8 de noviembre: san Willehad, eI amigo de Carlomagno que evangelizó a los sajones y los colmó de milagros
Buena parte de la actual Alemania fue evangelizada por un misionero inglés que quería llevar la fe de los libros a los paganos. Se salvó de la muerte durante varias persecuciones y acabó siendo obispo del lugar donde entregó la vida
Parece poco inteligente ir a predicar allí donde otros que lo intentaron fueron llevados a la muerte. Pero eso fue precisamente lo que hizo Willehad. No tuvo miedo de meterse en la boca del lobo, sabedor de Quién era el que le acompañaba. Willehad nació en Northumbria, un antiguo reino anglosajón en el norte de la actual Inglaterra. Probablemente se educó en York y pudo conocer a Alcuino, maestro del mismo Carlomagno y considerado en su época «el hombre más sabio del mundo». De su mano aprendió las bases del trivium y el quadrivium, que comprendían las disciplinas con todo el saber de su tiempo. Sin embargo, su corazón anhelaba algo más: quería llevar la fe de los libros a la vida de los demás. Por ello, en el año 770 pasó al continente y se dirigió al norte de la actual Alemania. El lugar por entonces era un erial en sentido espiritual, dominado por tribus sajonas que habían respondido siempre con violencia a cualquier acercamiento extranjero.
Willehad estuvo por la zona varios años, tratando de convencer a los locales de la bondad del Dios de los cristianos. Entonces la evangelización se limitaba a algo muy simple: predicar en el idioma local, bautizar a los convencidos y destruir todo rastro de divinidades paganas. El problema es que no siempre los sajones recibieron el mensaje de buen grado. En determinado momento se desató una persecución a muerte contra los intrusos. Willehad se libró por los pelos y tuvo la oportunidad de ponerse a salvo.
A partir de entonces predicó en la región del bajo Weser por mandato del mismo Carlomagno, que había oído maravillas de aquel inglés discípulo de Alcuino. De nuevo logró salvar la vida por poco cuando intentaron asesinarlo, por lo que se fue a la zona de Utrecht. Allí volvió a enfrentarse al peligro y él y sus compañeros tuvieron que huir una vez más tras ser atacados por destruir algunos templos.
Tres años de descanso
En el 782, Widukind, caudillo de los sajones, se alzó en armas contra las huestes de Carlomagno debido a las pretensiones de este de anexionar su territorio al Imperio y de bautizar a los paganos a la fe católica como medio de cohesión social. La guerra duró tres años, hasta que en el 785 Widukind aceptó rendirse y él mismo fue bautizado, con el emperador como padrino.
Durante esos tres años de guerra, Willehad salió de la escena. Hizo una peregrinación a Roma, donde pudo contar de primera mano al Papa Adriano sus fatigas en favor de la evangelización en las fronteras del Imperio. Regresó al norte, pero la paz aún no estaba madura, por lo que se detuvo en la abadía de Echternach en espera de más calma. Este lugar, al este de Luxemburgo, era conocido en toda Europa por su producción de manuscritos iluminados. El mismo Alcuino había sido enviado a él por Carlomagno para aprender ese arte de manos de los benedictinos. Durante el tiempo que pasó allí, Willehad se dedicó a copiar las cartas de san Pablo, además de reunir a varios misioneros que se habían dispersado durante el conflicto con los sajones.
Con renovadas fuerzas volvió al norte en el año 785. Lo que encontró fue una región pacificada y más permeable al Evangelio. Brazo derecho de Carlomagno en el territorio, el emperador lo designó obispo de la zona de Sajonia y fue ordenado dos años después. Eso provocó ciertos recelos entre los nativos —ahora sus feligreses—, que no veían con buenos ojos que aquel extranjero que unos años antes les predicó una fe extraña tuviera sobre ellos una autoridad tal que le permitiera exigirles diezmos.
Sin embargo, Willehad era «paciente, moderado, honesto, sobresaliente en sus costumbres, piadoso de corazón, humilde y amable», como le describe la Vita Willehadi, redactada poco después de su muerte. Con ese carácter logró hacerse con el favor no solo del emperador sino también de sus nuevos súbditos, por lo que levantó sin problemas la primera iglesia en el país, en Bremen, en el año 789. Murió apenas una semana después, víctima de unas fuertes fiebres, y fue enterrado en ella. Al poco de fallecer, una mujer ciega se curó repentinamente ante su tumba y la noticia recorrió enseguida todo el país. El lugar se convirtió entonces en destino de peregrinación para mujeres y hombres que esperaban recuperarse; sobre todo cojos, ciegos, sordos y paralíticos, al más puro estilo evangélico. Los milagros fueron innumerables y hasta hubo quienes simplemente yendo hacia la tumba sanaban por el camino y se volvían a casa ya curados.