Aquí siempre es Navidad - Alfa y Omega

Aquí siempre es Navidad

El Papa Juan Pablo II cumple hoy 80 años. Desde hace 22 gobierna la Iglesia católica y se ha convertido, por derecho propio bien ganado, en la más alta y creíble instancia moral de la Humanidad en esta hora de la historia del mundo. Al desearle sinceramente toda la felicidad que se merece y pedir para él todas las bendiciones de Dios, Alfa y Omega considera oportuno celebrar tan gozosa efeméride ofreciendo a nuestros lectores uno de los más espléndidos regalos de su excepcional magisterio: el texto íntegro, en traducción de L’Osservatore Romano, de todos los discursos de su inolvidable e histórica peregrinación pastoral a Tierra Santa, al cumplirse 2.000 años de la Encarnación de Jesucristo

Redacción
Anunciación a los pastores, detalle de Nacimiento. Nicolás Francés. Retablo procedente de La Bañeza

Homilía en la plaza del Pesebre de Belén (22 de marzo)
Aquí siempre es Navidad

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Se llamará consejero maravilloso, Dios fuerte, príncipe de la paz (Is 9, 5).

Señor Presidente, gracias por su presencia y por la de las demás autoridades civiles; Beatitud; hermanos cardenales, obispos y sacerdotes; amadísimos hermanos y hermanas:

Las palabras del profeta Isaías anuncian la venida del Salvador al mundo. Y esa gran promesa se cumplió aquí, en Belén. A lo largo de dos mil años, generación tras generación, los cristianos han pronunciado el nombre de Belén con profunda emoción y gozosa gratitud. Como los pastores y los Magos, hemos venido también nosotros a encontrar al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lc 2, 12). Como muchos peregrinos que han venido antes que nosotros, nos arrodillamos, llenos de asombro, en adoración ante el misterio inefable que aquí se realizó.

En la primera Navidad de mi ministerio como Sucesor del apóstol Pedro expresé públicamente mi gran deseo de celebrar el inicio de mi pontificado en Belén, en la gruta de la Natividad (cf. Homilía de la misa de Nochebuena, 24 de diciembre de 1978, n. 3). Entonces no fue posible, y no ha sido posible hasta este momento. Sin embargo, hoy no puedo por menos de alabar al Dios de toda misericordia, cuyos caminos son misteriosos y cuyo amor es infinito; no puedo por menos de alabar a Dios por haberme traído, en este año del Gran Jubileo, al lugar en que nació el Salvador. Be lén es el centro de mi peregrinación jubilar. Los senderos que he seguido me han traído a este lugar y al misterio que proclama: la Natividad.

Agradezco al patriarca Michel Sabbah sus amables palabras de bienvenida, y abrazo cordialmente a todos los miembros de la Asamblea de los Ordinarios católicos de Tierra Santa. Es significativa la presencia, en el lugar donde el Hijo de Dios nació según la carne, de muchas comunidades católicas de rito oriental, que forman el rico mosaico de nuestra catolicidad. Con afecto en el Señor saludo a los representantes de las Iglesias ortodoxas y de todas las comunidades eclesiales presentes en Tierra Santa.

Expreso mi gratitud a los miembros de la Autoridad palestina que participan en nuestra celebración y se unen a nosotros en la oración por el bienestar del pueblo palestino.

No temáis. Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc 2, 10-11).

La alegría que anunció el ángel no es algo del pasado. Es una alegría actual, del hoy eterno de la salvación de Dios, que abarca todos los tiempos: el pasado, el presente y el futuro. En el alba del nuevo milenio estamos llamados a comprender con mayor claridad que el tiempo tiene un sentido porque aquí el Eterno entró en la Historia y permanece con nosotros para siempre. Las palabras de Beda el Venerable expresan claramente esta idea: También hoy, y cada día hasta el fin de los tiempos, el Señor será continuamente concebido en Nazaret y dado a luz en Belén (In Ev. S. Lucae, 2: PL 92, 330). Dado que en Belén siempre es Navidad, cada día es Navidad en el corazón de los cristianos. Cada día estamos llamados a proclamar el mensaje de Belén al mundo, la buena nueva que produce una gran alegría: el Verbo eterno, Dios de Dios, luz de luz, se hizo hombre y vino a habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1, 14).

El niño recién nacido, indefenso y totalmente dependiente de los cuidados de María y José, encomendado a su amor, es toda la riqueza del mundo. Él es nuestro todo.

En este niño, el Hijo que nos ha sido dado, encontramos descanso para nuestras almas y el verdadero pan que nunca falta, el Pan eucarístico anunciado también por el nombre mismo de esta ciudad: Beth-lehem, la casa del pan. Dios se esconde en este niño; la divinidad se oculta en el Pan de vida. Adoro te devote, latens Deitas. Quae sub his figuris vere latitas.