5 de noviembre: santa Ángela de la Cruz, la monja que se escondió en el hueco de la escalera
Tras ser rechazada por dos congregaciones, santa Ángela de la Cruz cumplió su sueño de crear una comunidad de monjas pobres al lado de los pobres. A pesar de sus experiencias místicas, siempre quiso vivir oculta y hacer el bien sin que se notara
Pocas religiosas hacen tanto bien con tan poco ruido como las Hermanas de la Compañía de la Cruz, a imitación de su fundadora, santa Ángela de la Cruz, que quiso para sus compañeras «imitar en todo a Nuestro Señor en su vida oculta y penitente, en su pobreza y desnudez de todo lo terreno». Ángela nació en Sevilla en enero de 1846, hija de unos padres muy humildes que trajeron al mundo a 14 hijos, de los cuales solo seis alcanzaron la edad adulta. Ambos trabajaban para el cercano convento de los padres trinitarios, donde él hacía de cocinero y ella de costurera. Un día, siendo Ángela muy niña, desapareció de casa y todos los vecinos se pusieron a buscarla, hasta que finalmente la encontraron en la iglesia rezando entre los bancos. «Yo, todo el tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas», diría años más tarde. A los 12 años entró como aprendiz en un taller de zapatería, donde se trabajaba con el sonido de fondo del rosario y la lectura de vidas de santos. Sus compañeras la vieron un día levitar sobre el suelo a imitación de algunos de ellos, pero eso no les extrañó pues ya la tenían por santa a la vista de su fe y de su caridad para con todos.
- 1846: Nace en Sevilla
- 1865: Asiste a las familias más pobres durante una epidemia de cólera
- 1875: Comienza la andadura de las Hermanas de la Compañía de la Cruz
- 1928: Deja sus responsabilidades al frente del instituto
- 1932: Muere en Sevilla
- 2003: Es canonizada por san Juan Pablo II en la madrileña plaza de Colón
1865 fue un año clave para Ángela y para toda Sevilla, pues una epidemia de cólera hizo estragos en la ciudad, cebándose en las familias más pobres y menos protegidas. Las corralas de vecinos no eran el ambiente adecuado para una enfermedad que exigía mantener las distancias para no contagiarse, pero Ángela no dudó en introducirse en patios y casas para atender a los enfermos.
Aquella experiencia despertó en su interior la certeza de una llamada vocacional que ya venía asomándose a su vida desde pequeña. Probó con las carmelitas descalzas del barrio de Santa Cruz, que la rechazaron al dudar de la salud de aquella muchacha menuda. Luego lo intentó con las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, con las que llegó a vestir el hábito, pero a las que tuvo que abandonar tras caer enferma.
Un cuarto con derecho a cocina
Tuvo que volver a su casa y al taller de zapatería, pero realizó sus votos religiosos de manera privada ante una imagen de Cristo crucificado. Casi sin quererlo, poco a poco se fue afianzando en su corazón la llamada a fundar una nueva realidad en la Iglesia: las Hermanas de la Compañía de la Cruz. «¡Qué hermoso sería un instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza, para de este modo ganar a los pobres y subirlos hasta Él!», escribió por entonces.
Este sueño resonó también en tres amigas: Josefa, Juana María y Juana. Así inició su andadura el nuevo instituto, el 2 de agosto de 1875. Con el dinero de la primera de ellas alquilan una casa que haría al principio las veces de convento: un cuarto con derecho a cocina en la calle San Luis número 13. Desde allí salían cada mañana a asistir a los pobres en las necesidades que fueran surgiendo, desde visitar en sus casas a los enfermos, incluso pasando la noche con ellos, hasta hacer la comida a los necesitados, dándoles no solo el pan que sacia el hambre, sino también hablándoles del Pan que da la vida. Como explica Gloria Gamito, biógrafa de la santa, «ella unió la contemplación con la acción en una vida de cruz, totalmente entregada a Dios y a los demás». Pronto Sevilla las comenzó a conocer y ensalzar, sobre todo tras una nueva epidemia, esta vez de viruela, en 1876, cuando se dedicaron a acoger a niños que habían quedado huérfanos. Ese éxito aparente no oscureció la intención original de sor Ángela: «Pobres de hecho y de deseo hemos de ser al pie de la cruz: comer de vigilia, y a veces de lo que a los demás le sobra, como pobres limosneras; dormir sobre tablas; viajar en tercera; no dispensarnos de ningún trabajo por humillante y pesado que sea; y llevar todo esto con alegría, ofreciéndoselo a Dios».
Desde Sevilla dieron el salto a toda España, fundando nuevas casas a las que se unía un goteo incesante de jóvenes que deseaban vivir según su carisma. La fundadora llevó durante muchos años las riendas de las nuevas fundaciones; pero en 1928, al cesar como madre general según las constituciones del instituto, pidió una celda habilitada en el hueco de una escalera mientras el servicio comunitario lo prestaba en la cocina como una hermana más, hasta su muerte cuatro años después. Como resumen de su vida, Gamito asegura que santa Ángela «se vio crucificada frente a Jesucristo crucificado, sin olvidar a los pobres, sus hermanos que tanto quiso, y con una gratuidad absoluta siempre».