Pinchas Goldschmidt: «Rusia está volviendo a la Unión Soviética en términos de antisemitismo»
El rabino jefe de Moscú decidió dejar Rusia para poder hablar abiertamente en contra de la invasión de Ucrania. También ha invitado a los demás judíos del país a hacer lo mismo
Quizá el presidente ruso Vladímir Putin confiaba en obtener algo de simpatía de la comunidad judía al justificar la invasión de Ucrania como un intento de «desnazificar» el país. Pero para Pinchas Goldschmidt, rabino jefe de Moscú, «es un absoluto sinsentido». Goldschmidt ejerce su puesto a caballo entre Jerusalén y Europa desde que decidió exiliarse de Rusia para no apoyar la llamada operación especial. Del 1 al 4 de diciembre, visitó España.
«Cuando empezó la guerra esperábamos que hubiera presiones para apoyarla», relata en entrevista con Alfa y Omega. Así fue. «Las comunicaciones desde el Gobierno eran muy claras», asegura. «Esperaban que los líderes religiosos de Rusia apoyaran la guerra. Muchos lo hicieron». ¿Han influido estas presiones en la abierta defensa del patriarca ortodoxo Cirilo? Goldschmidt lo atribuye más bien a que en el conflicto «hay también un elemento religioso» por la concesión en 2019 de la autocefalia a la Iglesia ortodoxa de Ucrania.
«Decidimos que no íbamos» a hablar a favor de la invasión. «Pero una vez tuve noticias sobre los miles y miles de refugiados me di cuenta de que estar callado no era suficiente». El 30 de mayo, en un encuentro de la Conferencia de Rabinos Europeos, Goldschmidt pidió «rezar por la paz y por el fin de esta terrible guerra», y para que «no escale en un conflicto nuclear». El 7 de junio fue reelegido rabino jefe de Moscú, pese a las maniobras de otros rabinos y de las autoridades para evitarlo, alegando que ya no vivía en la ciudad. Ese mismo día su nuera, Avital Chizhik-Goldschmidt, desveló en Twitter que él y su mujer salieron de Rusia «dos semanas después de la invasión». Viajaron por Europa «recaudando fondos para los refugiados» y llegaron a Jerusalén para atender al padre del rabino, que estaba enfermo. Así justificaba su ausencia.
No es su primer encontronazo con las autoridades rusas. En septiembre de 2005, al volver de unas vacaciones, habían anulado su visado y le enviaron de vuelta a Israel. Tampoco está solo ahora en su autoexilio. «Hay muchos refugiados saliendo de Rusia por las capitales de otras ex repúblicas soviéticas, como Ereván (Armenia), Tiflis (Georgia) o Bakú (Azerbayán); y por Estambul y Dubái. Creemos que unos 50.000 ciudadanos rusos de ascendencia judía han llegado a Israel» desde febrero.
—Usted les animó a hacerlo. ¿Por qué?
—Porque Rusia está volviendo a la Unión Soviética. No en términos del comunismo, sino en términos de su aislamiento respecto al resto del mundo, del antisemitismo, de la movilización general, de la represión de disidentes y de las dificultades económicas. Se ha vuelto un lugar muy desagradable para vivir.
Entre esas señales de alarma sobre el antisemitismo cita «al ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, diciendo que Hitler tenía ascendencia judía». O cuando el subsecretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Aleksei Pavlov, acusó a Jabad, entidad a la que están vinculados muchos judíos del país, de «ser una secta». O los intentos de cerrar la Agencia Judía para Israel, que ayuda a personas de ascendencia judía a emigrar.
«Rusia tiene una historia muy difícil de antisemitismo gubernamental», explica el rabino. «Cuando las cosas van mal, busca un chivo expiatorio». Pasó en los últimos tiempos del imperio con los pogromos de inicios del siglo XX. «O al final de la época de Stalin con el Complot de los Médicos», cuando este denunció en 1953 una supuesta conspiración de doctores, mayoritariamente judíos, para asesinar a dirigentes comunistas.
Goldschmidt presidió en Barcelona el Congreso de Rabinos Jóvenes de Europa organizado por la comunidad israelita de la Ciudad Condal para ofrecerles herramientas con las que enfrentarse a los desafíos actuales. El rabino afirma que «estamos teniendo problemas de seguridad y libertad religiosa. Desgraciadamente, en Bélgica y Finlandia hay leyes contra las prácticas religiosas judías». En concreto, contra el sacrificio ritual de animales. El rabino principal de Barcelona, Daniel Askenazi, afirma a este semanario que también estudiaron «cómo abordar las inquietudes de las nuevas generaciones, que buscan identidad espiritual pero no les gusta definirse».
—Usted llegó a Rusia en 1989, al final de la URSS. ¿Qué encontró?
—A millones de judíos, pero no una comunidad. El comunismo destruyó todas las estructuras. Al margen de unas pocas sinagogas, no había nada: ni rabinos ni escuelas ni centros comunitarios. Tuvimos que construir todo de cero.
—¿Fue una persecución religiosa o étnica?
—Ambas. A los cristianos se les permitía tener organizaciones paraguas nacionales. A los judíos no. Solo se autorizaban comunidades locales. Y a la sinagoga únicamente podían ir los jubilados. Si iban trabajadores, los despedían.
Ayuda a los refugiados
Ahora, su prioridad son los refugiados ucranianos. «Creo que los judíos han huido en mayor medida que la población general», debido sobre todo a que «muchos tienen parientes» en otros países. Junto con la Fundación Milner, ha creado una organización para asistirlos en Austria, Polonia, Hungría, Rumanía y Alemania. También «hemos enviado dos generadores eléctricos a Ucrania».
Pero, sobre todo, subraya la labor de las comunidades judías, que «han sido muy serviciales». «En cualquier centro comunitario judío de Alemania la gente puede ir a comer y nadie pregunta si eres judío». Otro ejemplo «maravilloso» es la comunidad de Basilea (Suiza), que «con 800 miembros acaba de acoger a 100 ucranianos». El rabino cree que este fenómeno «está fortaleciendo a las comunidades» después de dos años de pandemia en los que «estuvieron totalmente cerradas». Una muestra de que «los desafíos son también oportunidades».