9 de noviembre: santa Isabel de la Trinidad, la monja que se encontró con Dios lavando los platos - Alfa y Omega

9 de noviembre: santa Isabel de la Trinidad, la monja que se encontró con Dios lavando los platos

Para la revoltosa primogénita de la familia Catez, la presencia de Dios en su interior «no fue un concepto abstracto», sino «una experiencia real» que hizo que lo viera en todas partes

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
«En el silencio está tu fortaleza», apuntó en sus últimos ejercicios espirituales. Foto: Willuconquer.

Isabel Catez nació en 1880 en la base militar de Avord, en el centro de Francia. Era la hija mayor de una familia cuyo padre murió cuando ella apenas tenía 7 años. La espiritualidad de la pequeña Sabeth, como la llamaban cariñosamente, despertó muy pronto. El día de su Primera Comunión visitó por primera vez el carmelo de Dijon, a apenas 200 metros de su casa, y allí la priora de la comunidad le explicó que su nombre en hebreo significaba casa de Dios. Años después confesaría que aquello le impactó, hasta el punto de que marcó luego su camino espiritual.

La pequeña Isabel era perspicaz y vivaracha, y en su casa se temían sus rabietas, muy habituales, pero al mismo tiempo le gustaba rezar y hacer rezar a los demás; por eso salía a enseñar el Catecismo a los niños que trabajaban en las fábricas de su ciudad.

La idea de entrar en el Carmelo le rondaba ya de niña, pero su madre la intentaba disuadir organizando fiestas en las que Isabel se convertía en el centro de atención por su virtuosismo tocando el piano. «Veo en tus ojos a Dios», le dijo una señora en uno de aquellos bailes.

Después de rechazar varias propuestas de matrimonio para desesperación de su madre, Isabel entró en el carmelo de Dijon en agosto de 1901. Al ingresar rellenó un cuestionario en el que señaló que el rasgo dominante de su carácter era «la sensibilidad», y que contemplar «el alma de Cristo» era su libro favorito.

En aquel cuestionario escribió, asimismo, que su lema era: «Dios en mí, yo en Él», prefigurando el motivo que decidió después toda su vida en el carmelo, hasta el mismo día de su muerte. De hecho, nada más entrar en el convento adoptó el nombre de Isabel de la Trinidad, subrayando así su pertenencia y su conexión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

«Los Tres», los llamaba con frecuencia en sus cartas. Poco a poco, en Isabel empezó a cobrar forma la expresión «alabanza de su gloria», que encontró en las cartas de san Pablo y con la que se identificó inmediatamente, hasta el punto de que al final de su vida firmaba sus cartas simplemente así: «Alabanza de la Trinidad», sin su nombre.

«Para Isabel, el destino de todo hombre es ser alabanza de Dios, y no solo en el cielo, sino aquí mismo, ya, en la tierra», afirma el carmelita Ciro García, autor de Sor Isabel de la Trinidad: experiencia de Dios en su vida y escritos.

Aquel principio y fundamento de los ejercicios espirituales de san Ignacio –«El hombre es creado […] para alabar a Dios nuestro Señor»– lo llevó a su vida diaria en todas circunstancias: «Para Isabel de la Trinidad, cada uno de nosotros es la casa de Dios. Este descubrimiento asombroso que experimentó tan profundamente la sitúa en la clave mística de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús», dice el padre García.

Tan es así que llegó a escribir: «Encuentro al Señor en todas partes, tanto lavando la loza como cuando estoy rezando». Su biógrafo confirma que «veía a Dios en toda la creación, en los deportes, en la equitación, en los paisajes…». De este modo, aquello que los teólogos denominan inhabitación divina «no fue un concepto abstracto, sino una experiencia real que le dio una proyección muy fuerte a su vida ordinaria», algo que «también es accesible para cada uno de nosotros».

Cada cosa «es un sacramento»

La carmelita encontró en este hallazgo «la fuente de su alegría, porque Dios es alegre. En Isabel no hubo altibajos, sino una espiritualidad progresiva y ascensional, sin crisis. Fue una mujer llena de Dios, y lo transmitió casi sin querer en todo lo que hizo», dice el padre Ciro García.

¿Su método? «Estar recogida con Cristo» en la oración una y otra vez –escribió la santa–, y a partir de ahí descubrir que «cada acontecimiento y cada suceso, cada sufrimiento y cada alegría, son un sacramento». Al final de su vida dedicó una carta a la que fue su priora, que se difundió enseguida por todas partes: «Déjate amar –le decía–, Él te ama así, tal como tú eres. No temas, confía, pues nada se antepone al amor de Dios para contigo, ni tus propios pecados».

«En esta época de fragmentación del yo –escribió con motivo de su canonización Saverio Cannistrà, entonces superior general de los carmelitas–, de búsqueda frenética y ruidosa de actividades con que llenar el tiempo», la santa del convento de Dijon «nos ayuda a comprender que, si no recuperamos la dimensión escatológica de nuestra fe, esta se vuelve inútil y sin fuerza».

Santa Isabel de la Trinidad murió en su convento de Dijon el 9 de noviembre de 1906. Sus últimas palabras fueron: «¡Voy al encuentro de la Luz, del Amor, de la Vida!».

Bio
  • 1880: Nace en Avord
  • 1891: Recibe la Primera Comunión y conoce el carmelo de Dijon
  • 1901: Entra en el carmelo con el nombre de Isabel de la Trinidad
  • 1906: Muere en Dijon
  • 1984: Juan Pablo II la beatifica en Roma
  • 2016: El Papa Francisco la canoniza también en Roma