7 de noviembre: san Vicente Grossi, el párroco que se hizo amigo del pastor metodista
Este cura italiano no solo respondió con cariño al activo proselitismo de los protestantes en su pueblo. También se ocupó de educar a los niños desfavorecidos, para lo que fundó las Hijas del Oratorio
«En realidad, Vicente Grossi no hizo nada nuevo, sino que fue un sacerdote extraordinariamente ordinario. Fue un cura normal que simplemente miró la realidad que le rodeaba e intentó cambiarla», afirma la hermana Rita Bonfrate, de las Hijas del Oratorio, la congregación fundada por Grossi.
Nació en Cremona (Lombardía, al norte de Italia) en 1845, penúltimo de los diez hijos de una familia que regentaba un molino local. Fue un buen estudiante y compaginó los libros con la ayuda en el negocio familiar, pero su sueño era entrar en el seminario a imitación de su hermano Giuseppe. Lo logró a la edad de 19 años y se ordenó sacerdote en 1869.
Inmediatamente comenzó su ministerio sacerdotal como coadjutor y ecónomo en pequeñas parroquias rurales vecinas a su ciudad de origen, hasta que en 1883 su obispo le nombró párroco de la pequeña villa de Vicobellignano. Su misión era «remediar los numerosos males que afligen a esa zona», como le explicó el obispo de Cremona, Geremia Bonomelli, en una carta. Mencionaba explícitamente «el desafortunado centro desde donde se difunde la herejía en las parroquias cercanas». El prelado se refería a la notable presencia en la villa de una comunidad de protestantes metodistas, a la que pertenecían incluso dos exsacerdotes y que realizaba un proselitismo muy activo entre los campesinos de la comarca.
- 1845: Nace en Cremona, en la Lombardía italiana
- 1869: Es ordenado sacerdote en la catedral de su ciudad natal
- 1883: Es nombrado párroco de Vicobellignano, sede de una activa comunidad metodista
- 1885: Funda las Hijas del Oratorio para apoyar la pastoral parroquial
- 1917: Muere de una peritonitis en Vicobellignano
- 2015: Es canonizado por el Papa Francisco
Grossi no se desanimó. Utilizó su propia casa para el culto y se ocupó intensivamente de la formación de sus fieles. De cara a los adultos, cuidó especialmente las homilías dominicales y las usó como medio de formación prioritario para ellos. Para los jóvenes creó un oratorio y para los niños levantó una escuela gratuita con capacidad para 18 alumnos. Poco a poco se fue ganando la confianza de todos, hasta de los metodistas, cuyo pastor se hizo amigo suyo e incluso acudía a escuchar las homilías de Grossi y se pasaba por las catequesis que recibían los chicos.
En este sentido, la actitud del párroco nunca fue hostil hacia los hermanos de la otra confesión. De hecho, nunca utilizó la expresión «protestante», porque la consideraba peyorativa. Acogió en su escuela a los hijos de aquellas familias para que recibieran instrucción gratuita como los demás, los invitaba al oratorio vespertino y, al acabar, los acompañaba personalmente a sus casas.
«El camino esta abierto»
«El contexto social y político de su tiempo era muy complicado, por la pobreza moral y religiosa que se extendía por todas partes», explica la hermana Bonfrate. Eran los años de la primera industrialización en Italia y las principales víctimas eran los niños, abandonados de cualquier instrucción y arrojados a las fábricas o a las calles. Por eso ideó la creación de un instituto de religiosas que vistieran de seglares para ganarse la confianza de los menores; no las quería distintas de su entorno salvo en la espiritualidad y la fe que vivían en la parroquia. Las llamó Hijas del Oratorio porque ese debía ser, efectivamente, su campo de acción. Con ese fin puso las primeras bases de la nueva comunidad en 1885. Su labor era muy sencilla: ofrecerse a los sacerdotes para ayudarlos en su apostolado parroquial, sobre todo el desarrollado entre los jóvenes. Poco a poco fueron naciendo más casas de la congregación en otras partes del mundo y hoy se encuentran en Argentina y Ecuador, además de en Italia.
Durante todo ese tiempo de crecimiento de su obra, Grossi quiso mantener un perfil bajo y siempre rechazó el título de fundador, pues consideraba a las religiosas «una obra de Dios fundada por Él». La muerte le llegó el 7 de noviembre de 1917, después de decir: «El camino está abierto: debemos ir», una frase que desde entonces constituye el lema de su congregación.
«Vicente Grossi fue un sacerdote sencillo y capaz, que cuidó la unidad de la Iglesia», señala la hermana Bonfrate. «De él podemos imitar la pasión con la que hacía las cosas», añade. Y concluye que «simplemente vivir con intensidad nuestra propia realidad nos hará estar atentos a las indicaciones del Señor y a las necesidades de los hermanos».