5 de julio: Miguel de los Santos, el santo que llegó a somatizar el amor de Dios - Alfa y Omega

5 de julio: Miguel de los Santos, el santo que llegó a somatizar el amor de Dios

Este trinitario descalzo a veces bebía aceite en lugar de leche porque estaba tan absorto en las cosas de Dios que se olvidaba hasta de dormir o comer, y a menudo levitaba hasta un metro por encima del suelo

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Miguel de los Santos, de Johan Prechtel. Vilna (Lituania). Foto: A. Davey.

Levitar es hoy para nosotros una expresión que entendemos más bien en sentido figurado, algo que alude a una sensación placentera que nos arrebata el sentido, pero para algunos santos levitar fue una experiencia real, que atrapaba el asombro de cuantos los rodeaban y que, sin embargo, a ellos les causaba mucha humillación. Así lo vivió san Miguel de los Santos, a quien todos llamaban el extático.

Miguel Argemir nació en Vic el 29 de septiembre de 1591. Fue el séptimo de los ocho hijos de Enrique y Montserrat. En familia se rezaba el rosario a diario y los sábados iban todos juntos a rezar las vísperas a la catedral. De este modo prendió en el pequeño una inquietud y una atracción por las cosas de Dios, hasta el punto de que un día su padre tuvo que ir a sacarlo de una cueva donde se había refugiado para estar a solas con su Dios. Después de fallecer, su hermana dijo de él que de pequeño solía rezar a menudo por los pecadores, llegando incluso a derramar lágrimas por ellos.

A los 3 años perdió a su madre y a los 11 a su padre, de modo que Miguel se tuvo que ir a vivir a casa de unos tíos. Totalmente desinteresado por el negocio familiar, a los 12 años fue admitido como monaguillo en los trinitarios calzados de Barcelona y a los 15 comenzó su noviciado en Zaragoza. En 1613 pasó por el convento un trinitario descalzo y Miguel se sintió fascinado por esta rama de la orden, más austera, y pidió a sus superiores irse con los reformados.

El año 1614 le sorprende en Salamanca, donde había sido enviado para completar los estudios teológicos. Un día, escuchando a uno de sus superiores hablar sobre el misterio de la Encarnación, de repente Miguel dio un grito y comenzó a elevarse sobre el suelo sin apoyo alguno, a la altura de un metro, con los brazos en cruz y la mirada perdida en el techo. Así estuvo durante un cuarto de hora, y no es difícil imaginar el revuelo que debió de causar entre los testigos del fenómeno. Cuando todo acabó, el profesor solo pudo decir: «Cuando un alma está llena del amor de Dios, difícilmente puede esconderlo».

Dos años después recibió la ordenación sacerdotal y su fama de santo creció sobremanera, al igual que las sospechas y las envidias de algunos de sus hermanos de la orden. Así, estando en Baeza fue objeto de una acusación grave que hoy desconocemos, pero que hizo que estuviera recluido durante cinco semanas en la cárcel conventual. Algunos de sus compañeros le preguntaban por qué no se defendía, y él solo respondía: «Eso le toca a Dios. A mí solo me toca conformarme con su voluntad. Además, capaz soy de hacer cosas peores, si Dios me abandona». El asunto se resolvió con la liberación del santo, que al salir de la cárcel fue hasta sus acusadores para agradecerles «haberme procurado tanto bien».

De Miguel se puede decir que somatizaba el amor de Dios, porque además de sus frecuentes levitaciones sobre el suelo —con los brazos en cruz y la cabeza echada hacia atrás, según los testigos de la época— también experimentaba éxtasis, gritos y saltos incontenibles, y de él salía un calor inexplicable que le hacía pasar el invierno con un simple hábito. Junto a ello, era capaz de ayudar por completo durante varios días sin necesidad de comer cosa alguna, hasta el punto de que un carretero que lo acompañó en uno de sus viajes temió que le culparan a él del fallecimiento por inanición del santo.

La paz del alma

Miguel de los Santos dejó reflejadas sus experiencias místicas en su Breve tratado de la bienaventurada tranquilidad del alma, escrito por obediencia en Sevilla, en el que habla del «dulce, suavísimo y celestial néctar de la sagrada tranquilidad», y que constituye un atisbo de lo que él mismo vivía por dentro.

Para el trinitario, el estado de tranquilidad «es muy semejante al estado de inocencia», que hace en quienes lo disfrutan «que no se levanten tempestades en su corazón, ni que extrañas sensaciones intenten turbar su paz».

Explicaba también que esta paz «les tiene absortos en la divina esencia con un olvido tan completo de todo lo creado y hasta de su propia persona, que ordinariamente no se acuerdan de comer, de beber ni de dormir, y cuando comen, ni siquiera reparan en la calidad de los manjares, pudiendo suceder a veces que uno beba aceite por leche sin advertirlo». No es difícil entender que eso mismo le pasó a él en alguna ocasión.

Recién ordenado sacerdote, declaró que no empezaría a predicar hasta los 30 años, y que tres años después se iría al cielo. Y así sucedió, pues murió en el convento trinitario de Valladolid el 10 de abril de 1625, a los 33 años.

Bio
  • 1591: Nace en Vic
  • 1603: Entra como monaguillo en los trinitarios
  • 1613: Se pasa a la rama reformada de la orden
  • 1614: Comienza a experimentar sus levitaciones
  • 1625: Muere en Valladolid
  • 1862: Es canonizado por Pío IX