400 años de la Embajada de España ante la Santa Sede
España fue el primer país que decidió tener una representación permanente en Italia. Su edificio acogió a Velázquez para retratar a Inocencio X y fue donde murió el ángel de Budapest
Los embajadores españoles destinados en Roma vagaron por palacios privados que ocupaban en alquiler hasta el año 1622. Hace cuatro siglos, el duque de Albuquerque adoptó como aposento definitivo el palacio Monaldeschi, ubicado en la plaza de la Trinidad dei Monti, que pronto pasó a llamarse plaza de España. 25 años después, aquella morada pasó a ser de propiedad española. El octavo conde de Oñate, Íñigo Vélez de Guevara, lo compró por 22.000 escudos en una subasta pública en 1647. La operación se completó con la adquisición de otras cuatro casas adyacentes al palacio con las que se amplió el edificio y, en 1654, lo adquirió la Corona de España: el rey Felipe IV envió entonces 19.000 ducados para su mantenimiento y reparación. Tal y como recordó la embajadora de España ante la Santa Sede, Isabel Celaá, tras la presentación del acto conmemorativo de los cuatro siglos de historia que arrastra el edificio, «fue una innovación en aquel momento, porque todos los embajadores eran hasta ese momento embajadores sin techo y España, en cambio, decidió hacer una representación permanente en Italia».
Francesco Borromini fue el encargado de diseñar la ampliación, la escalinata principal y el vestíbulo. Durante los siglos XVII y XVIII, el palacio fue testigo de los acontecimientos más brillantes de su tiempo. «España estaba entonces en pleno auge», destacó Celaá. «Era el adalid del mundo católico y la salvaguarda de la Contrarreforma frente al luteranismo; Europa había dejado en las manos de España este menester», detalló la diplomática.
Para la ocasión, su fachada se ha engalanado con una instalación artística de carácter efímero del artista italiano Roberto Lucifero que representa los antiguos estandartes que colgaban de los edificios más importantes, pero usando las nuevas tecnologías: «Están representando dos momentos clave. A la izquierda, la adquisición del palacio. Y a la derecha, el pintor Velázquez, que, en vez de retratar a la familia real española, como en Las Meninas, retrata al Papa Inocencio X, bajo la mirada atenta de doña Olimpia Pamphili». El célebre pintor español pasó una temporada en Roma cuando realizó el famoso retrato, hoy conservado en la Galería Pamphili, lo que fue «un éxito diplomático inmenso».
El edificio neoclásico suele pasar inadvertido ante los ojos de los romanos porque siempre está cerrado y la mayoría «ni siquiera sabe que es sede de la legación diplomática de España». Por lo que la obra pretende «llamar la atención» y establecer un «canal de comunicación» con la ciudad.
La Embajada de España ante la Santa Sede ha tenido una vida larga y ajetreada. Fue un teatro durante 80 años en el siglo XVIII; por allí pasó Giacomo Casanova, el seductor veneciano por excelencia, pero también jugó un papel fundamental en la cultura, como demuestra el gran patrimonio cultural conservado. Por ejemplo, alberga una colección de tapices gobelinos del siglo XVII que pertenecieron a la familia Borbón-Orleans procedentes del palacio Galiera de Bolonia, con temática bíblica y romana. Además, los salones hospedan cuadros del Museo del Prado de autores como Federico Madrazo o Vicente López. Y entre las esculturas destacan dos bustos de Bernini de 1619, El alma beata y El alma condenada.
Entre los más de 160 embajadores españoles que han tenido el privilegio de vivir en el palacio destacan nombres como Garcilaso de la Vega o Ángel Sanz Briz, el ángel de Budapest, que murió en el edificio en 1980 y figura en el Jardín de los Justos de las Naciones por haber logrado salvar a más de 6.000 judíos durante el Holocausto emitiendo pasaportes falsos cuando era cónsul de España ante Hungría.