6 de marzo: san Julián de Toledo, el obispo acusado de intrigas - Alfa y Omega

6 de marzo: san Julián de Toledo, el obispo acusado de intrigas

El prelado de Toledo asentó su diócesis como sede primada de España. Se le atribuye el primer tratado medieval de escatología, que tuvo una considerable influencia en su época

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Ilustración de la portada del libro de Pablo Sierra sobre el santo de Toledo
Ilustración de la portada del libro de Pablo Sierra sobre el santo de Toledo. Ilustración: Ignasi Flores

Ya desde la época mozárabe se recuerda en Toledo a uno de sus obispos más ilustres, san Julián, el prelado que asentó la diócesis castellana como sede primada de España. Julián nació en el año 644 en la hoy conocida como la Ciudad Imperial o la de las tres culturas, entonces capital del reino visigodo y residencia de los monarcas y sus nobles. Recibió el Bautismo en la iglesia catedralicia de Santa María y fue educado en los claustros de dicho templo. Sus padres, de raíces judías, entregaron al niño a la Iglesia para que fuese educado por el entonces obispo san Eugenio, hombre ilustrado por dominar el arte de la poesía y de la música, además de la teología.

Con 20 años fue ordenado sacerdote y pasó a acompañar al rey Wamba y a su ejército en sus campañas por el norte de la península. «Era lo que hoy llamaríamos un vicario castrense, pues aconsejaba al rey y a sus nobles y coordinaba a los clérigos que acompañaban al ejército atendiendo espiritualmente a los soldados», afirma Pablo Sierra, experto en la Iglesia visigoda y autor de San Julián de Toledo en CPL editorial.

Cuando a principios de enero del 680 murió el obispo Quirico, los clérigos de Toledo decidieron elegir unánimemente como su sucesor a Julián, que pocos años antes había destacado en el Concilio XI de Toledo. Allí, los prelados hispanos se comprometieron a combatir la simonía entre el clero y Julián brilló por una exposición solemne de la fe cristiana que constituye una de las joyas de la literatura visigoda.

Bio
  • 644: Nace en Toledo
  • 674: Es ordenado sacerdote
  • 675: Interviene en el Concilio XI de Toledo
  • 680: Es consagrado obispo
  • 690: Muere en Toledo

Lo que no sabía Julián es que, al aceptar esa responsabilidad, tendría que vérselas con las intrigas palaciegas. Apenas unos meses después de asumir el cargo, fue llamado de urgencia una noche para asistir en su lecho de muerte al rey Wamba. Era costumbre entonces que el monarca pidiera la tonsura clerical antes de hacer el tránsito final, hiciera penitencia y renunciara al trono, todo lo cual hizo con el concurso del obispo. Este también ofreció al día siguiente, por orden de Wamba, la unción real al conde Ervigio, que pasaba así a ser el nuevo rey de los godos.

Pero Wamba no murió esa noche, sino que recobró sus fuerzas y quiso recuperar el trono de nuevo. Acusó a los nobles de haberle suministrado una droga para conspirar contra él y obligarle a abdicar y por toda la ciudad se difundió el rumor de que el obispo se había prestado a colaborar en la conjura. A los pocos meses se convocó de nuevo un concilio para esclarecer los hechos y, aunque los prelados confirmaron al rey Ervigio en el trono y a Julián en su inocencia, hasta nuestros días ha llegado la sospecha de la complicidad del santo con aquella intriga.

Ante la vida eterna

Más allá de esa confusión entre lo temporal y lo eterno tan característica de aquellos años, el santo obispo de Toledo tuvo una notable iniciativa en lo meramente eclesiástico y espiritual. «Aparte de escribir importantes tratados teológicos, en su pontificado se fue concretando el primado de la sede toledana», señala Sierra. Fue a partir de él cuando el pastor de Toledo pasó a ser el que presidía los concilios de la España visigoda, estampando su firma en primer lugar sobre sus documentos finales y resolviendo aquellas cuestiones consideradas más urgentes.

Asimismo escribió y envió al Papa dos obras apologéticas «exponiendo la fe verdadera profesada en las diócesis de España frente a ciertas herejías de aquel tiempo, en los que muestra su gran conocimiento de la Biblia y de los santos padres», detalla su biógrafo.

A san Julián se le atribuye además el primer tratado teológico sobre escatología: Prognosticon Futuri Saeculi, que realizó por petición del obispo de Barcelona para desarrollar la enseñanza de la Iglesia acerca de la vida eterna. Esta obra tuvo una notable penetración en el pensamiento teológico de la Edad Media en toda Europa. En ella habla de la muerte y de «la felicidad de cerrar en un momento los ojos con que se veían los hombres y el mundo para abrirlos enseguida y ver a Dios y a Cristo».

Finalmente, el 6 de marzo del 690 marchó a la vida eterna «sobre la que tanto había escrito y predicado», dice Sierra. Reseña que a los 100 años de su muerte ya había testimonios del culto a san Julián en la liturgia hispano-mozárabe. De hecho, su cuerpo fue enterrado junto al de santa Leocadia, la venerada mártir de Toledo.

«San Julián fue un buen pastor que nos puede enseñar a vivir y proclamar hoy la fe cristiana, manteniendo siempre viva la esperanza en la vida feliz en la eternidad junto a Cristo resucitado», afirma Sierra. Junto a ello, al vivir los últimos años del reino visigodo de Toledo antes de la invasión musulmana del 711, el santo «nos da ejemplo, en esa época convulsa de inestabilidad y tensiones, de cumplir las propias obligaciones llevando una vida coherente y agradable a Dios, sin ser abrumados por las adversidades ni distraídos por la prosperidad».