80 años del sacrificio de la Rosa Blanca, el grupo alemán contrario a los nazis - Alfa y Omega

80 años del sacrificio de la Rosa Blanca, el grupo alemán contrario a los nazis

Hitler no cayó. Algunos podrían pensar que fracasaron. Pero su compromiso es la prueba de que no todos los alemanes fueron iguales. En sus comprometedores textos respira la alta cultura alemana, inseparable del cristianismo

Ricardo Ruiz de la Serna
La actriz Julia Jentsch interpreta a Sophie Scholl en un fotograma de la película 'Sophie Scholl. los últimos días'
La actriz Julia Jentsch interpreta a Sophie Scholl en un fotograma de la película Sophie Scholl. los últimos días. Foto: Zeitgeist Films.

Casi se termina 2023 y yo sin recordar el 80 aniversario del arresto y asesinato —eso era, en realidad, una condena a muerte en la Alemania nazi— de los cinco jóvenes, en su mayoría estudiantes, y del profesor de la Universidad Ludwig Maximiliam, de Múnich, que formaron la Rosa Blanca, el famoso grupo de la resistencia antinazi que repartía panfletos y hacía grafitis. Los muchachos se llamaban Hans (nacido en 1918) y Sophie Scholl (1921), Willi Graf (1918), Christoph Probst (1919) y Alexander Schmorell (1917). El docente era Kurt Huber (1893), catedrático de Filosofía.

En realidad, su actividad de propaganda contra Hitler no duró ni un año. Empezó con el reparto de panfletos en junio de 1942 y terminó con la detención de los miembros del grupo a partir del 18 de febrero de 1943. Los juzgaron en dos tandas. Hitler envió a presidir los juicios a Roland Freisler (1893-1945), presidente del Tribunal Popular, un tipo peligrosísimo. Cuando Freisler estaba presente, uno casi podía darse por condenado. A los miembros del grupo mencionados les impusieron la pena de muerte y los ejecutaron en 1943; a algunos otros de su entorno, largas condenas de prisión. Hubo uno, Manfred Eickemeyer, acusado en un tercer proceso contra amigos y conocidos de los condenados, que logró salvar la vida por falta de pruebas. En su estudio de arquitectura se habían impreso algunas de las hojas volanderas que estos valientes repartían.

En español, José M. García Pelegrín ha escrito varios libros acerca de la resistencia cristiana contra los nazis: Cristianos contra Hitler (Libros Libres, 2010), La Iglesia y el nacionalsocialismo. Cristianos ante un movimiento neopagano (Palabra, 2015) y Mártires de la conciencia. Cristianos frente al juramento a Hitler (Digital Reasons, 2021). Sin embargo, el que más toca a nuestros héroes de hoy es La Rosa Blanca. Los estudiantes que se alzaron contra Hitler, en el que repasa las vidas y actividades de aquellos chicos que pagaron con su vida la dignidad y el coraje de alzar la voz contra los nazis. Su actividad se enmarca dentro de un campo más amplio de grupos de opositores alemanes que, en distintos ámbitos, trataban de hacer frente al régimen. Ahí estaban desde obispos como el beato Clemens August Graf von Galen (1878-1946), de la diócesis de Münster, que mantuvo estrecho contacto epistolar con Pío XII (1876-1958), hasta los intelectuales del círculo de Kreisau, dedicados a preparar un resurgir de Alemania después de la guerra a partir de los fundamentos de la civilización cristiana. De esas corrientes, minoritarias, pero activas, venían los hermanos Scholl y sus compañeros.

No todos los miembros de la Rosa Blanca eran católicos. Lo era Willi Graf, pero no Alexander Schmorell, que estaba bautizado como ortodoxo ruso. Los hermanos Scholl estaban muy influidos por el pensamiento cristiano, especialmente por san Agustín y por el beato John Henry Newman. Christoph Probst se bautizó católico poco tiempo antes de que lo mataran. Sin embargo, en general, sus influencias intelectuales eran cristianas. Tuvo ahí un papel importante otro profesor: Theodor Haecker (1879-1945), uno de los grandes intelectuales católicos de entreguerras. García Pelegrín cita unas palabras de uno de sus discípulos que deberían ser la honra de cualquier docente: «A Haecker no se le puede tomar en serio sin que eso tenga consecuencias para la propia vida».

Estos textos impresos clandestinamente, distribuidos a riesgo de la vida, comprometedores sin remisión, nos siguen interpelando ante el horror de nuestro tiempo. Las vidas de estos opositores nos conmueven. Como muestra, una oración de Sophie Scholl en el verano de 1942: «Dios mío, te lo ruego: quítame de mi frivolidad y mi voluntad egoísta, que quiere aferrarse a las cosas dulces y pasajeras; yo no puedo, soy demasiado débil». Apenas tenía 22 años.

La actividad de la Rosa Blanca no puede juzgarse solo por sus consecuencias inmediatas. Si nos atenemos a la cronología, la guerra duró aún dos años más, después de la disolución del grupo y la muerte de sus principales miembros. Hitler no cayó. En términos utilitarios, quizás algunos podrían pensar que fracasaron. Sin embargo, como Von Galen, como el círculo de Kreisau, como tantos opositores y resistentes alemanes, su compromiso y su sacrificio son la prueba de que no todos fueron iguales. En los textos de la Rosa Blanca, las seis hojas publicadas y una séptima que no llegó a distribuirse, es toda la alta cultura alemana, inseparable del cristianismo, la que respira en cada línea. Tomo una breve cita de la cuarta hoja, que cita García Pelegrín: «Solo la religión puede despertar a Europa y asegurar el derecho de gentes e instalar la cristiandad con nueva gloria en la tierra, con su oficio de sembrar la paz». No dejaron crimen sin denunciar, desde la muerte de la libertad hasta la destrucción de los judíos en la Polonia ocupada. Era solo papel, se dirá, pero el valor y la lucidez de sus palabras revelaba que aún había claridad moral y lucidez en Alemania. El recuerdo de la Rosa Blanca, de su coraje y de su sacrificio, resulta reconfortante y se erige en un signo de esperanza.