mismo tiempo subraya que no es nuestro sistema de valores lo que ha fracasado, sino «una gestión económica y financiera» que ha violado esos valores. Por eso, esta crisis económica puede traer consecuencias positivas, ya que el proyecto europeo tiene ahora la oportunidad de renovar sus fundamentos y de «comenzar de nuevo», basándose en los valores cristianos, enraizados en cada rincón de nuestra civilización.
Pero esto sólo es posible si los propios mismos cristianos testimonian estos valores y muestran a Europa la necesidad de volver al Evangelio. Es una de las grandes conclusiones de la encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI. No basta con grandes teorías económicas y políticas, si no van acompañadas de un cambio concreto de actitudes en las personas. «Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible conseguir los objetivos de desarrollo con un valor humano y humanizador», decía el Papa Benedicto.
También el cardenal Péter Erdö, arzobispo de Esztergom-Budapest y presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), cree que, de esta dura crisis, puede surgir un efecto positivo: un «despertar de la exigencia por la honestidad civil» y una mayor aspiración por parte de los europeos hacia «un proyecto de vida», afirma. «La búsqueda del bienestar momentáneo» de los años precedentes a la crisis facilitó que primaran «las decisiones a corto plazo», también en el mundo de la empresa, «la búsqueda de beneficio instantáneo y la búsqueda desenfrenada del balance positivo del año corriente», lo que conlleva «una orientación completamente contraria a cualquier tipo de responsabilidad».
Pero Europa puede todavía recuperar la honestidad civil que ha moldeado los fundamentos éticos de nuestras sociedades. La identidad cristiana de los pueblos europeos «es un fenómeno cultural y social muy profundo», asegura el cardenal húngaro. Existe una «unidad orgánica», que se plasma también en «la arquitectura, en las fiestas y en las tradiciones».
La sociedad contemporánea se caracteriza por la exclusión de esa identidad cristiana. Sin embargo, las alternativas que se ofrecen «son escasas y más bien tristes», recuerda el purpurado por propia experiencia. «Lo hemos podido comprobar en el mundo comunista, con las ciudades llamadas socialistas». Ciudades «creadas como barrios industriales, sin iglesias, grises y vacías», que «estaban proyectadas según una lógica humana que quería determinar arbitrariamente qué es lo que necesitaba una comunidad humana». No obstante, era patente que el hombre se guía por otra lógica, la lógica de la búsqueda de la verdad y de la eternidad. Un ejemplo claro, asegura el Presidente del CCEE, es que en estas ciudades del mundo ex comunista «han comenzado a construirse en los últimos decenios varias iglesias y centros religiosos, no por imposición de la Iglesia, sino por la insistencia tenaz de la gente».
En este sentido, se empiezan a ver «pequeños pero importantes signos», como «el despertar de la conciencia de esa responsabilidad misionera originaria en numerosas partes de nuestro continente, en las comunidades, en las parroquias, en los movimientos y en tantas otras realidades». Pero queda mucho por hacer. El presidente del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas asegura que, para volver a los orígenes y volver a ser un continente misionero, el cristianismo europeo «debe ser más radical», no dejarse llevar por el relativismo, o por el secularismo de la sociedad moderna. Porque «no basta actuar según las tradiciones o las costumbres, sino que es preciso proclamar a Cristo abierta y directamente, estar cerca de la gente en cualquier situación de su vida».